lunes, 26 de diciembre de 2011

LAS FIESTAS

Último lunes del año… para muchos estas fechas significan una movida muy importante, a veces por causas externas y a veces por causas internas.

En lo externo están las salidas, el trabajo, los encuentros, las compras…. Toda una vorágine que se junta y enlentece el tránsito.
En lo interno ya es más complicado. Aparecen todo tipo de sensaciones y sentimientos. Voy a mencionar sólo tres estados que me resultan los más comunes:

- Entusiasmo y alegría: por los colores, la vida, el movimiento, la exaltación. Son personas que pueden disfrutar tanto de cuestiones profundas e importantes como de las livianas o anodinas. Simplemente disfrutan.
- Hastío y rabia: por los colores, la vida, el movimiento, la exaltación…. Parece que todo esto fastidia, impacienta, exaspera. No toleran lo que están viviendo, consideran que simplemente lo están padeciendo.
- Agobio y tristeza, llantos, quebrantos, desconsuelo: por lo que se perdió, por los que perdieron, por los que no están, sobre todo porque aparece más definido y claro los que faltan.

El entusiasmo y la alegría expresan agrado, complacencia, capacidad para disfrutar. Se demuestra en los boliches repletos de gente por la noche, la algarabía, la distensión: se vieron ayer y probablemente se vean mañana, pero disfrutan ese abrazo especial, ese saludo, ese deseo o simplemente esa muestra de afecto. Muestran ganas de hacer regalos, de agasajar, de brindar, y otra vez de abrazarse y pasarla bien. Da gusto. Se comparte. Muchas risas, muchas miradas.

Los que hastían y rabian me atrevo a decir que tienen muchas cosas para resolver. Están con muchos pendientes. Con disgustos que atravesaron el año entero, que quedaron estancados en algún lugar, que perturban el diario vivir. No soportan, no toleran, resienten. No pueden disfrutar entonces todo se vuelve una molestia profunda; hasta se intelectualiza muchas veces el desagrado y se argumenta en contra del regocijo. Tienen conflictos que amargan el alma. Perturba cualquier sensación placentera. Ese fastidio que se trasmite con un malestar y disgusto hacia el divertimento y algarabía. Saben que tienen que resolver, tomar decisiones, cambiar el rumbo, no se atreven pero lo saben. Entonces rabian y disgustan.

Me preocupan especialmente los que están inmersos en el agobio y la tristeza, la falta, el vacío: los que están angustiados por la muerte, por el que falta, por el que ya no está más…. Es comprensible, la muerte es amarga, la falta del ser querido duele, provoca, apuñala el alma. Estas personas quieren y recuerdan pero no pueden apartarse del abatimiento. Esto no permite honrar a sus muertos queridos. Y la mejor manera de honrar esas vidas que hoy no existen, es vivir lo más intensamente posible. Justamente porque ellos -nuestros muertos queridos- no pueden. Es así que nosotros, los que estamos vivos, no podemos ser tan egoístas y malgastar esta vida que ellos ya no pueden tener: la tenemos, entonces honrémoslos viviéndola y no tirándola entre lágrimas y depresiones. Hagamos este esfuerzo, que ellos puedan de esta extraña manera, vivir a través nuestro. Es cuando cobra un sentido profundo estas fechas, las fiestas, los encuentros, el abrazo, la risa, las miradas: el entusiasmo y la alegría.

lunes, 19 de diciembre de 2011

CONSCIENCIA Y DECISIÓN (parte II)

Considero que uno de los temas problemáticos al cual se enfrenta todo individuo es acerca de aceptar y manejar los cambios. Es más, tengo la certeza de que casi todo lo que anda mal, en un mismo individuo y entre los individuos, tiene que ver con dos grandes capítulos: la paranoia y la repulsión al cambio. De la paranoia escribiré más adelante, ahora me ocupa el tema de los cambios.

En algunos casos se podrá reconocer que el conservadurismo de un individuo tiene que ver con mantener determinado statu quo; o que es inherente a pertenecer a una corporación que brega por sostenerse a sí misma por encima de cualquier otra cosa; o tiene que ver con que este determinado individuo ocupa un lugar en una silla en un salón que le es conveniente o placentero y que por lo tanto sólo podrá trabajar para mantener su lugar, la silla y el salón tal como están.
En otros casos se podrá explicar por el miedo a lo que no sabe, el terror a empeorar su situación actual (“más vale malo conocido que bueno por conocer”). En otros casos, en fin, podremos interpretar que la falta de inteligencia, cultura, comida, pastilla para la tos, hogar con ladrillos, papá y mamá, y todo lo que se quiera poner aquí es lo que causa el sosiego, la permanencia, cobardía, prudencia, inseguridad, aprensión, y que termina por afectar al individuo en su capacidad por absorber los riesgos. Por todas estas cosas mencionadas y por muchas más, por alguna de ellas o muchas mezcladas, este individuo no tolera la incertidumbre y entonces conserva, detiene, se agrupa; y cuando lo hace no se siente tan responsable: el responsable es el grupo; o mejor aún: el responsable es el otro, el distinto, el que no pertenece, el enemigo. Ese individuo entonces, con bastante facilidad, se convence a sí mismo ser el poseedor de la razón, la verdad, Dios está de su lado; del otro lado los equivocados. No puede revertir este orden. Es un orden sagrado. Necesita que la vida sea una línea que tiene un comienzo, un medio y un fin, un hecho detrás del otro, causa y consecuencia, destino que crea por sí mismo o destino marcado por su Dios. Necesita la consolación del saber, no puede con las revueltas, las renovaciones, reformas, correcciones; no puede ni siquiera con las perturbaciones. Entonces conserva. Cueste lo que cueste y caiga quien caiga. No importa de qué tema se hable. Mantiene y perpetúa, inmortaliza. Porque de lo contrario sabe que será otro puntito más arrojado al cosmos. Sobreviene el ahogo del espacio abierto, de la libertad, de la verdadera responsabilidad individual. Este individuo niega la contingencia, marca un camino y tiene un destino. Que nadie lo saque de la línea trazada. Inventa la vida como una línea que progresa hacia algo. Inventa la pertenencia y la continuidad.

