lunes, 28 de noviembre de 2011

IMPREVISIBILIDAD - INCERTIDUMBRE



 “…seguir una estrategia de vida, y por tanto «hacernos a nosotros
mismos», es poco más que un ejercicio de autoengaño…”
“…Si alguien fuera capaz de «hacerse a sí mismo»… y de vivir de
acuerdo con una estrategia de vida consistente, sería una computadora
perfecta pero no un ser humano…”
                                                                                            Agnes Heller

¿Cuándo fue que se instaló el convencimiento de que la vida podía ser previsible, que se podía armar una estrategia, cumplirla, y conseguir algún tipo de meta final? Porque este relato es el que encuentro en la mayor parte de mis conversaciones con diferentes personas.

Son realmente muchas las consultas y conflictos que surgen a partir del convencimiento de que la vida es diseñada por cada uno de una determinada manera, y por lo tanto debería continuar según lo previsto; pero resulta que “de un golpe” todo cambia. Lo curioso es que el convencimiento de que todo debería haber seguido el curso de lo planificado no desaparece. No se cuestiona cómo es esto de hacerse a sí mismo. O de si alcanza con el hecho de saber cómo planificar la vida para obtener los resultados deseados. En lugar de cuestionar estas creencias, aparece la sorpresa; la incredulidad; la desesperación por enfrentarse a un nuevo universo desconocido y sobre todo no planeado. Hombres y mujeres, viejos y jóvenes, movilizados por el abismo que se les crea en su interior, acorralados por la indefensión, asustados por la incertidumbre. Entonces la pregunta… ¿cuándo y cómo se incorporó la idea de que la vida se va dibujando como una sumatoria de puntitos que van delineando una recta que avanza a pulso firme hacia el cumplimiento del punto final… aquél deseado, imaginado, ideado y cuyo cumplimiento se deberá lograr para sentir que se cumplió con el destino? ¿Una línea que se transita según el gran plan, o según el plan pequeñito, pero siempre según algún tipo de plan? Enterarse que esto no funciona así es lo que a muchos les causa un miedo cósmico, inefable, incompartible.

Cuando se puede poner en palabras, surge el lamento:  “no puedo creer que me esté pasando esto”… “¿por qué a mí?”; o surge el desamparo: “nunca me imaginé algo así”… “¿y ahora qué hago?”… o también surge la desesperación: “no sé cómo continuar”… “no puedo más”…  Cuando no se puede poner en palabras, aparecen el desencanto, el desánimo, la tristeza, la desidia, el abandono, la ansiedad y tantos síntomas más que parecen cada vez más comunes en la vida actual. Se reparten antidepresivos y ansiolíticos para calmar la mayor de todas las angustias, la mayor de todas las frustraciones, el mayor de todos los ahogos: el descubrimiento del ser contingente. No nos enseñaron esto. No nos avisaron. Nos tomó por sorpresa, nos agarró desprevenidos. Y además tuvimos que leer varios libros para enterarnos.

Esta vida que cada uno va armando se hace con proyectos que hablan de expresiones de deseo; con decisiones que se toman en cada momento, de las chiquitas y de las enormes, de las cotidianas y las existenciales. Porque el futuro no lo tenemos comprado ni está ya escrito en papeles santos. Nada ni nadie nos podrá asegurar nunca cómo continuará este relato, o hasta cuándo continuará… podemos saber de dónde partimos, o de dónde nos queremos ir, pero no podemos saber cómo será el camino ni mucho menos dónde terminará…. ¿Me amarás para siempre?  ¿Este trabajo es para toda la vida? Racionalmente un gran número de personas saben que son preguntas sin respuestas, o que las respuestas sólo son deseos, y sin embargo actúan como si fuera posible responderlas, o como si ya estuvieran respondidas. Y cuando “las cosas” no funcionan así, cuando “la vida nos da sorpresas”, es cuando sobreviene el caos interior: algo pasó que los planes se derrumbaron, y la persona no puede con esta novedad. Se derrumba junto a su plan. Actúa justamente como si el plan fuera una línea trazada en el mapa de su existencia, se borra la línea, se trunca, no hay más mapa…. ¿y ahora qué?

