lunes, 17 de septiembre de 2012

LOS BUENOS Y LOS MALOS


No hay gente buena y gente mala. No es tan simple. No se burlen de la inteligencia, ni de la percepción, ni de la intuición de las personas. Los problemas son mucho más complejos y tratar de resolverlos mediante la banalización de los planteos es menoscabar la posibilidad de entendimiento, de debate, de información y de mayor educación y cultura de la población general.

Las/los seguidores de mi blog saben lo preocupada que me siento por temas como las decisiones, la autoridad y la responsabilidad, el hacerse cargo….. y también saben que más allá de cómo he presentado estos temas en los diferentes post, nunca han sido tratados como conceptos abstractos sino como el armado de la vida de cada uno. Es en este sentido que quiero traer estos conceptos nuevamente y vincularlos con algo actual y que de una manera u otra inunda la vida de cada uno de nosotros: el tema de la salud pública y el debate hoy instalado con los cirujanos de ese ámbito.

No hay cirujanos buenos y cirujanos malos. Hay cirujanos que quieren renunciar a salud pública porque no creen tener una remuneración ni condiciones de trabajo acordes con su estudio, su dedicación y su esfuerzo. Se puede estar de acuerdo o no con sus planteos y con sus medidas, pero lo que considero que no se puede, es simplificar esta situación hasta ponerla en términos de gente buena/gente mala.
Es obvio a esta altura que las cosas en salud pública están provocando disconformidades en distintos ámbitos. No quiere decir que las cosas estén horribles, ni que no se haya avanzado en muchos aspectos muy interesantes, pero es claro que se necesita seguimiento, corrección de ideas, corrección en la gestión, reparar equivocaciones, superar dificultades, cambiar rumbos donde las cosas no hayan salido según lo esperado… o en pocas palabras: seguir avanzando.  Cuando en lugar de esto, se ve la enorme preocupación por “culpar al otro” sin hacerse cargo de lo generado por sí mismo, entonces aparece mi desilusión irrevocable. En este conflicto en particular, escucho que desde el gobierno se pide a los cirujanos que tengan en cuenta que lo que está en juego es la salud, y que con la salud no se puede jugar, y piden que se acuerden de la gente que es la perjudicada… muy bien, pero si realmente los gobernantes creen esto que han dicho de la importancia de la salud pública, les corresponde a ellos que todo funcione, no echarle la culpa al “otro”. Al menos se espera que asuman la cuota de responsabilidad que les cabe. O de lo contrario ¿qué están trasmitiendo? Que los cirujanos con esta actitud se olvidan del ciudadano común, que son los malos ¿Y cómo se catalogarán ellos mismos que son los que hacen la política y toman las decisiones? Reconozcan mejor que los problemas no son simples de solucionar en lugar de dividir las situaciones entre el bien y el mal.

También sentí la opinión de un diputado del partido de gobierno llamando al repudio social. Buena manera desde el gobierno de solucionar conflictos. Y por si fuera poco, otro diputado -médico cirujano- declara sentir vergüenza por sus colegas porque es un país donde la gente pagó la carrera de quienes estudiaron y ahora son profesionales y por lo tanto éstos deberían estar pagando la deuda que generaron con la sociedad toda. Pero nuevamente...no es tan simple. Se dice que los profesionales deberían devolver a la población lo que se les dio en forma gratuita, porque los estudios en la Universidad de la República los paga la gente. Pero resulta que -si se quiere estudiar en la Universidad de la República- esto de que todos los que quieran hacer una carrera universitaria la hará en forma gratuita es una obligación. Porque se considera que es lo mejor para todos, y ni siquiera se permite hacer un debate serio sobre este tema, se convirtió en algo así como un “tema de principios”. Entonces a hacerse cargo de esta creencia. Asumir la responsabilidad por esta política. Un estudiante que quiere hacer su grado en la UDELAR no tiene la posibilidad de pagar sus estudios para luego no deberle nada a la sociedad. No se le da la posibilidad de tener un contrato claro, del tipo  “usted paga  x cantidad de dinero durante sus estudios, entonces no genera deuda; usted no paga nada durante sus estudios, entonces como profesional contrae la obligación de trabajar en el servicio público estatal tanto tiempo durante tantas horas como pago a su deuda generada”. Si la política o el principio indiscutible es que la educación sea gratuita para todos, sin contrapartidas establecidas más allá de los impuestos que se determinan, entonces a hacerse cargo de las consecuencias que esto genera en lugar de culpar a algunos de egoístas y sentirse otros tan generosos.