Lo peligroso es no darse cuenta que el discurso que adopta este individuo puede ser engañoso e incluso disfrazado de revolución. Hay que estar atento antes de defender o aceptar discursos que disfracen lo que subyace en él: mantener las cosas en un lugar manejable por el individuo o grupo… mantener.

El otro individuo, el que sabe de la contingencia, es consciente, decide, se responsabiliza, asume la inmensidad de errores, festeja los aciertos, se juega por sus certezas, creencias y sueños; se arriesga, habla y dice; se enfrenta. Este ser que puede existir aunque sepa que va a no existir; este ser que incorpora lo incierto, lo asume y lo maneja para formar parte también de sus resoluciones. El ser contingente, en el aquí y ahora con el pasado incorporado, que vive la existencia arrojado al cosmos a sabiendas que la vive hasta que deja de hacerlo y se convierte en no existencia, es el que toma decisiones en forma permanente, las hace conscientes. No se pone excusas para no hacerlo. O aún: sin creerse que no lo hace cuando de todas formas lo está haciendo. Es un ser que se elige a sí mismo, con toda la carga que esto conlleva. Sabe que no se puede hacer a sí mismo, pero puede elegir. Existe como individuo pertenezca o no a grupos, se acompañe o no de otros.
Su discurso va a marcar cambios, va a incomodar, genera aprehensión porque desarma el orden establecido. Es innovador, es revolucionario, acepta la incertidumbre como parte de su existir, no le teme ni se sugestiona con el no-saber; emprende sin saber dónde termina, cuál es el final; puede cambiar, es el “otro”, el enemigo, el culpable, el que puede mover los cimientos. Su discurso lo acompaña. Es auténtico.

Un individuo cuando no es consciente de lo que decide, o que no resuelve los obstáculos en su andar, que piensa que vive lo que le tocó vivir, como si su vida fuera obra de fuerzas superiores, que cree que su andar está marcado por los objetivos y las metas que se propuso a sí mismo, o que propuso su grupo de pertenencia, o que propuso las fuerzas del más allá, este individuo no es responsable de lo que está armando porque cree que no lo arma él. Y cuando llega a un lugar, quiere quedarse en él, porque le resulta temerario cambiar. Es un ser que existe cargado de frustración, y oscuridad.
No aceptar la contingencia es no aceptarse en su todo, es no ver, engañarse y pensar que puede prescindir de la decisión. Y lo hace, entre otras cosas, tratando de privilegiar la quietud, trata de que nada cambie, que no tenga que tomar nuevas decisiones, que todo siga como está. Repele el cambio. A tal punto, que hasta puede recurrir a ideologías, a creencias místicas, a sabidurías ancestrales, a interpretaciones ingeniosas de la realidad… cualquier cosa que le dé argumentos suficientes para que nada cambie. Se puede hablar de progreso y revolución haciendo las cosas de manera de que nada cambie. La permanencia y continuidad, el conservadurismo, no tiene signo político ni se adscribe a ninguna ideología. Cualquier ser que se niegue a sí mismo la contingencia, que le asuste armar su malla de hilos entrecruzados, va a sacar argumentos de cualquier lado para que justifiquen lo suficiente la mantención del statu quo.

Más allá de cómo cada uno decida vivir, de qué sea lo que privilegie, de cuáles sean sus convicciones, la responsabilidad está en escuchar verdaderamente lo que se dice, escuchar los discursos, escuchar las propuestas, cuando éstas están dirigidas al discernimiento público, cuando éstas piden un voto, cuando tratan de formar opinión. No seguir las palabras como si sólo hablaran de lo que dicen, no encantarse con la forma del decir: hay que escuchar y comprender qué es lo que se está proponiendo en realidad, qué es lo que se está haciendo en realidad. Porque cada uno, en algún momento, tiene que ser consciente y tomar una decisión. Ver más allá de las palabras. Escuchar más allá de lo que se dice. Para entender. Para aprobar y desaprobar. Para juzgar. Para evaluar. Para saber en qué sitio se encuentra cada quién.

Muchos discursos absolutamente conservadores, pero también miedosos y paranoicos están adornados de buenas intenciones. Saber discernir es un tema de responsabilidad. Para ser auténtico, la conciencia y decisión de cada acto, de cada obra, de cada movimiento, tiene que superar el miedo a la no permanencia, aceptar el no-saber inherente a la formación de la malla de hilos entrecruzados. Vale la pena preguntarse entonces… ¿qué seguimos cuando seguimos? ¿qué aprobamos cuando aprobamos? ¿qué votamos cuando proponemos?  Conciencia y decisión, que llevan a la responsabilidad individual.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Consciencia y decisión (parte I)

Un día despertamos y nos damos cuenta que estamos en un determinado lugar. Ocupamos un espacio, hay límites propios y límites impuestos, simplemente nos reconocemos en un sitio que lo podemos describir usando todos nuestros sentidos, lo podemos interpretar usando nuestra imaginación, lo podemos analizar usando el raciocinio. Sea como sea el ser se identifica como individuo en tal lugar. No importa si gusta o no gusta. Si da miedo, gracia, resignación o rabia. Es el individuo en un lugar.

Este individuo pone a jugar su consciencia actual y se comprende también en un sentido histórico: entonces sabe que vino de algún lado, partió de algo. Hace suya su historia. Está incorporada en el aquí y el ahora. Sabe de dónde parte pero no puede saber dónde terminará. Puede saber que hoy está aquí -que salió de alguna parte, recorrió la malla de hilos entrecruzados- y que hoy está aquí. Consciencia de pasado y presente incorporados.