Hace poco tiempo una persona me cuenta con gran angustia y desazón que habiendo planeado todo correctamente, habiendo previsto y construido su vida según sus deseos, según la aprobación familiar, habiendo analizado concienzudamente las metas a lograr, no entendía por qué “las cosas” le estaban saliendo mal. Traté de conversar acerca de la imposibilidad de construir una estrategia de vida y un destino; o mejor sobre la torpeza de hacerlo, ya que creo que la vida de cada uno no surge de una resolución, un recorrido, un final, sino que se van tomando múltiples decisiones, continuamente, se va resolviendo y emprendiendo caminos que nos llevan, que se desvían, que hacen que se tenga que volver a tomar otras medidas, y así en un entramado que se parece más a una malla caótica de hilos entrecruzados. Traté de conversar sobre la construcción basada en las decisiones, en esas millonésimas decisiones a partir de las cuales emprendemos caminos que cambian, se desvían, se corrigen, se vuelven para atrás, aparecen otros, y cada paso, cada respiro tiene que ver con otras tantas decisiones que aparecen- desaparecen- vuelven a aparecer. Mientras me entusiasmaba con el relato, enredándome en la red de hilos caóticos, encantada por lo intensa que es la función de vivir, me di cuenta que la persona se iba aflojando en el sillón, se ponía gris y asomaban unos ojos llenos de espanto…. Me di cuenta de la incomodidad que estaba produciendo mi relato. O –lo que es lo mismo-  de la comodidad de imaginar que sí tenemos un destino, marcado por fuerzas superiores o delineado por cada uno, y que hay un plan que cada uno traza, un camino, que la persona se construye a sí misma, se hace, y que si se conduce por él sin errores, se llegará a ese punto final y deseado. Y que la infelicidad proviene de los errores en el recorrido; la frustración y desaliento es por la pérdida de fuerzas para transitarlo, o por la distracción y necesario error que se comete. Y que entonces se puede por ejemplo ir a terapia para que alguien nos haga ver ese error, nos marque dónde estuvo la equivocación, y así corregirse y seguir por la famosa “senda trazada”.
Pero siempre es tiempo de pensar otra vez sobre aquello que creíamos seguro. Al menos para no tropezar una vez y otra también con la misma piedra. Al menos reconocer la piedra, animarnos a mirar cómo ya antes caminamos hacia ella, y en esta nueva oportunidad hacer “las cosas” diferentes.
Si estamos de acuerdo en que cada situación requiere de un plan actual, cada momento hay que decidirlo, cada problema hay que resolverlo; en cada encrucijada hay que disponer por dónde ir; es cuando la persona empieza a aprender que, al decir de Agnes Heller, “su vida no está en función de ningún propósito más alto que el de ser vivida”. Es cuando cada paso, cada momento, cada producto de nuestra decisión tiene un altísimo valor en sí mismo porque ésa es la vida construida por cada uno, esos pasos uno a uno son el verdadero sentido. Todo empieza a valer por sí y no “para algo”. Es cuando se comienza a disfrutar, sin el terror de estar cumpliendo bien o mal el propósito de algo superior o más alejado. Es cuando se empieza a perder el terror a la equivocación, al error, porque de esto se trata, de ir y venir, de emprender y volver atrás, de hacer y deshacer, todos esos hilos entremezclados y caóticos que forman la malla de cada vida –la vida posible, la única. Se incorpora la incertidumbre porque así es como funciona, no hay por qué disfrazarla ni torcerla porque se trata de valorar cada paso en función de sí mismo. Es saber que lo que habíamos planeado puede ser como no, que los deseos son deseos y no metas, que todo se puede dar vuelta sin sentir el ahogo de la existencia porque ya se pudo entender que se trata del recorrido y no del destino. Tenemos que admitir, reconocer, algunos descubrir, que la contingencia –como lo dice Agnes Heller- es un estado de la existencia.

lunes, 21 de noviembre de 2011

LO QUE SOMOS (parte II)

En el entendido que somos todo lo que conocemos en los humanos –lo luminoso y lo oscuro, lo permitido y lo prohibido- es que podemos compartir estas líneas sobre las relaciones humanas.