El sistema entero tiene que funcionar. Los responsables de que funcione eficazmente son los que tienen que resolver los conflictos y corregir lo que no esté saliendo bien. No es simple. Es preferible oír decir a los responsables que les es muy difícil resolver y mejorar algunas situaciones, y debatir o dialogar con los involucrados las formas para hacerlo, en lugar de tratar de convencernos que es un tema entre buenos y malos, egoístas y generosos. Si no tienen la inteligencia, audacia, honestidad y coherencia para gobernar no banalicen los temas, simplemente retírense y dejen el lugar a quienes sí sean capaces de hacerlo. 

lunes, 16 de julio de 2012

¿ESTAMOS EDUCANDO?


Un país puede tener -como parte de su política y plan de gobierno- a la educación como una de sus prioridades, o como la principal preocupación, lo cual sería muy positivo. Pero pienso que es insuficiente. Porque también, un país puede optar por tener a la educación como eje de su política, no como prioridad, sino como el núcleo a partir del cual todo se comienza a pensar y hacer. La diferencia está en que cuando la educación es el núcleo de las políticas significa que quienes las llevan a cabo todo lo planifican, lo piensan y lo ejecutan en función de si educa y cómo educa.

Entonces se mira a la educación primaria y secundaria porque los niños y adolescentes son el futuro del país, sobre quienes más se puede actuar, cifrar esperanzas, esperar cambios. Y esto implica educar con todo lo que significa esta palabra. Se educa para un correcto crecimiento y desarrollo del ser humano, cuidando de incorporar la individualidad a los deseos colectivos; enseñando que cada uno tiene un espacio, que la vida de cada uno es importante, que los sueños individuales y colectivos son posibles porque se puede soñar. La vida de cada uno y de todos vale y mucho; el espacio de cada uno y el espacio común vale y mucho; la convivencia entre todos -los parecidos y los distintos- vale mucho; el respeto entre los humanos es un valor a cuidar y proteger; los desafíos son plausibles, los cambios son bienvenidos, las ambiciones y los deseos están permitidos y encuentran por dónde canalizarse. Entonces se educa para la vida de cada uno y entre todos. Esta inmensa ambición se puede ensayar cuando un gobierno tiene como eje de cualquier política, emprendimiento, plan y acción a la educación. La educación como el centro, el punto de partida.

Bajar a tierra este desafío significa hacer el mayor esfuerzo -priorizando efectivamente- en la construcción de escuelas y liceos que sean acordes con lo que queremos enseñar a los jóvenes; que haya contención, limpieza, lugar para todos/as, luz, bancos, temperatura acorde. Por la vía de los hechos enseñar cómo está bien vivir y estudiar, porque no es lo mismo lo que se enseña cuando se encierra a un adolescente en un cubículo con el baño roto, paredes enchastradas, aulas congeladas en invierno, bancos que no alcanzan o están astillados, basura en los rincones; porque así ningún niño o adolescente crece y se desarrolla educándose en la comprensión del significado de “lo de todos”, del cuidado por “lo nuestro” “nuestro espacio”, sino que crece con el desprecio a su persona, con la idea de que no vale lo suficiente como para estudiar en un lugar cálido y acogedor, y por ende con el desprecio hacia todos sus “iguales” y el odio hacia aquellos privilegiados que sí tienen lugares de estudio respetuosos y por tanto son los “diferentes”. Si se quiere hablar de convivencia hay que hacer eje en cómo estamos educando. Por esto es que la infraestructura es un tema tan importante como el contenido de los programas de estudio. Porque de niño y adolescente, además del relato histórico y aprender a sumar y restar, se está enseñando a vivir en sociedad, con otros, con lo que somos y merecemos, con la vida como bien más preciado, pero no porque lo diga en un discurso sino por la vía de los hechos. Entonces los centros de estudio deben ser suficientes, cálidos, acogedores, contenedores, inclusivos; deben mostrar justamente que cada vida vale y mucho. Cualquiera entiende que es muy importante tener suficientes y buenos edificios para que los chicos estudien, pero tenemos que entender que significa algo mucho más profundo; no es sólo para que los muchachos no pasen frío o no se les llueva el techo (cosas por cierto muy importantes) sino algo mucho más hondo: le estamos dando o no el lugar a la vida individual y colectiva, y le estamos diciendo cómo es ese lugar, cómo es lo que se merece cada uno, cómo vale cada quién. Claro que también son importantísimos adecuar los planes de estudio, los programas, lo que se quiere enseñar y cómo se lo quiere enseñar. Pero una cosa no debe retrasar la otra. Una cosa no debe sustituír la otra. Porque hay cambios que cuestan más llevarlos a la práctica que otros y no está bueno que mientras se trata de hallar consensos en lo que se quiere enseñar y en cuánto tiempo, se esté dejando de lado la enseñanza más profunda sobre el valor que tiene la vida de cada uno, el espacio donde merecen desarrollarse, porque esto es infundir seguridad y autoestima a cada chico.