La persona también puede saber que desea algo, que quisiera dirigirse a, que sueña con caminar hacia. Puede hasta inventarse un posible lugar de llegada, a sabiendas de que esto es el final de un sueño pero no el final de su recorrido. Se proyecta. Realiza elecciones. Dentro de sus posibles, elige, emprende, actúa. Y en base a esta proyección y a esas elecciones toma más y nuevas decisiones.
El final último del recorrido sí lo conoce aunque no lo quiera ver… es la muerte. El individuo conoce el final de la existencia actual. Sabe que el final de su existencia actual es la no existencia. Pero el camino en esa existencia, su tránsito o deambular, no lo puede conocer. Se reconoce en un determinado lugar como ser contingente. No conoce en qué puertos va a recalar -más allá de que sus pasos se dirijan razonablemente hacia puntos proyectados. En su camino de existencia no sabe dónde va a terminar con cada paso, maniobra o decisión. Sólo sabe que en algún momento, en algún lugar, se convierte en no existencia.

Entonces es el individuo en un lugar. Con su carga histórica. Su presente que alberga e implica su pasado. Con su futuro ignoto que sólo sabe de incertidumbres. Así va armando su vida: siendo consciente de cada decisión, tomada en base a sueños, proyectos, posibilidades, mandatos, pero con el agregado de que sus decisiones no van a asegurar el nuevo lugar al cual llegar. Las toma igual –las decisiones- porque así se arma su vida. Sin garantías. Sin saber si con ellas cumple las metas deseadas. Decide dar tres pasos hacia la derecha para colocarse en la baldosa gris, a sabiendas de que hará lo posible por dar tres pasos, puede que los dé o puede que no, y que eso ojalá lo conduzca a donde imaginó, aunque no puede asegurar que esa baldosa realmente sea gris. Sólo sabe que se trasladará hacia otro punto y recién allí se encontrará este individuo en este otro lugar. Y así sucesivamente se dibujará el entramado, la malla de hilos entrecruzados sin patrón alguno que es su vida posible.

En este entendido, tomar consciencia actual e histórica, tomar decisiones en forma permanente, saber que todo cambia y que cada cambio vuelve a implicar tomar consciencia y decisiones…. Si se entiende de esta forma el dibujo de la vida de cada uno, entonces podemos atrevernos a aceptar los cambios que nuestra sola existencia produce, ya sin tanta reacción, sin tanto dolor, sin tanta rabia, sin tanto dolo, sin tanta envidia, sentencia ni aversión. 

lunes, 5 de diciembre de 2011

CONCIENCIA Y DECISIÓN (parte 0)

El post de este lunes tenía previsto hablar del tema "Conciencia y Decisión" dividido en dos partes. Pero necesito antes compartir una parte cero.

Los restos humanos que se encontraron en el marco de las excavaciones realizadas en el Batallón 14 corresponden al maestro y periodista Julio Castro.

Este descubrimiento tiene que haber conmovido a gran parte de la población. Julio Castro tenía 68 años cuando lo secuestraron en agosto de 1977 en la vía pública. Ahora todos sabemos que no sólo fue secuestrado: también fue torturado, fue atado de pies y manos y se lo asesinó con un balazo a la cabeza. Uno de los muchos desaparecidos que se convirtió en estos días en un hallado, en una realidad, en una historia viva, en por fin una verdad. Lo que se pretendió quedara en lo no dicho sale a la luz, no sólo con su palabra sino también con su cuerpo que habla, también con la memoria de quienes lo conocieron, también con el amor, el dolor, el recuerdo de quienes lo quisieron.

Conozco personas que no leen o no buscan noticias como éstas, y cuando aparecen, las pasan por alto porque es cosa del pasado. Conozco personas que prefieren olvidar lo que pasó para poder seguir adelante con la vida; dar por superada la historia para abrir el mañana de par en par. Conozco personas que logran apartarse de la emoción que una noticia como ésta produce y la razonan, y en su razonamiento se plantean que esto pasa en las guerrillas, en las luchas, en los enfrentamientos entre bandos, los excesos en este marco existen. A todas estas personas es a quienes dedico especialmente el post de este lunes.

A veces se pretende que los hechos más dolorosos queden en el olvido... "dar vuelta la página"... Digamos que es tentador, sobre todo cuando lo vivido llena de angustia, de zozobra... entonces se quiere olvidar, continuar con la vida. Pero no es así como funciona. La vida no está desintegrada en distintos tiempos: es una sola, toda enredada. El pasado, lo que sucedió, lo que vivimos cada uno y en colectivo, forma parte, está integrado, comprende el momento presente. No existe un presente independiente. No se desprenden los tiempos. El presente incorpora el pasado, vive en lo que somos. Por eso es que no se puede simplemente "dar vuelta una página y comenzar de nuevo". Los seres humanos no comenzamos de nuevo. Nacemos, vivimos, morimos en un tiempo que se entremezcla y se contiene, se entraña, se enreda entre sí. El deseo, la idea o la imposición de dar vuelta las páginas no tiene sentido. Aunque se trate de imponer, se suplique o se legisle sobre la idea del olvido sencillamente no es posible, no está dentro de los "poderes del Hombre".

El pasado vive con nosotros los que vivimos. Está integrado. Nos forma tanto como lo actual. Entonces tenemos que saber qué resolución le damos a los conflictos, a los pendientes, porque ellos no se olvidan: se toma conciencia y se decide. La toma de conciencia y las decisiones pueden ser individuales o colectivas, pero lo auténtico es enfrentar el conflicto y desenredarlo, no clamar por el olvido.