Es demasiado frecuente el relato acerca de las controversias y peleas familiares, entre amigos, entre personas que en algún momento se eligieron entre sí para compartir un camino. Muchas veces las peleas son grandiosas, repletas de pasiones encontradas, con un alto contenido dramático: hermanos que no se hablan durante veinte años; hijos peleados con sus padres a tal punto que ni siquiera les permiten conocer a sus nietos; amigos del alma que de un día al otro se dan vuelta la cara sintiéndose traicionados mutuamente; en fin, todo tipo de tragedias y tragicomedias. Llaman la atención. O me dan qué pensar… Pienso en la falta de paz, en la imposibilidad del perdón, en la incapacidad de entender, en la dificultad para aceptar. También me da por pensar en la necesidad de señalar o apuntar, en la actitud de despreciar, en la forma de relegar, en la manera de juzgar y castigar. Resulta que en una época una persona fue agradable, con una escala de valores compartible, elegible para establecer algún tipo de vínculo, y en algún otro momento esa misma persona pasa a ser degradada, dejada de lado, sometida a las más variadas críticas, porque se equivocó en algo, o no estuvo a la altura de lo esperable, o falló en algo supuestamente sustancial.

A veces la situación de pelea o alejamiento pasa sólo en algunos momentos, luego todo se corrige de alguna manera u otra y vuelve a su cauce normal. No es lo que me preocupa, pues considero que es parte de los múltiples vaivenes por “todo lo que somos”.
Lo que considero un problema, lo que me estremece y me eriza, es saber de esa gran cantidad de situaciones en las cuales las separaciones o peleas se realizan con un llamativo “para siempre” o con un dramático dolor, justo entre personas que compartieron caminos, que se eligieron, o que les tocó vivir juntas (como es el caso de familia) y que vivieron tanto –aunque no elegidos- vivieron tanto juntos.
Vale preguntarse qué fue lo que cambió. Cómo alguien puede ser tan principista o tan terco o tan necio para juzgar y castigar a esos otros por haberse equivocado o haber hecho daño alguna vez. Cómo se puede repudiar o simplemente descartar a personas que comparten o compartieron un camino sólo porque hizo algo o dijo algo que no gustó nada, que no estuvo bien…. Entonces simplemente se desecha a esa persona del universo compartible. Y ya está. Así de simple. Generalmente además, sin dar la chance o la posibilidad de que medie una conversación profunda, o sincera; un intento de entender cómo se sintió del otro lado, qué fue lo que pasó para cada una de las partes, porque para qué… si basta con excluírlo/a.
Esto tiene mucho que ver, a mi entender, con el tema de la intolerancia; con la posibilidad o no de vivir con el distinto; con la necesidad y búsqueda de estar siempre entre iguales, porque los que no lo son dan miedo, producen aprensión, ponen en juego emociones más complejas. Pero acá me estoy yendo de tema… es otro ángulo que aprovecharemos en otro post J