Bajar a tierra también significa comenzar una política de mejora y perfeccionamiento de los educadores, dándoles el lugar de importancia que tienen en una sociedad cuyo eje es la educación. Y hay que saber que la construcción de cualquier cambio se realiza a partir de los hombres y mujeres, del entendimiento de sus complejidades y ambivalencias; estos cambios se van realizando con los recursos humanos que existen hoy, y por tanto se los tiene que incorporar, englobar, en toda proyección sobre política hacia los educadores. Y pasaría a tener una enorme relevancia los centros que preparan a estos educadores.

Pero también significa pensar cualquier plan, cualquier rincón del gobierno en función de si estamos educando y qué estamos educando; si se está trasmitiendo el valor de la vida con cada acción, cada plan, cada modificación, con tantos pequeños gestos. Por ejemplo tener un servicio de limpieza de cada ciudad que permita que el ciudadano se sienta cómodo en su lugar de vida, que lo valore, que se apropie, que entienda lo que significa un bien común y cuánto nos preocupamos todos por tener este bien común prolijo y respetuoso con todos. Entonces podemos enseñar a reciclar, pero sólo si después no se burlan de nosotros porque lo que reciclamos se tira todo junto en algún lado. Podemos enseñar a sacar la basura individual los días que se recoge un contenedor colectivo y no cualquier día, porque así nos ayudamos a preservar nuestro hábitat, pero entonces el contenedor colectivo debe ser vaciado y limpiado los días estipulados para que el ciudadano comprenda por la vía de los hechos que todos somos los que colaboramos para respirar aire puro.

Significa respetar las reglas y las instituciones que son de todos, porque así por la vía de los hechos se enseña y se educa a respetar los espacios privados y públicos porque tienen un valor: la casa, la cuadra, la plaza, el barrio, el parlamento, los monumentos, los parques, las calles, las veredas, los jardines, la lámpara del vecino, la escuela, el club. Sólo por la vía de los hechos, respetando y cuidando obsesivamente lo que es de todos, es que un ciudadano incorpora conceptos como respeto y convivencia. Si no hay luminarias, los parques no se cuidan, las calles están rotas, se juntan basurales, se sacan árboles y se olvidan de colocar nuevos en sus lugares; si se desprecia lo público, entonces no se puede echar la culpa a la idiotez y desinteligencia ciudadana, como les gusta hacer a muchos. Porque son quienes gobiernan basados en la educación los que tienen que enseñar a la mayoría estos conceptos, por la vía de los hechos.

Significa explicar, aunque resulte aburrido y monótono, cada idea, cada acto. Que tenga una explicación con la cual algunos estarán de acuerdo y otros no, pero existe un pensamiento antes del acto. Porque tirar ideas irresponsablemente sin asumir sus consecuencias, es enseñar que cualquiera puede decir cualquier cosa porque todos estamos capacitados… todos somos médicos, directores técnicos del cuadro de fútbol, políticos, sociólogos y carpinteros… los que se preparan y estudian pierden el tiempo, si cualquiera puede saber cómo se arregla el mundo. Si queremos que la educación, la preparación, el pensamiento, la discusión sean valores a resguardar, entonces los que erigen los planes, los que proponen las ideas para todos, los que sugieren comportamientos, sean los que eduquen, expliquen, y por la vía de los hechos enseñen que las cosas no son fáciles y sea lo que sea para lo que nos estemos preparando debemos pensar antes de hacer, informarnos y pensar. Luego hacer. Y hacer. Porque también educar es poder trasmitir que cuando se llega a una conclusión se hace porque no nos conduce a buen puerto quedarnos eternamente en la duda ni en la complejidad del pensamiento.

Es distinto decir que la educación es una de las cosas más importantes que debe encarar un gobierno, a decir que la educación será el eje desde donde se gobierne. Todo lo que se hace, por más chico o más grande que sea, estará ideado, planificado y pensado en base a qué estoy educando con esto. Pero claro está… para esto se necesita liderazgo. No esperen que una población en general decida lo que no se informó lo suficiente, lo que no sabe, lo que no estudió. Se tira una idea y después se dice que si la mayoría quiere se hace y si la mayoría no quiere no se hace ¿Qué significa esto? Nuevamente: parece que todos tenemos capacidad para decidir sobre cualquier cosa, no sé para qué estudian los que estudian; además no necesito información ni enseñanza sobre la cuestión a decidir, porque está bien decidir a instinto, a piel, tal como se me tiró la idea.