Pero además, en estos días algunos se enteraron de una cuestión muy importante que muchos ya sabían: en nuestro país también, en este pasado tan reciente, no sólo se mató a quienes peleaban en el marco de una guerrilla; aquí hubo terrorismo de Estado, aquí se secuestraron niños y bebés; aquí se asesinó por lo menos a un hombre atado de pies y manos, con 68 años, frenteamplista independiente que nada tenía que ver con ninguna guerrilla. En este caso en forma probada -y como muchos sabemos, en otros tantos casos también- se asesinó por pensar diferente y no en el marco de un enfrentamiento armado. 

Que Julio Castro haya sido encontrado torturado, asesinado y enterrado a muchos nos estremece y remueve. Somos los que no queremos que esto pase como una noticia violenta más. Significa mucho. Significa un pedazo de la historia, un pedazo de una verdad. Hay que verla de frente, conmoverse y pensarla. Cada sociedad decidirá cómo resuelve los problemas y conflictos que se le presentan. Tienen esa posibilidad. Se resuelve con la conciencia de lo sucedido, con la información de lo que fue y lo que es.
Pero no tenemos amnesia ni nos tragamos cualquier cuento. No nos hagamos los desentendidos. Enfrentemos lo que somos y decidamos lo que queremos. En forma colectiva y en forma individual. Julio Castro existió, sigue existiendo en la memoria y el sentimiento de muchas personas. Sigue teniendo una voz que se escucha a través de otras voces que lo continúan.
Éste es nuestro presente.

lunes, 28 de noviembre de 2011

IMPREVISIBILIDAD - INCERTIDUMBRE



 “…seguir una estrategia de vida, y por tanto «hacernos a nosotros
mismos», es poco más que un ejercicio de autoengaño…”
“…Si alguien fuera capaz de «hacerse a sí mismo»… y de vivir de
acuerdo con una estrategia de vida consistente, sería una computadora
perfecta pero no un ser humano…”
                                                                                            Agnes Heller

¿Cuándo fue que se instaló el convencimiento de que la vida podía ser previsible, que se podía armar una estrategia, cumplirla, y conseguir algún tipo de meta final? Porque este relato es el que encuentro en la mayor parte de mis conversaciones con diferentes personas.

Son realmente muchas las consultas y conflictos que surgen a partir del convencimiento de que la vida es diseñada por cada uno de una determinada manera, y por lo tanto debería continuar según lo previsto; pero resulta que “de un golpe” todo cambia. Lo curioso es que el convencimiento de que todo debería haber seguido el curso de lo planificado no desaparece. No se cuestiona cómo es esto de hacerse a sí mismo. O de si alcanza con el hecho de saber cómo planificar la vida para obtener los resultados deseados. En lugar de cuestionar estas creencias, aparece la sorpresa; la incredulidad; la desesperación por enfrentarse a un nuevo universo desconocido y sobre todo no planeado. Hombres y mujeres, viejos y jóvenes, movilizados por el abismo que se les crea en su interior, acorralados por la indefensión, asustados por la incertidumbre. Entonces la pregunta… ¿cuándo y cómo se incorporó la idea de que la vida se va dibujando como una sumatoria de puntitos que van delineando una recta que avanza a pulso firme hacia el cumplimiento del punto final… aquél deseado, imaginado, ideado y cuyo cumplimiento se deberá lograr para sentir que se cumplió con el destino? ¿Una línea que se transita según el gran plan, o según el plan pequeñito, pero siempre según algún tipo de plan? Enterarse que esto no funciona así es lo que a muchos les causa un miedo cósmico, inefable, incompartible.

Cuando se puede poner en palabras, surge el lamento:  “no puedo creer que me esté pasando esto”… “¿por qué a mí?”; o surge el desamparo: “nunca me imaginé algo así”… “¿y ahora qué hago?”… o también surge la desesperación: “no sé cómo continuar”… “no puedo más”…  Cuando no se puede poner en palabras, aparecen el desencanto, el desánimo, la tristeza, la desidia, el abandono, la ansiedad y tantos síntomas más que parecen cada vez más comunes en la vida actual. Se reparten antidepresivos y ansiolíticos para calmar la mayor de todas las angustias, la mayor de todas las frustraciones, el mayor de todos los ahogos: el descubrimiento del ser contingente. No nos enseñaron esto. No nos avisaron. Nos tomó por sorpresa, nos agarró desprevenidos. Y además tuvimos que leer varios libros para enterarnos.

Esta vida que cada uno va armando se hace con proyectos que hablan de expresiones de deseo; con decisiones que se toman en cada momento, de las chiquitas y de las enormes, de las cotidianas y las existenciales. Porque el futuro no lo tenemos comprado ni está ya escrito en papeles santos. Nada ni nadie nos podrá asegurar nunca cómo continuará este relato, o hasta cuándo continuará… podemos saber de dónde partimos, o de dónde nos queremos ir, pero no podemos saber cómo será el camino ni mucho menos dónde terminará…. ¿Me amarás para siempre?  ¿Este trabajo es para toda la vida? Racionalmente un gran número de personas saben que son preguntas sin respuestas, o que las respuestas sólo son deseos, y sin embargo actúan como si fuera posible responderlas, o como si ya estuvieran respondidas. Y cuando “las cosas” no funcionan así, cuando “la vida nos da sorpresas”, es cuando sobreviene el caos interior: algo pasó que los planes se derrumbaron, y la persona no puede con esta novedad. Se derrumba junto a su plan. Actúa justamente como si el plan fuera una línea trazada en el mapa de su existencia, se borra la línea, se trunca, no hay más mapa…. ¿y ahora qué?

