…“Tal vez sea inexplicable que personas adultas y más o menos competentes estén dispuestas a sumergirse en una narración que desde el primer momento se les advierte que es inventada”. …
Cuando me leyeron éste y otros párrafos de un discurso pronunciado por el escritor español Javier Marías, recuerdo que me dio gracia, sentí simpatía por la idea…. Porque si uno se pone a pensar, es verdad que siendo tan rica y compleja la vida, tan inabarcable, cómo se nos viene a ocurrir escribir o leer novelas que cuentan cuentos que nunca ocurrieron... Novelas inventadas sobre una realidad inventada en un espacio inventado… La pregunta está cantada… ¿qué sentido tiene si quienes las leemos ya sabemos que no existe? ¿cuál es el sentido de escribir ficciones en lugar de narrar la vida, lo acontecido o una biografía? En su texto Javier Marías dice que nos permite “conocer lo posible además de lo cierto, las conjeturas y las hipótesis y los fracasos además de los hechos, lo descartado y lo que pudo ser además de lo que fue”. Habla de tomar en cuenta en la vida de las personas no sólo lo que han logrado, lo que hicieron efectivamente, sino también las pérdidas, las omisiones, los deseos incumplidos. Piensa que tal vez la ficción es la que cuenta todo esto, todo junto…
Estoy de acuerdo. Y más allá de que solté frases fuera del contexto de todo su discurso, lo cual admito que es bastante déspota para con las ideas que realmente quiso expresar el autor, voy a aprovecharme de ellas para contar cosas que me vinieron a la cabeza con estas frases.
Primero que nada volví a confirmar ante mí misma que me encanta leer novelas de ficción, a pesar de saber que son un invento. Puedo desentenderme de quien las escribe, olvidarme que son un artificio, y compenetrarme con el mundo que me proponen con tanta intensidad como si fuera la vida misma. Tan es así, que recuerdo cualquier novela leída y tengo la impresión de haber leído una parte de la vida de alguien.
Es que creo que la novela de ficción, la escritura de lo que sea que se invente o imagine, también es real. También forma parte del mundo que compartimos, de la vida cotidiana, de lo que somos todos los días. Aunque se hable de fantasmas y dinosaurios, de pozos en un jardín o de la ciudad de Santa María; son lugares y situaciones absolutamente reales y pertenecientes a nuestro mundo. Estoy convencida de que ese mundo inventado, ese espacio paralelo, esa creación que pervierte los límites de lo real y cotidiano, es un mundo que también tiene que ver con el autor y su “verdadera” vida. También es real, aunque sea fraguada.
Cada uno de nosotros alberga un sinnúmero de emociones, pensamientos, valores, sentimientos, principios… todos entreverados, todos juntos, todos coexistiendo en el mismo envase –el individuo-. Son contradictorios y ambivalentes: existen al mismo tiempo, en la misma persona, la maldad y la bondad, la generosidad y el egoísmo, la flexibilidad y la terquedad, la tolerancia y el desatino. Todo vive y existe en cada uno de nosotros. Somos un todo difícil de explicar ni de sostener con la lógica.
En armonía con el deber ser, con la escala de valores tal o cual, con los mandatos ancestrales o las pautas de comportamiento de la época y del lugar, las personas optan por un conjunto de valores y se desentienden de otros. O tratan de hacerlo. Como ejemplo, una persona siente que está bueno ser generosa. Y se esmera en serlo. Esto quiere decir que probablemente logre que una buena parte de su tiempo y de sus actos realmente sean generosos. Pero lo que no quiere decir es que haya perdido el egoísmo, o que carezca de él. Porque estamos “hechos” de este todo. El egoísmo es una cualidad humana como tantas otras. El individuo que se elige generoso dentro de sus posibilidades, lo que está haciendo es reprimir lo más que puede su egoísmo. Lo guarda en sus profundidades y presiona para que no se suelte. Pero lo tiene también. El pacífico tiene su violencia. El sabio tiene su ignorancia. El bueno tiene su maldad. Nosotros somos todo esto. Nos podemos “elegir” dentro de determinados límites, pero no podemos dejar de ser.