Convivencia, tolerancia, cuidado público, interés colectivo, todo esto se educa, no viene solo. Por eso es diferente la propuesta de un gobierno que invite a realizar cada acto en base a la educación general. La educación como gobierno mismo, en todos los aspectos de la vida, para lo cual también se necesita autoridad y liderazgo. De lo contrario, no hablen de palabras tan importantes tirándolas al vacío. Convivencia, tolerancia, respeto, amabilidad, felicidad, sueños, trabajo. Todas palabras con mucho significado que un gobierno debe bajar a tierra en lugar de banalizarlas.  

lunes, 25 de junio de 2012

LAS PALABRAS Y LOS CONCEPTOS.-


Palabras como amor, felicidad, solidaridad, tolerancia… son palabras. Estas palabras cobran significado dependiendo de su contexto, del pensamiento en el cual fueron nombradas, de la intención de quien las nombró, del grado de responsabilidad y poder que tiene quien las menciona como palabras/destino, de la cultura de la región en la cual fueron mencionadas, de las expectativas y de las posibilidades del lugar en el cual se nombran. No me parece interesante la inocencia de tomarlas como simples abstracciones, como si no se dijeran cosas muy concretas cuando se mencionan, como si no se tuviera una intención o un objetivo, como si todos entendiéramos lo mismo o les diéramos el mismo significado.

Cuando las palabras amor y felicidad son mencionadas por un poeta que revela su estado de ánimo, su deseo, su expectativa, su mirada soñadora y pura inmersa en su existencia, entonces soy capaz de apreciarlas en su magnitud, con toda esa abstracción; puedo jugar a que hablamos y aspiramos a lo mismo, que significan las mismas cosas porque las entendemos en ese contexto de poeta y poema, como estados del alma o aspiraciones abrazadoras del universo todo.

Cuando esas palabras están mencionadas en el contexto de un país totalitario, o donde se establece un régimen dictatorial, o un régimen claramente autoritario, opresor o abusivo, voy a entender estas palabras depende quién las mencione: ¿las dice el representante de la oposición, de la resistencia, quien lucha por una vida democrática o más libre para su población? ¿o las dice el propio dictador? Porque estas mismas palabras significan una cosa u otra dependiendo de todos los parámetros dichos en el primer párrafo.

Cuando estas palabras como cultura, felicidad, convivencia, son mencionadas por quien tiene la responsabilidad de instalar políticas en su país, por quien tiene la posibilidad de establecer normas de entendimiento (de acuerdo a su cultura, de sus posibilidades y las reglas de convivencia de su lugar), por quien tiene el poder o la responsabilidad de generar las políticas que lleven a un estado al máximo de bienestar, entonces estas palabras no son abstractas, no son existenciales, significan cosas muy concretas, que tienen que ver con lo que esa persona debe hacer,  porque tiene la obligación, el derecho, y la posibilidad que le otorga su cargo o investidura. Si no lo está haciendo, o si lo pretende hacer pero falla, no me voy a emocionar porque me diga en un discurso que el fin último de mi existencia es mi estado de felicidad. Porque es el encargado de vehiculizar con sus políticas esta posibilidad y sin embargo falla al hacerlo. Porque estas palabras tienen que ver con nuestra cultura, con nuestra vida cotidiana y con nuestra capacidad de elección. No son abstractas. Es muy simpático decir “ámense los unos a los otros”, muy compartible, muy de profeta. Si se tiene la responsabilidad del manejo de un país, entonces esto debe manifestarse en políticas concretas que apunten a este objetivo para que me caiga simpático, o de lo contrario para mí vale muy poco, es cosa de profetas…

Pero hay otro aspecto que me importa tanto como éste: ¿quién se arroga el derecho de decirme qué significa mi felicidad? ¿quién se arroga el derecho de decirme si lo que yo hago me da paz espiritual o no? ¿quién es capaz de decirme cómo logro mi armonía en el mundo? Porque es muy simpático también, o políticamente correcto, en estas épocas y en esta parte del mundo a la que pertenezco, decir cómo está bien comer, cómo es saludable vivir, cuáles son las aspiraciones “sanas” y cuáles son lo suficientemente enfermas como para pensar “que me dominan”. Parece que está bueno profetizar sobre cinco signos vitales portentosos y apetecibles para una imagen de ser humano habitando en su hábitat de determinada manera que debería ser compartida por todos los seres normales ¿Quién lo dice?