Hace poco tiempo una persona me cuenta con gran angustia y desazón que habiendo planeado todo correctamente, habiendo previsto y construido su vida según sus deseos, según la aprobación familiar, habiendo analizado concienzudamente las metas a lograr, no entendía por qué “las cosas” le estaban saliendo mal. Traté de conversar acerca de la imposibilidad de construir una estrategia de vida y un destino; o mejor sobre la torpeza de hacerlo, ya que creo que la vida de cada uno no surge de una resolución, un recorrido, un final, sino que se van tomando múltiples decisiones, continuamente, se va resolviendo y emprendiendo caminos que nos llevan, que se desvían, que hacen que se tenga que volver a tomar otras medidas, y así en un entramado que se parece más a una malla caótica de hilos entrecruzados. Traté de conversar sobre la construcción basada en las decisiones, en esas millonésimas decisiones a partir de las cuales emprendemos caminos que cambian, se desvían, se corrigen, se vuelven para atrás, aparecen otros, y cada paso, cada respiro tiene que ver con otras tantas decisiones que aparecen- desaparecen- vuelven a aparecer. Mientras me entusiasmaba con el relato, enredándome en la red de hilos caóticos, encantada por lo intensa que es la función de vivir, me di cuenta que la persona se iba aflojando en el sillón, se ponía gris y asomaban unos ojos llenos de espanto…. Me di cuenta de la incomodidad que estaba produciendo mi relato. O –lo que es lo mismo-  de la comodidad de imaginar que sí tenemos un destino, marcado por fuerzas superiores o delineado por cada uno, y que hay un plan que cada uno traza, un camino, que la persona se construye a sí misma, se hace, y que si se conduce por él sin errores, se llegará a ese punto final y deseado. Y que la infelicidad proviene de los errores en el recorrido; la frustración y desaliento es por la pérdida de fuerzas para transitarlo, o por la distracción y necesario error que se comete. Y que entonces se puede por ejemplo ir a terapia para que alguien nos haga ver ese error, nos marque dónde estuvo la equivocación, y así corregirse y seguir por la famosa “senda trazada”.
Pero siempre es tiempo de pensar otra vez sobre aquello que creíamos seguro. Al menos para no tropezar una vez y otra también con la misma piedra. Al menos reconocer la piedra, animarnos a mirar cómo ya antes caminamos hacia ella, y en esta nueva oportunidad hacer “las cosas” diferentes.
Si estamos de acuerdo en que cada situación requiere de un plan actual, cada momento hay que decidirlo, cada problema hay que resolverlo; en cada encrucijada hay que disponer por dónde ir; es cuando la persona empieza a aprender que, al decir de Agnes Heller, “su vida no está en función de ningún propósito más alto que el de ser vivida”. Es cuando cada paso, cada momento, cada producto de nuestra decisión tiene un altísimo valor en sí mismo porque ésa es la vida construida por cada uno, esos pasos uno a uno son el verdadero sentido. Todo empieza a valer por sí y no “para algo”. Es cuando se comienza a disfrutar, sin el terror de estar cumpliendo bien o mal el propósito de algo superior o más alejado. Es cuando se empieza a perder el terror a la equivocación, al error, porque de esto se trata, de ir y venir, de emprender y volver atrás, de hacer y deshacer, todos esos hilos entremezclados y caóticos que forman la malla de cada vida –la vida posible, la única. Se incorpora la incertidumbre porque así es como funciona, no hay por qué disfrazarla ni torcerla porque se trata de valorar cada paso en función de sí mismo. Es saber que lo que habíamos planeado puede ser como no, que los deseos son deseos y no metas, que todo se puede dar vuelta sin sentir el ahogo de la existencia porque ya se pudo entender que se trata del recorrido y no del destino. Tenemos que admitir, reconocer, algunos descubrir, que la contingencia –como lo dice Agnes Heller- es un estado de la existencia.

lunes, 21 de noviembre de 2011

LO QUE SOMOS (parte II)

En el entendido que somos todo lo que conocemos en los humanos –lo luminoso y lo oscuro, lo permitido y lo prohibido- es que podemos compartir estas líneas sobre las relaciones humanas.


Es demasiado frecuente el relato acerca de las controversias y peleas familiares, entre amigos, entre personas que en algún momento se eligieron entre sí para compartir un camino. Muchas veces las peleas son grandiosas, repletas de pasiones encontradas, con un alto contenido dramático: hermanos que no se hablan durante veinte años; hijos peleados con sus padres a tal punto que ni siquiera les permiten conocer a sus nietos; amigos del alma que de un día al otro se dan vuelta la cara sintiéndose traicionados mutuamente; en fin, todo tipo de tragedias y tragicomedias. Llaman la atención. O me dan qué pensar… Pienso en la falta de paz, en la imposibilidad del perdón, en la incapacidad de entender, en la dificultad para aceptar. También me da por pensar en la necesidad de señalar o apuntar, en la actitud de despreciar, en la forma de relegar, en la manera de juzgar y castigar. Resulta que en una época una persona fue agradable, con una escala de valores compartible, elegible para establecer algún tipo de vínculo, y en algún otro momento esa misma persona pasa a ser degradada, dejada de lado, sometida a las más variadas críticas, porque se equivocó en algo, o no estuvo a la altura de lo esperable, o falló en algo supuestamente sustancial.

A veces la situación de pelea o alejamiento pasa sólo en algunos momentos, luego todo se corrige de alguna manera u otra y vuelve a su cauce normal. No es lo que me preocupa, pues considero que es parte de los múltiples vaivenes por “todo lo que somos”.
Lo que considero un problema, lo que me estremece y me eriza, es saber de esa gran cantidad de situaciones en las cuales las separaciones o peleas se realizan con un llamativo “para siempre” o con un dramático dolor, justo entre personas que compartieron caminos, que se eligieron, o que les tocó vivir juntas (como es el caso de familia) y que vivieron tanto –aunque no elegidos- vivieron tanto juntos.
Vale preguntarse qué fue lo que cambió. Cómo alguien puede ser tan principista o tan terco o tan necio para juzgar y castigar a esos otros por haberse equivocado o haber hecho daño alguna vez. Cómo se puede repudiar o simplemente descartar a personas que comparten o compartieron un camino sólo porque hizo algo o dijo algo que no gustó nada, que no estuvo bien…. Entonces simplemente se desecha a esa persona del universo compartible. Y ya está. Así de simple. Generalmente además, sin dar la chance o la posibilidad de que medie una conversación profunda, o sincera; un intento de entender cómo se sintió del otro lado, qué fue lo que pasó para cada una de las partes, porque para qué… si basta con excluírlo/a.
Esto tiene mucho que ver, a mi entender, con el tema de la intolerancia; con la posibilidad o no de vivir con el distinto; con la necesidad y búsqueda de estar siempre entre iguales, porque los que no lo son dan miedo, producen aprensión, ponen en juego emociones más complejas. Pero acá me estoy yendo de tema… es otro ángulo que aprovecharemos en otro post J