Si estamos de acuerdo con esto, una cosa buena que nos puede pasar, es aprender a darle un camino a las emociones que trancamos por dentro por parecernos inadecuadas o dañinas. En el ejemplo anterior, saber conducir a este egoísmo, dejarlo fluir, que circule de alguna manera, ya que no parece bueno que quede por allí trancado lastimando las entrañas. Y todo esto sin que altere ni tampoco interrumpa la elección sobre el sí mismo. Es aquí donde pueden aparecer caminos posibles, y dentro de ellos, las expresiones artísticas son un buen ejemplo. Aquí entra la escritura.
Aparece la escritura creando este nuevo mundo, o mundo paralelo: la supuesta ficción. Surge esta mágica manera de trascender las fronteras impuestas y auto impuestas. Un imaginario donde todos tenemos cabida, donde todos los sentimientos tienen cabida. Este escenario nos permite decir todo cuanto queramos justamente por lo quimérico; nos permite sentir, emocionarnos, pensar, expulsar, escupir todo cuanto tengamos ganas y necesidad. Sin corrección. Sin miedo. Sin inadecuación. Porque todo lo que “no somos”, todo lo que nos perturba y no podemos decir, todo lo improcedente e inoportuno, lo volcamos en otros –los personajes-. Creamos este mundo de la fabulación sabiendo que de esta forma permitimos dejar existir al enorme conglomerado interior que se sentía prisionero; encuentra entonces esta válvula de escape, una sabia descompresión interna, una herramienta donde soñar, morir, matar y gozar conviven desentendiéndose de la realidad. Construimos este otro mundo fundamental y necesario para que nuestra vida transcurra en los dos: el real y posible, correcto y esperable, junto con el mágico, sorprendente e inefable que vive a través de la historia, de los personajes, de las circunstancias en las cuales estos personajes se despliegan. No hay aquí la frontera de la razón porque no importa; tampoco de lo correcto o lo aceptado por la sociedad en un momento dado porque no importa; tampoco del pensamiento que se suelta sin pensarlo demasiado; no hay juzgamientos ni vergüenzas; no hay rezongos ni venganzas porque es un mundo ficticio. No somos nosotros: son los personajes, es la narración, es un invento, es la imaginación.
Este espacio o mundo nuevo es donde el imposible no existe. La maldad y la agresividad viven sin hacer daño porque tienen un camino que recorrer. Lo oscuro y tortuoso es permitido y se puede mostrar. Y nadie se asusta. Nadie se avergüenza. Nadie se siente juzgado ni atropellado porque es el mundo de la ficción, de lo fabulado, de lo que es sin ser realmente. En esta creación todos tenemos todas las emociones conviviendo en nuestro interior, las correctas y las incorrectas, las dañinas y las generosas, las malas y las buenas. Y se muestran.
Entonces escribir libera y alimenta. Brinda un camino por donde todas las emociones conocidas pueden transcurrir. Escribir es la mayor de nuestras transgresiones: creamos aquello que no puede existir, y lo compartimos con los demás. Lo que supuestamente no existe aparece. Lo que no debería, está. Lo oculto, comienza a ver la luz. Es regalarnos libertad de ser todo lo que somos, sabiendo que no vamos a ser juzgados. Es una maravillosa posibilidad de lograr que lo oscuro, lo incompartible, lo prohibido, lo sucio, discurra y viva en el universo. Lo fantástico, lo mágico, lo deseado, lo imposible, discurra y viva en el universo. Lo hermoso, lo sano, lo grato, lo amable, discurra y viva en el universo. Porque todos somos todo eso. Es lo real.
Es así como creo que la ficción es verdadera, es parte de nuestra vida cotidiana. Tan real como cualquier otro relato. Y aquí mencioné sólo a la escritura y al escribiente, pero los caminos por los cuales todo nuestro ser pueda desplegarse -el correcto y el incorrecto- son muchísimos.
La elección de no transcurrir ningún camino, no dejar circular los sentimientos, no permitir que fluyan las emociones, es lo que alimenta la oscuridad, el abismo y el dolor que se retuerce en el eje, en el íntimo, en la esencia de un individuo. Se retuerce pero igual tiene que salir, entonces generalmente se escapa lastimando a los demás, a su hábitat, o a la propia persona.
Hay infinitos caminos posibles… cada quien puede encontrar el propio. Esto es tema de consciencia y decisión.