Siento que es muy peligrosa aquella persona que intente explicarme que mi vida está bien o mal porque me interese o me emocione lo que me interesa y emociona. Es políticamente correcto y aceptable que alguien diga “abajo el consumismo”… ¿qué quiere decir? ¿en qué contexto, en qué lugar, dentro de cuál cultura se está diciendo esto? Son palabras dichas para cosechar simpatías y aplausos, a menos que estén contextualizadas en una propuesta que me sea tan atractiva como tener una linda televisión en mi casa porque me gusta ver películas en mi tiempo libre. En la parte del mundo que conozco y donde me desarrollé, hay un bien que me exalta y que me genera una inmensa felicidad, y es la posibilidad de elegir. Elijo cómo vivo. Elijo quién soy dentro de los parámetros de mi posible. Elijo cómo. Elijo gobernante por un tiempo acotado. Elijo echar al gobernante. Elijo mi religión. Elijo oponerme a las religiones. Elijo una ideología. Tengo espacio para luchar por mi ideología y en contra de otras. Elijo estar sola o acompañada. Todo dentro de los parámetros de lo posible, elijo. Y no tengo por qué emocionarme porque alguien dice que está bueno comer manzanas recién cortadas del árbol porque eso genera no sé qué cosa material y espiritual, porque capaz que yo no quiero comer manzanas y si las como voy a ver de dónde y cuáles elijo comer. Ésta es nuestra enorme posibilidad. Si queremos vivir sin ambiciones materiales, dormir con el cuerpo pegado a la tierra de mi patria, lo puedo hacer. Y si aspiro y me deslomo para conseguir una casa con doble piso y muchos aislantes para no tocar nunca la tierra de mi patria y menos las hormigas que suelen acompañarla, es cosa mía, y no le cedo el derecho a nadie que me diga si esto está bien o está mal, si vivo en la felicidad o en la infelicidad. Cada uno se elije su felicidad. Ésta es la inmensa bondad de nuestro estado actual, en algunas partes del mundo. Éste es el bien preciado. Poder elegir y responsabilizarme por lo que elijo asumiendo sus consecuencias.

Si una persona, con el cargo y el poder de resolver las políticas de un país, habla del desarrollo sustentable y de los problemas y posibles soluciones a las que se enfrenta un país o una región, puedo estar de acuerdo con sus dichos o no, pero sé que su preocupación está en el desarrollo, en la posibilidad de una mejor existencia, de ese país o región. No es un idiota que sólo piensa en consumir porque a los humanos nos ganó el mercado y ahora parece que “el mercado” nos domina… como si el mercado fuera un ser objetivo con inteligencia propia que se convierte en carnívoro y devorara a los humanos. Esta persona, con el cargo y el poder, hablando de desarrollo y mejoras de políticas, sé que está trayendo a nuestra vida cotidiana palabras como felicidad, libertad, convivencia. No deja estas palabras en el abstracto mundo de la poesía, incluso y aunque estuviera totalmente en desacuerdo con lo que propone o dice.

Al contrario, si una persona, con el cargo y el poder de resolver las políticas de un país, me habla de que el objetivo es la felicidad… ¿qué está diciendo? ¿acaso adivinó lo que para mí significa esto en mi vida cotidiana? ¿acaso tiene el mismo contenido que para mí esta palabra? Entonces para contestarme estas preguntas, me fijo especialmente en lo que está siendo capaz esta persona con cargo y poder de hacer en su país y/o región, para darme cuenta si realmente propende con su accionar cotidiano como gobernante a una vida donde los individuos en su mayoría se sientan más felices, más solidarios, con mayor tolerancia y mejor convivencia. Si sus medidas propenden a esto, entonces al menos es coherente y su discurso cobra un sentido concreto y palpable, visible y aplaudible. Y si no, será poesía pero no hecha por un poeta sino por el que ostenta la responsabilidad de concretar estas palabras y hacerlas vida cotidiana. Tal vez todas estas sean parte de las principales razones por las que no me emociono de buenas a primeras por dichos elocuentes y palabras rimbombantes. Las contextualizo. Me fijo. Pienso. Porque ésta es mi existencia, así de concreta.

lunes, 28 de mayo de 2012

¿CÓMO ESTAMOS TRANSITANDO?


Si se entiende la vida como una creación personal y no como una existencia objetiva capaz de ser mirada desde afuera, entonces se puede pensar cómo se está haciendo, cómo se está creando, cómo cada uno transita su vivir.

La vida no es un sistema ajeno a uno mismo, ni una entelequia, ni un paisaje o vivencia depositada en el mundo exterior: la vida es lo que cada uno está siendo capaz de crear, lo que cada uno está haciendo en cada instante. Es el mapa personal, las coordenadas generadas por cada quién. La vida no se puede mirar como se mira un cuadro; no se puede observar como un proceso o situación que ocurre en la vereda de enfrente. Es inherente a la existencia de cada uno.
Este proceso es individual ya que no podemos armar la vida a otros ni por otros: es inherente, intrínseco, propio. Alguien me dijo que “el árbol de la calle” existe sin mi presencia, lo cual es verdadero para mí. Pero ese árbol está incluído en el mapa de mi vida de una manera particular, con un determinado sentido; no es el mismo “árbol de la calle” para otro, porque para ese otro está incluído de otra manera en el mapa de su vida.