Si una persona realmente hace consciente no sólo lo imperfecto que es el humano (esto ya es llover sobre mojado) sino que aprende, entiende, se da cuenta de todo ese todo que forma a cada uno… de lo también nefasto y perverso que es cada uno, de lo potencialmente violento y equivocado que es también cada uno, de lo difícil, lo arduo que es vivir en un equilibrio, lo espinoso que es tratar de equivocarse lo menos posible, lo casi inaccesible que es mantenerse sensato, cordial y prudente; si se es consciente de todo ese todo que constituye el ser humano, entonces podría cada quien medir a los demás, medir al otro, a ese otro diferente, con una vara más acorde a lo que se aprendió sobre sí mismo, y no sólo darse el lujo de sentenciar y sancionar, con esa soltura y esa manera tan fácil que encuentro logran las personas con tanta frecuencia.
No voy a caer tampoco en la inocencia de pensar que todos somos pasibles de ser amigos o de construir un vínculo afectuoso. Cada uno tiene su escala de valores, sus índices sobre la moral y la ética, sus certezas, sus sentimientos, sus pautas de comportamiento. Son válidas para cada uno, y es lo que nos permite acercarnos o alejarnos de otra persona; ser amigos o desentendernos; amar u odiar; juzgar; pertenecer o no pertenecer. Esto también tiene que ver con las elecciones de vida, las decisiones con las cuales construimos nuestro camino. Por lo tanto cada quien elige con quien estar. Por eso hay individuos que alguien puede simplemente no soportar, o no compartir, o no interesarse. Y así funcionamos. Éste tampoco es el asunto que me preocupa.
Lo que me pregunto y hasta a veces sufro es qué pasa con la persona que eligió a otra, que compartió con otra, que abrazó a otra, todo mientras se encaminó dentro de los cánones previstos, porque cuando cometió un error, o una falla, ya es alguien a quien castigar. Esto es lo que eriza. Aquí hay un individuo que insiste en creer que él o ella no caería jamás en determinados errores, no fallaría de esa manera nunca, no haría tal o cual cosa que lastima a otros… en fin…tal vez tenga razón ese individuo… no caería en determinadas fallas pero ¿realmente no sabe que caería en algunas otras, que también pueden lastimar? ¿no sabe que potencialmente podría errar de la misma manera? ¿realmente ese individuo cree que está hecho sólo de “cosas buenas”, porque las “cosas malas” son propias de otros? Esto sí es una inocentada. No saber de ese todo que abarcamos. No saber sobre la naturaleza contradictoria y equívoca de los humanos. La inocentada es no saber que cuando obramos bien es porque pudimos y supimos reprimir nuestro mal. No saber que nadie es un extraterrestre… es una persona de carne y hueso, como los demás. El que se convence que es bueno y los demás le fallan y lo traicionan, no está entendiendo cómo funcionamos, qué somos, qué límites tenemos ni cuál es nuestra libertad. Tal vez por esto necesite erigirse en el salvador de todos los principios, y deje por el camino a todo aquel que habiendo compartido un camino, o habiendo nacido en la misma familia, o habiendo sido elegido por afecto, simplemente en algún momento pasa a ser la peor persona, o la que no merece su cariño. Cuánta soberbia encierra esto. Cuánta soberbia y cuánta inseguridad. Cuánta necesidad de defenderse (¿de qué? ¿de quién?). Qué poca idea de lo que es importante y lo que no lo es. Qué lejos está esto de lo que mencioné más arriba: de la posibilidad que todos tienen de juzgar y elegir. Cómo se confunde esta posibilidad de elegir con la soberbia y la omnipotencia de creerse el poseedor del bien universal. Y es por todas estas cosas, porque veo demasiado frecuentemente estas situaciones, que pienso que es importante el tema “todo lo que somos”. Lo que elegimos, lo que nos preocupa entender, lo que dejamos de lado. Otra vez: es un tema de consciencia y decisión.

lunes, 14 de noviembre de 2011

LO QUE SOMOS (parte I)

…“Tal vez sea inexplicable que personas adultas y más o menos competentes estén dispuestas a sumergirse en una narración que desde el primer momento se les advierte que es inventada”. …
Cuando me leyeron éste y otros párrafos de un discurso pronunciado por el escritor español Javier Marías, recuerdo que me dio gracia, sentí simpatía por la idea…. Porque si uno se pone a pensar, es verdad que siendo tan rica y compleja la vida, tan inabarcable, cómo se nos viene a ocurrir escribir o leer novelas que cuentan cuentos que nunca ocurrieron... Novelas inventadas sobre una realidad inventada en un espacio inventado… La pregunta está cantada… ¿qué sentido tiene si quienes las leemos ya sabemos que no existe? ¿cuál es el sentido de escribir ficciones en lugar de narrar la vida, lo acontecido o una biografía?  En su texto Javier Marías dice que nos permite “conocer lo posible además de lo cierto, las conjeturas y las hipótesis y los fracasos además de los hechos, lo descartado y lo que pudo ser además de lo que fue”. Habla de tomar en cuenta en la vida de las personas no sólo lo que han logrado, lo que hicieron efectivamente, sino también las pérdidas, las omisiones, los deseos incumplidos. Piensa que tal vez la ficción es la que cuenta todo esto, todo junto…
Estoy de acuerdo. Y más allá de que solté frases fuera del contexto de todo su discurso, lo cual admito que es bastante déspota para con las ideas que realmente quiso expresar el autor, voy a aprovecharme de ellas para contar cosas que me vinieron a la cabeza con estas frases.