Si una persona realmente hace consciente no sólo lo imperfecto que es el humano (esto ya es llover sobre mojado) sino que aprende, entiende, se da cuenta de todo ese todo que forma a cada uno… de lo también nefasto y perverso que es cada uno, de lo potencialmente violento y equivocado que es también cada uno, de lo difícil, lo arduo que es vivir en un equilibrio, lo espinoso que es tratar de equivocarse lo menos posible, lo casi inaccesible que es mantenerse sensato, cordial y prudente; si se es consciente de todo ese todo que constituye el ser humano, entonces podría cada quien medir a los demás, medir al otro, a ese otro diferente, con una vara más acorde a lo que se aprendió sobre sí mismo, y no sólo darse el lujo de sentenciar y sancionar, con esa soltura y esa manera tan fácil que encuentro logran las personas con tanta frecuencia.
No voy a caer tampoco en la inocencia de pensar que todos somos pasibles de ser amigos o de construir un vínculo afectuoso. Cada uno tiene su escala de valores, sus índices sobre la moral y la ética, sus certezas, sus sentimientos, sus pautas de comportamiento. Son válidas para cada uno, y es lo que nos permite acercarnos o alejarnos de otra persona; ser amigos o desentendernos; amar u odiar; juzgar; pertenecer o no pertenecer. Esto también tiene que ver con las elecciones de vida, las decisiones con las cuales construimos nuestro camino. Por lo tanto cada quien elige con quien estar. Por eso hay individuos que alguien puede simplemente no soportar, o no compartir, o no interesarse. Y así funcionamos. Éste tampoco es el asunto que me preocupa.
Lo que me pregunto y hasta a veces sufro es qué pasa con la persona que eligió a otra, que compartió con otra, que abrazó a otra, todo mientras se encaminó dentro de los cánones previstos, porque cuando cometió un error, o una falla, ya es alguien a quien castigar. Esto es lo que eriza. Aquí hay un individuo que insiste en creer que él o ella no caería jamás en determinados errores, no fallaría de esa manera nunca, no haría tal o cual cosa que lastima a otros… en fin…tal vez tenga razón ese individuo… no caería en determinadas fallas pero ¿realmente no sabe que caería en algunas otras, que también pueden lastimar? ¿no sabe que potencialmente podría errar de la misma manera? ¿realmente ese individuo cree que está hecho sólo de “cosas buenas”, porque las “cosas malas” son propias de otros? Esto sí es una inocentada. No saber de ese todo que abarcamos. No saber sobre la naturaleza contradictoria y equívoca de los humanos. La inocentada es no saber que cuando obramos bien es porque pudimos y supimos reprimir nuestro mal. No saber que nadie es un extraterrestre… es una persona de carne y hueso, como los demás. El que se convence que es bueno y los demás le fallan y lo traicionan, no está entendiendo cómo funcionamos, qué somos, qué límites tenemos ni cuál es nuestra libertad. Tal vez por esto necesite erigirse en el salvador de todos los principios, y deje por el camino a todo aquel que habiendo compartido un camino, o habiendo nacido en la misma familia, o habiendo sido elegido por afecto, simplemente en algún momento pasa a ser la peor persona, o la que no merece su cariño. Cuánta soberbia encierra esto. Cuánta soberbia y cuánta inseguridad. Cuánta necesidad de defenderse (¿de qué? ¿de quién?). Qué poca idea de lo que es importante y lo que no lo es. Qué lejos está esto de lo que mencioné más arriba: de la posibilidad que todos tienen de juzgar y elegir. Cómo se confunde esta posibilidad de elegir con la soberbia y la omnipotencia de creerse el poseedor del bien universal. Y es por todas estas cosas, porque veo demasiado frecuentemente estas situaciones, que pienso que es importante el tema “todo lo que somos”. Lo que elegimos, lo que nos preocupa entender, lo que dejamos de lado. Otra vez: es un tema de consciencia y decisión.

lunes, 14 de noviembre de 2011

LO QUE SOMOS (parte I)

…“Tal vez sea inexplicable que personas adultas y más o menos competentes estén dispuestas a sumergirse en una narración que desde el primer momento se les advierte que es inventada”. …
Cuando me leyeron éste y otros párrafos de un discurso pronunciado por el escritor español Javier Marías, recuerdo que me dio gracia, sentí simpatía por la idea…. Porque si uno se pone a pensar, es verdad que siendo tan rica y compleja la vida, tan inabarcable, cómo se nos viene a ocurrir escribir o leer novelas que cuentan cuentos que nunca ocurrieron... Novelas inventadas sobre una realidad inventada en un espacio inventado… La pregunta está cantada… ¿qué sentido tiene si quienes las leemos ya sabemos que no existe? ¿cuál es el sentido de escribir ficciones en lugar de narrar la vida, lo acontecido o una biografía?  En su texto Javier Marías dice que nos permite “conocer lo posible además de lo cierto, las conjeturas y las hipótesis y los fracasos además de los hechos, lo descartado y lo que pudo ser además de lo que fue”. Habla de tomar en cuenta en la vida de las personas no sólo lo que han logrado, lo que hicieron efectivamente, sino también las pérdidas, las omisiones, los deseos incumplidos. Piensa que tal vez la ficción es la que cuenta todo esto, todo junto…
Estoy de acuerdo. Y más allá de que solté frases fuera del contexto de todo su discurso, lo cual admito que es bastante déspota para con las ideas que realmente quiso expresar el autor, voy a aprovecharme de ellas para contar cosas que me vinieron a la cabeza con estas frases.