No existe entonces aquello de que la vida “me hizo” tal o cual cosa, que la vida “me obligó a”, o el famoso “vamos a ver qué me depara la vida”. Porque no hay un fenómeno externo que me determine, que me haga, que me obligue ni que me depare. Son las decisiones que toma cada uno en cada momento, son sus deseos, sus proyecciones, lo que hace y lo que deja de hacer.

Llevados al problema de una situación de vida disarmónica, de un estado del vivir conflictivo, agresivo, intolerante o simplemente triste, la pregunta es:  ¿qué es lo que hace que una persona que transcurre sus días con un sufrimiento que tiene solución continúe en ese sufrimiento sin intentar resolverlo? ¿qué es lo que determina que alguien –a sabiendas de que vive en pena- decide seguir viviendo en pena?
En esta vida que nos estamos haciendo interactuamos con las otras vidas que los otros se están haciendo, en un enredo difícil y riquísimo. Entonces suceden hechos y situaciones que no dependen de nosotros ni de nuestras decisiones. Pero sí depende de cada uno el qué se hace con estas situaciones… ¿nos sentamos a llorar y nos abandonamos a la inanición? ¿nos entristecemos profundamente para luego seguir adelante con fuerza y decisión? ¿le echamos la culpa a la suegra, al gato, al marido o a los hijos? ¿nos alegramos infinitamente y confiamos en el “buen destino”? Qué se hace a partir de cada situación, cómo se para cada uno, cómo dispone, cómo transita sus sentimientos y emociones, esto es parte de la vida creada por cada uno y son las cartas que cada quien puede jugar.

Cuando se siente que se está viviendo mal, se toman distintos caminos. Como ejemplos: algunas personas quedan atrapadas en un círculo vicioso viviendo y re viviendo los mismos conceptos, estructuras y polémicas que los condujo a la situación problemática. Otras personas se centran en sí mismas y repiten sus razones, sus verdades, sus pensamientos una y otra vez sin lograr mirar la existencia del otro ni contemplar la posibilidad de que esté equivocada. Otro camino es hacer un esfuerzo por tratar de entender cómo se está funcionando, qué es lo que está causando daño; identificar lo que no sirve para el objetivo planteado o qué causa tanto malestar. Y una vez detectado el funcionamiento que no sirve, esmerarse en tratar de construir de otra manera, de hacer las cosas diferente, o simplemente entender un poco más, abrir otras posibilidades, incluir otros pensamientos y otras formas de hacer las cosas.

Cuando el esfuerzo, el gasto de energía, es ganar la batalla y todas las batallas, el juego puede volverse muy agresivo. La persona entiende que tiene la razón, tiene la verdad, los demás están en su contra o le están haciendo daño; entonces hay que ganar, hay que demostrar que los otros están equivocados, denunciar el daño que hacen para seguir por el buen camino.
Cuando el esfuerzo apunta a detectar qué es lo que está haciendo daño, y emprender el difícil camino de inventar otra forma, experimentar cambios, percibir distintas posibilidades, entonces el juego se vive con intensidad. Vale el esfuerzo, vale el gasto de energía. Vale porque se está peleando por una vida mejor, vale porque se está apreciando lo que se consiguió, lo que se tiene, lo que se puede. Y porque se valora la existencia del otro como un diferente.

Sea como sea, lo que parece realmente importante es que cada uno sepa que está decidiendo cómo vivir. Emprendió el juego, ya sea el de ganar batallas, ya sea el de corregir e intentar, ya sea el de dejar todo como está y sufrir. Cada uno es responsable de cómo está viviendo. No hay excusas. No hay culpas. No hay explicaciones ni se está determinado. Cómo se vive esta vida, la que tenemos, es decisión y responsabilidad de cada uno y va a depender de cuál es el juego que se esté decidiendo jugar.

lunes, 30 de abril de 2012

AUTORIDAD - RESPONSABILIDAD


Parece haber desconcierto y perplejidad respecto al asunto de la autoridad. En las familias por ejemplo, asisto a padres que se quejan o se lamentan por la situación de sus hijos -niños y adolescentes- como si ellos no tuvieran nada que ver. Piensan que “no se puede con ellos”, “tienen esa apatía, ese desgano”, “no tienen ambiciones”, “no lo puedo parar” etc. Preguntados acerca de las responsabilidades por las fechorías de sus hijos, o a veces directamente por sus delincuencias, la respuesta salta como resorte: la culpa es del alcohol, de las drogas, de las “malas juntas”.
La “culpa” está afuera. No se habla de responsabilidad. Hay culpa. Y lo más llamativo es cuando la culpa la tienen sustancias inanimadas como el alcohol. No señor@s, el alcohol no tiene ninguna culpa, es simplemente una sustancia. El asunto es qué permiten, qué enseñan, cómo funcionan con las distintas sustancias. Qué marcan esos padres, con qué autoridad hablan. Quiénes se hacen responsables.