Primero que nada volví a confirmar ante mí misma que me encanta leer novelas de ficción, a pesar de saber que son un invento. Puedo desentenderme de quien las escribe, olvidarme que son un artificio, y compenetrarme con el mundo que me proponen con tanta intensidad como si fuera la vida misma. Tan es así, que recuerdo cualquier novela leída y tengo la impresión de haber leído una parte de la vida de alguien.
Es que creo que la novela de ficción, la escritura de lo que sea que se invente o imagine, también es real. También forma parte del mundo que compartimos, de la vida cotidiana, de lo que somos todos los días. Aunque se hable de fantasmas y dinosaurios, de pozos en un jardín o de la ciudad de Santa María; son lugares y situaciones absolutamente reales y pertenecientes a nuestro mundo. Estoy convencida de que ese mundo inventado, ese espacio paralelo, esa creación que pervierte los límites de lo real y cotidiano, es un mundo que también tiene que ver con el autor y su “verdadera” vida. También es real, aunque sea fraguada.
Cada uno de nosotros alberga un sinnúmero de emociones, pensamientos, valores, sentimientos, principios… todos entreverados, todos juntos, todos coexistiendo en el mismo envase –el individuo-. Son contradictorios y ambivalentes: existen al mismo tiempo, en la misma persona, la maldad y la bondad, la generosidad y el egoísmo, la flexibilidad y la terquedad, la tolerancia y el desatino. Todo vive y existe en cada uno de nosotros. Somos un todo difícil de explicar ni de sostener con la lógica.
En armonía con el deber ser, con la escala de valores tal o cual, con los mandatos ancestrales o las pautas de comportamiento de la época y del lugar, las personas optan por un conjunto de valores y se desentienden de otros. O tratan de hacerlo. Como ejemplo, una persona siente que está bueno ser generosa. Y se esmera en serlo. Esto quiere decir que probablemente logre que una buena parte de su tiempo y de sus actos realmente sean generosos. Pero lo que no quiere decir es que haya perdido el egoísmo, o que carezca de él. Porque estamos “hechos” de este todo. El egoísmo es una cualidad humana como tantas otras. El individuo que se elige generoso dentro de sus posibilidades, lo que está haciendo es reprimir lo más que puede su egoísmo. Lo guarda en sus profundidades y presiona para que no se suelte. Pero lo tiene también. El pacífico tiene su violencia. El sabio tiene su ignorancia. El bueno tiene su maldad. Nosotros somos todo esto. Nos podemos “elegir” dentro de determinados límites, pero no podemos dejar de ser.
Si estamos de acuerdo con esto, una cosa buena que nos puede pasar, es aprender a darle un camino a las emociones que trancamos por dentro por parecernos inadecuadas o dañinas. En el ejemplo anterior, saber conducir a este egoísmo, dejarlo fluir, que circule de alguna manera, ya que no parece bueno que quede por allí trancado lastimando las entrañas. Y todo esto sin que altere ni tampoco interrumpa la elección sobre el sí mismo. Es aquí donde pueden aparecer caminos posibles, y dentro de ellos, las expresiones artísticas son un buen ejemplo. Aquí entra la escritura.
Aparece la escritura creando este nuevo mundo, o mundo paralelo: la supuesta ficción. Surge esta mágica manera de trascender las fronteras impuestas y auto impuestas. Un imaginario donde todos tenemos cabida, donde todos los sentimientos tienen cabida. Este escenario nos permite decir todo cuanto queramos justamente por lo quimérico; nos permite sentir, emocionarnos, pensar, expulsar, escupir todo cuanto tengamos ganas y necesidad. Sin corrección. Sin miedo. Sin inadecuación. Porque todo lo que “no somos”, todo lo que nos perturba y no podemos decir, todo lo improcedente e inoportuno, lo volcamos en otros –los personajes-. Creamos este mundo de la fabulación sabiendo que de esta forma permitimos dejar existir al enorme conglomerado interior que se sentía prisionero; encuentra entonces esta válvula de escape, una sabia descompresión interna, una herramienta donde soñar, morir, matar y gozar conviven desentendiéndose de la realidad. Construimos este otro mundo fundamental y necesario para que nuestra vida transcurra en los dos: el real y posible, correcto y esperable, junto con el mágico, sorprendente e inefable que vive a través de la historia, de los personajes, de las circunstancias en las cuales estos personajes se despliegan. No hay aquí la frontera de la razón porque no importa; tampoco de lo correcto o lo aceptado por la sociedad en un momento dado porque no importa; tampoco del pensamiento que se suelta sin pensarlo demasiado; no hay juzgamientos ni vergüenzas; no hay rezongos ni venganzas porque es un mundo ficticio. No somos nosotros: son los personajes, es la narración, es un invento, es la imaginación.
Este espacio o mundo nuevo es donde el imposible no existe. La maldad y la agresividad viven sin hacer daño porque tienen un camino que recorrer. Lo oscuro y tortuoso es permitido y se puede mostrar. Y nadie se asusta. Nadie se avergüenza. Nadie se siente juzgado ni atropellado porque es el mundo de la ficción, de lo fabulado, de lo que es sin ser realmente. En esta creación todos tenemos todas las emociones conviviendo en nuestro interior, las correctas y las incorrectas, las dañinas y las generosas, las malas y las buenas. Y se muestran.
Entonces escribir libera y alimenta. Brinda un camino por donde todas las emociones conocidas pueden transcurrir. Escribir es la mayor de nuestras transgresiones: creamos aquello que no puede existir, y lo compartimos con los demás. Lo que supuestamente no existe aparece. Lo que no debería, está. Lo oculto, comienza a ver la luz. Es regalarnos libertad de ser todo lo que somos, sabiendo que no vamos a ser juzgados. Es una maravillosa posibilidad de lograr que lo oscuro, lo incompartible, lo prohibido, lo sucio, discurra y viva en el universo. Lo fantástico, lo mágico, lo deseado, lo imposible, discurra y viva en el universo. Lo hermoso, lo sano, lo grato, lo amable, discurra y viva en el universo. Porque todos somos todo eso. Es lo real.
Es así como creo que la ficción es verdadera,  es parte de nuestra vida cotidiana. Tan real como cualquier otro relato. Y aquí mencioné sólo a la escritura y al escribiente, pero los caminos por los cuales todo nuestro ser pueda desplegarse -el correcto y el incorrecto- son muchísimos.
La elección de no transcurrir ningún camino, no dejar circular los sentimientos, no permitir que fluyan las emociones, es lo que alimenta la oscuridad, el abismo y el dolor que se retuerce en el eje, en el íntimo, en la esencia de un individuo. Se retuerce pero igual tiene que salir, entonces generalmente se escapa lastimando a los demás, a su hábitat, o a la propia persona.
Hay infinitos caminos posibles… cada quien puede encontrar el propio. Esto es tema de consciencia y decisión.