Primero que nada volví a confirmar ante mí misma que me encanta leer novelas de ficción, a pesar de saber que son un invento. Puedo desentenderme de quien las escribe, olvidarme que son un artificio, y compenetrarme con el mundo que me proponen con tanta intensidad como si fuera la vida misma. Tan es así, que recuerdo cualquier novela leída y tengo la impresión de haber leído una parte de la vida de alguien.
Es que creo que la novela de ficción, la escritura de lo que sea que se invente o imagine, también es real. También forma parte del mundo que compartimos, de la vida cotidiana, de lo que somos todos los días. Aunque se hable de fantasmas y dinosaurios, de pozos en un jardín o de la ciudad de Santa María; son lugares y situaciones absolutamente reales y pertenecientes a nuestro mundo. Estoy convencida de que ese mundo inventado, ese espacio paralelo, esa creación que pervierte los límites de lo real y cotidiano, es un mundo que también tiene que ver con el autor y su “verdadera” vida. También es real, aunque sea fraguada.
Cada uno de nosotros alberga un sinnúmero de emociones, pensamientos, valores, sentimientos, principios… todos entreverados, todos juntos, todos coexistiendo en el mismo envase –el individuo-. Son contradictorios y ambivalentes: existen al mismo tiempo, en la misma persona, la maldad y la bondad, la generosidad y el egoísmo, la flexibilidad y la terquedad, la tolerancia y el desatino. Todo vive y existe en cada uno de nosotros. Somos un todo difícil de explicar ni de sostener con la lógica.
En armonía con el deber ser, con la escala de valores tal o cual, con los mandatos ancestrales o las pautas de comportamiento de la época y del lugar, las personas optan por un conjunto de valores y se desentienden de otros. O tratan de hacerlo. Como ejemplo, una persona siente que está bueno ser generosa. Y se esmera en serlo. Esto quiere decir que probablemente logre que una buena parte de su tiempo y de sus actos realmente sean generosos. Pero lo que no quiere decir es que haya perdido el egoísmo, o que carezca de él. Porque estamos “hechos” de este todo. El egoísmo es una cualidad humana como tantas otras. El individuo que se elige generoso dentro de sus posibilidades, lo que está haciendo es reprimir lo más que puede su egoísmo. Lo guarda en sus profundidades y presiona para que no se suelte. Pero lo tiene también. El pacífico tiene su violencia. El sabio tiene su ignorancia. El bueno tiene su maldad. Nosotros somos todo esto. Nos podemos “elegir” dentro de determinados límites, pero no podemos dejar de ser.
Si estamos de acuerdo con esto, una cosa buena que nos puede pasar, es aprender a darle un camino a las emociones que trancamos por dentro por parecernos inadecuadas o dañinas. En el ejemplo anterior, saber conducir a este egoísmo, dejarlo fluir, que circule de alguna manera, ya que no parece bueno que quede por allí trancado lastimando las entrañas. Y todo esto sin que altere ni tampoco interrumpa la elección sobre el sí mismo. Es aquí donde pueden aparecer caminos posibles, y dentro de ellos, las expresiones artísticas son un buen ejemplo. Aquí entra la escritura.