Tampoco creo que el problema radique en la “desintegración de la familia” porque las familias no se desintegraron, solamente cambiaron sus formas de estructurarse. Siguen existiendo los padres, las madres, los y las hermanas, los sobrinos, primos y tíos. El asunto es si quienes tienen la responsabilidad de enseñar, conducir, logran hacerse respetar como autoridad. El asunto es si ejercen realmente esa autoridad.

“No los quiero tratar mal, como me trataron a mí”. “Yo quiero ser la mejor amiga de mi hija”. “Quiero que entienda y no que obedezca”. Pero las figuras de autoridad se necesitan para el crecimiento, desarrollo y maduración de los hijos. Los padres no son los amigos, son los padres. No pueden explicar todo, porque no en todas las edades se puede acceder a construcciones psíquicas e intelectuales propias de la madurez. Hay un mando que conduce hasta que sean capaces de conducirse por sí mismos. Entonces poco importa la estructura de la familia. Lo que importa es que cuando se está creciendo no se esté solo, sino que haya quien apoye, marque, dirija, imponga, decida. No se hacen reuniones democráticas con hijos de 6, 8 10 y 12 años para resolver o determinar asuntos de la vida de esa familia. Hay autoridades en esa familia que conducen a los niños y les enseñan bajo sus reglas y su escala de valores. Ya crecerán estos niños y romperán las reglas que les parezcan absurdas o innecesarias, y crearán su propia escala de valores, pero cuando tengan la adultez imprescindible para hacerlo. Ya se harán cargo estos niños, ya se responsabilizarán.
Porque de la otra manera, la que confunde autoridad con autoritarismo, la que pretende que las decisiones se tomen entre todos y que el mando sea horizontal con los niños en edad escolar, con esta manera lo que se está haciendo en realidad es omitir la responsabilidad. Los padres deben marcar la ruta cuando sus hijos son niños. El miedo a esta responsabilidad se disfraza de falsas democracias. Miedo a equivocarse, a hacerlo mal. Miedo porque no están seguros de qué es lo mejor, como si sus niños pudieran estar más seguros que ellos. Miedo a las decisiones, que también se reflejan en el armado de la pequeña sociedad construida como familia.
Derivan su responsabilidad a tal punto que ésta queda totalmente diluida, y “las culpas” entonces se buscan afuera: los malos vecinos, el alcohol, la maestra de tercer año, el tío gay… y así es como se cubren en un formulación donde la dificultad radica en que estos tiempos son muy difíciles, todo está permitido; la desesperación porque sus hijos no andan bien los lleva a tener un discurso cada vez más excluyente e intolerante; entonces la culpa está en que se ha permitido “estructuras familiares anómalas”, casamiento entre homosexuales, parejas que viven juntas sin casarse como dios manda, vecinos que fuman marihuana, en fin… todo lo diferente, cualquier distinto, es culpable. Y se desligan por fin de la última de sus responsabilidades: asumir como propias las dificultades y los malos manejos. Entonces nadie es responsable de lo que le pasa al gurí. Muchos culpables… pero nadie responsable.

Esto realmente es preocupante, porque en una estructura social más amplia, en nuestro país por ejemplo, la perplejidad respecto a la autoridad creo que es uno de los factores que más influyen en los problemas que estamos teniendo en nuestra convivencia. No hay autoridad, no hay quien marque, quien disponga, quien imponga, quien dirija, quien decida. Aún sabiendo que cada 5 años se tiene la oportunidad de elegir a quienes se deposita la confianza para que conduzca. Igual sabiendo que la gente no los va a volver a elegir si no saben cómo hacerlo, o tal vez sea por esto mismo, el asunto es que tienen miedo. O confusión. Miedo a equivocarse, a que las cosas les salgan mal, a meter la pata, a que se los acusen de autoritarios, y mucho más. Entonces no asumen la responsabilidad. Ésta queda diluida, o mejor: la culpa está afuera, la tienen los antiguos gobiernos, o las condiciones del mundo exterior, o los medios de comunicación, o algún sindicato que otro, o algún jerarca despistado. No se sabe de quién es la responsabilidad. Porque no asumen con autoridad.