lunes, 7 de noviembre de 2011

PRIMER LUNES

¡¡ Bienvenido el lunes !!  Es el día de la semana sometido al mayor escarnio público, así que quise cambiarle la pisada y sacarle algo bueno: lo elegí como el día para compartir un espacio de cuentos, reflexiones, simples pensamientos o ideas.  Parece tonto esto de escribir cosas para que anden boyando… y sin embargo me encanta.
Me pregunté más de una vez por qué insisto y vuelvo a insistir con esto de la escritura en cualquiera de sus formas. Si a fin de cuentas no todos tenemos el don. A algunos, dentro de los que me cuento, se nos da bien la palabra dicha, la conversación, el monólogo, el discurso y hasta el cotorreo. Entonces nuevamente ¿por qué insistir en escribir?
La escritura en muchos casos se puede reconocer como una exaltación, un entusiasmo muy particular que brota del interior y empuja hasta florecer. Surge así un deseo abrumador, casi doloroso, de dejar salir las palabras, un párrafo, de llenar un cuaderno con letras. Este deseo, pasión, circunstancia irrefrenable cobra un sentido menos abstracto y se materializa. El flujo de ideas, la enorme cantidad de pensamientos y emociones que se apretujan en algún lado, la sensibilidad, todo inunda y desborda. Entonces lo primero que me sale es tratar de conversar, de decir. Pero vine aprendiendo con los años que esto tiene un límite palpable. Al principio no manejaba muy bien este límite, entonces atropellaba a algunos amigos con la verborragia incontenible, los aturdía hasta que lograba darme cuenta de sus caras de desesperación, rostros perturbados tratando de aprovechar algún suspiro para decirme que ya habían entendido lo que les quería decir, que ¡basta por favor!… y yo que sentía que recién había empezado…
No hay personas que uno pueda aturdir tanto como para expresar ese inefable que se vive en el interior. No hay momentos adecuados ni tiempos suficientes. Es cuando uno es consciente que está hablando demasiado, o muy rápido, o de cosas que no corresponden al lugar o al momento. Es que esa vivencia interior es tan vasta, profunda e intensa que necesita otro espacio –otro mundo- para existir. Es aquí cuando me llega este deseo de dibujar las letras en el papel, o más bien y muchas veces, teclear las letras en un ordenador.
Aparece entonces la pasión irrefrenable. Está allí, como distraída, tratando de pasar inadvertida, sin provocar ni amenazar. Calculo que sólo quiere que la deje donde sea que esté. Que no la presione. Que tampoco la olvide. Pensándolo bien es bastante déspota esta pasión. Tiene muchos requerimientos. Quiere estar pero no llamar la atención. Quiere que la escuche y la atienda pero que no me excite ni me subvierta.
Entonces hago con ella lo único que puedo: soltarla de vez en cuando. En esta oportunidad, quiero lograr una escritura para compartir, no para hablar conmigo misma. Que hablar conmigo misma lo hago desde que soy consciente, me sale tan suelto que ni siquiera me complica. Pero compartir con los demás lo que queda escrito… esto sí que es un desafío para mí. Lo escrito que se comparte se corporiza, toma vida propia, se mueve con reglas exclusivas que ni siquiera conozco bien pero no parece importar; se instala en lugares donde todo es posible; hasta hablar en forma incorrecta es posible, hasta ser incorrecto es posible.
Ante mi pregunta que se repite y repite cada vez, con cada fracaso, con cada malhumor o intolerancia… lo que hago es mirar por la ventana hacia la naturaleza, tratando de encontrar la sabiduría escondida. Vuelvo a escrudiñar el “¿por qué insisto?” Pues ahora ya lo sé. Es porque vibro. Miro hacia afuera y sé que esta vida es mi obra posible. Cada paso. Cada emoción. Cada enojo. Y entonces siento la pasión. Y quiero compartir lo que escribo.
Voy a escribir en el blog todos los lunes que pueda. No sé si van a ser todos los lunes estrictamente. Pero será en día lunes. Los más que pueda. Temas: la vida misma. O lo que sea. Tenemos tantas cosas, permanentes y circunstanciales, de las que me gustaría escribir, que lo dejo así, a descubrirse semana a semana. Y ojalá pueda haber un intercambio, porque ya sé que muchos de los que lean este blog tienen muchas palabras para escribir también. Qué bueno si armamos un espacio con pasiones cruzadas… hay tantas certezas y tantas opiniones, tantas dudas y tantos cuentos que quieren salirse y vivir…