Aparece la escritura creando este nuevo mundo, o mundo paralelo: la supuesta ficción. Surge esta mágica manera de trascender las fronteras impuestas y auto impuestas. Un imaginario donde todos tenemos cabida, donde todos los sentimientos tienen cabida. Este escenario nos permite decir todo cuanto queramos justamente por lo quimérico; nos permite sentir, emocionarnos, pensar, expulsar, escupir todo cuanto tengamos ganas y necesidad. Sin corrección. Sin miedo. Sin inadecuación. Porque todo lo que “no somos”, todo lo que nos perturba y no podemos decir, todo lo improcedente e inoportuno, lo volcamos en otros –los personajes-. Creamos este mundo de la fabulación sabiendo que de esta forma permitimos dejar existir al enorme conglomerado interior que se sentía prisionero; encuentra entonces esta válvula de escape, una sabia descompresión interna, una herramienta donde soñar, morir, matar y gozar conviven desentendiéndose de la realidad. Construimos este otro mundo fundamental y necesario para que nuestra vida transcurra en los dos: el real y posible, correcto y esperable, junto con el mágico, sorprendente e inefable que vive a través de la historia, de los personajes, de las circunstancias en las cuales estos personajes se despliegan. No hay aquí la frontera de la razón porque no importa; tampoco de lo correcto o lo aceptado por la sociedad en un momento dado porque no importa; tampoco del pensamiento que se suelta sin pensarlo demasiado; no hay juzgamientos ni vergüenzas; no hay rezongos ni venganzas porque es un mundo ficticio. No somos nosotros: son los personajes, es la narración, es un invento, es la imaginación.
Este espacio o mundo nuevo es donde el imposible no existe. La maldad y la agresividad viven sin hacer daño porque tienen un camino que recorrer. Lo oscuro y tortuoso es permitido y se puede mostrar. Y nadie se asusta. Nadie se avergüenza. Nadie se siente juzgado ni atropellado porque es el mundo de la ficción, de lo fabulado, de lo que es sin ser realmente. En esta creación todos tenemos todas las emociones conviviendo en nuestro interior, las correctas y las incorrectas, las dañinas y las generosas, las malas y las buenas. Y se muestran.
Entonces escribir libera y alimenta. Brinda un camino por donde todas las emociones conocidas pueden transcurrir. Escribir es la mayor de nuestras transgresiones: creamos aquello que no puede existir, y lo compartimos con los demás. Lo que supuestamente no existe aparece. Lo que no debería, está. Lo oculto, comienza a ver la luz. Es regalarnos libertad de ser todo lo que somos, sabiendo que no vamos a ser juzgados. Es una maravillosa posibilidad de lograr que lo oscuro, lo incompartible, lo prohibido, lo sucio, discurra y viva en el universo. Lo fantástico, lo mágico, lo deseado, lo imposible, discurra y viva en el universo. Lo hermoso, lo sano, lo grato, lo amable, discurra y viva en el universo. Porque todos somos todo eso. Es lo real.
Es así como creo que la ficción es verdadera,  es parte de nuestra vida cotidiana. Tan real como cualquier otro relato. Y aquí mencioné sólo a la escritura y al escribiente, pero los caminos por los cuales todo nuestro ser pueda desplegarse -el correcto y el incorrecto- son muchísimos.
La elección de no transcurrir ningún camino, no dejar circular los sentimientos, no permitir que fluyan las emociones, es lo que alimenta la oscuridad, el abismo y el dolor que se retuerce en el eje, en el íntimo, en la esencia de un individuo. Se retuerce pero igual tiene que salir, entonces generalmente se escapa lastimando a los demás, a su hábitat, o a la propia persona.
Hay infinitos caminos posibles… cada quien puede encontrar el propio. Esto es tema de consciencia y decisión.

lunes, 7 de noviembre de 2011

PRIMER LUNES

¡¡ Bienvenido el lunes !!  Es el día de la semana sometido al mayor escarnio público, así que quise cambiarle la pisada y sacarle algo bueno: lo elegí como el día para compartir un espacio de cuentos, reflexiones, simples pensamientos o ideas.  Parece tonto esto de escribir cosas para que anden boyando… y sin embargo me encanta.
Me pregunté más de una vez por qué insisto y vuelvo a insistir con esto de la escritura en cualquiera de sus formas. Si a fin de cuentas no todos tenemos el don. A algunos, dentro de los que me cuento, se nos da bien la palabra dicha, la conversación, el monólogo, el discurso y hasta el cotorreo. Entonces nuevamente ¿por qué insistir en escribir?
La escritura en muchos casos se puede reconocer como una exaltación, un entusiasmo muy particular que brota del interior y empuja hasta florecer. Surge así un deseo abrumador, casi doloroso, de dejar salir las palabras, un párrafo, de llenar un cuaderno con letras. Este deseo, pasión, circunstancia irrefrenable cobra un sentido menos abstracto y se materializa. El flujo de ideas, la enorme cantidad de pensamientos y emociones que se apretujan en algún lado, la sensibilidad, todo inunda y desborda. Entonces lo primero que me sale es tratar de conversar, de decir. Pero vine aprendiendo con los años que esto tiene un límite palpable. Al principio no manejaba muy bien este límite, entonces atropellaba a algunos amigos con la verborragia incontenible, los aturdía hasta que lograba darme cuenta de sus caras de desesperación, rostros perturbados tratando de aprovechar algún suspiro para decirme que ya habían entendido lo que les quería decir, que ¡basta por favor!… y yo que sentía que recién había empezado…
No hay personas que uno pueda aturdir tanto como para expresar ese inefable que se vive en el interior. No hay momentos adecuados ni tiempos suficientes. Es cuando uno es consciente que está hablando demasiado, o muy rápido, o de cosas que no corresponden al lugar o al momento. Es que esa vivencia interior es tan vasta, profunda e intensa que necesita otro espacio –otro mundo- para existir. Es aquí cuando me llega este deseo de dibujar las letras en el papel, o más bien y muchas veces, teclear las letras en un ordenador.
Aparece entonces la pasión irrefrenable. Está allí, como distraída, tratando de pasar inadvertida, sin provocar ni amenazar. Calculo que sólo quiere que la deje donde sea que esté. Que no la presione. Que tampoco la olvide. Pensándolo bien es bastante déspota esta pasión. Tiene muchos requerimientos. Quiere estar pero no llamar la atención. Quiere que la escuche y la atienda pero que no me excite ni me subvierta.
Entonces hago con ella lo único que puedo: soltarla de vez en cuando. En esta oportunidad, quiero lograr una escritura para compartir, no para hablar conmigo misma. Que hablar conmigo misma lo hago desde que soy consciente, me sale tan suelto que ni siquiera me complica. Pero compartir con los demás lo que queda escrito… esto sí que es un desafío para mí. Lo escrito que se comparte se corporiza, toma vida propia, se mueve con reglas exclusivas que ni siquiera conozco bien pero no parece importar; se instala en lugares donde todo es posible; hasta hablar en forma incorrecta es posible, hasta ser incorrecto es posible.
Ante mi pregunta que se repite y repite cada vez, con cada fracaso, con cada malhumor o intolerancia… lo que hago es mirar por la ventana hacia la naturaleza, tratando de encontrar la sabiduría escondida. Vuelvo a escrudiñar el “¿por qué insisto?” Pues ahora ya lo sé. Es porque vibro. Miro hacia afuera y sé que esta vida es mi obra posible. Cada paso. Cada emoción. Cada enojo. Y entonces siento la pasión. Y quiero compartir lo que escribo.
Voy a escribir en el blog todos los lunes que pueda. No sé si van a ser todos los lunes estrictamente. Pero será en día lunes. Los más que pueda. Temas: la vida misma. O lo que sea. Tenemos tantas cosas, permanentes y circunstanciales, de las que me gustaría escribir, que lo dejo así, a descubrirse semana a semana. Y ojalá pueda haber un intercambio, porque ya sé que muchos de los que lean este blog tienen muchas palabras para escribir también. Qué bueno si armamos un espacio con pasiones cruzadas… hay tantas certezas y tantas opiniones, tantas dudas y tantos cuentos que quieren salirse y vivir…