Entiendo que cuanto mayor es la participación, cuanto más se consulte y se tome en cuenta, cuanto más horizontal es la decisión, mayor es la conformidad por tal o cual medida, más “para todos” se gobierna. Y bienvenidos todos los esfuerzos en este sentido. Pero hay un punto, un límite, un momento, que hay que saber tenerlo, que hay que aprender a ejercerlo, donde se actúa con la autoridad que se les confiere, esa autoridad que redunda en respeto e incluso a veces en admiración. Ese límite, ese punto, está en la conducción.

En las familias se crea un ámbito social particular porque la mayoría de sus miembros no se eligieron entre sí, y tampoco eligieron quién o quiénes son los que ejercen el mando, la gestión. Se asume. La autoridad está establecida en los adultos que tienen el manejo del grupo y los niños acatan esa autoridad.
En la comunidad es diferente pero aún más democrático, porque se eligen a sus representantes, se elige por mayorías a quienes gobiernan, se establecen las confianzas y se delegan los poderes. Y si no demuestran que son dignos de esas investiduras, pues se los cambia. Es la mayor maravilla del sistema democrático: la persona se puede equivocar al elegir quien manda porque al poco tiempo puede decidir si lo derroca de su puesto o no.
Por esto es tan importante que en una determinada comunidad quienes tienen la autoridad la ejerzan. Dirijan. Propongan. Resuelvan. Conduzcan. No puede esta autoridad estar confusa o indecisa.
No puede decir que quiere ser amigo de todos sus hijos/ciudadanos. No son los amigos. Son los directores.
No pueden decir que no quieren tratar a los ciudadanos como se los trató a ellos en épocas de autoritarismo porque no tienen por qué ser dictadores ni abusivos, tienen que ejercer la autoridad que se les pidió que ejercieran por voto popular.
No pueden dejar todo en patéticas e inacabables discusiones – comisiones – asambleas en un interminable ejercicio por tratar de convencer -porque es mejor que entiendan y no que obedezcan- porque tienen que ejercer la administración, el manejo, la guía. Tienen que decidir.

No siempre y no todos van a estar de acuerdo con el mandato simplemente porque se piensa diferente, se tienen convicciones a veces opuestas, a veces no tan distintas pero sí inconciliables… y bueno, algunos estarán de acuerdo y otros no, pero la autoridad se ejerce igual porque fueron elegidos para ello. Y si no fueron buenas sus decisiones la gente no los volverá a elegir.

Lo que no puede pasar es esta impresión que está dejando el momento actual: padres que confunden autoridad con autoritarismo, padres que no asumen entonces su responsabilidad. Gobiernos, directores, gestores, administrativos, guías que no asumen su conducción, que no dirigen, y que entonces no asumen su responsabilidad.
Si los que deben capitanear quedan en estado de perplejidad con la excusa de no ser autoritarios y confundiendo esto con autoridad, entonces no se pueden delinear las responsabilidades, entonces no se puede cambiar, entonces tenemos enormes problemas de convivencia, volvemos a discursos excluyentes e intolerantes: que no soporto tal sindicato, que mejor deje existir tal persona, que tal grupo político no hable más, que los medios de comunicación sean vigilados…
Éste es el peligro para cualquier comunidad, pequeña como la familia, grande como un país. Si no se asumen las responsabilidades, si la autoridad queda diluída, no hay corrección de errores, no hay cambios, aparecen culpas en el afuera, se acusa al afuera, hay desconcierto, todos quieren tener el derecho y el manejo, se esfuman las reglas, nos volvemos los unos contra los otros, se quiebra la sana convivencia. De esta manera se entra al mundo de los problemas sin solución, del desaliento, de la impotencia, de la mediocridad. Así se agravan los problemas de convivencia, se acentúan la intolerancia y el miedo. Hay que entender que no hay nada malo en ejercer la autoridad. Ésta se puede ejercer con respeto, con tolerancia, democratizando las estructuras y escuchando las voces hasta el momento en que se decide, incluyendo, asumiendo las responsabilidades, corrigiendo los errores, pidiendo perdón por las equivocaciones. Haciendo. Sin confusiones.

lunes, 9 de abril de 2012

“LA MIRADA DE LOS OTROS”

…”la estación de ferrocarril metafórica, donde los habitantes de nuestro mundo recién comienzan a establecerse, ya no es más un alojamiento provisorio. Uno se establece allí para toda la vida.”

“La estación de ferrocarril media entre el pasado y el futuro; atrapa el presente absoluto.”
“... nosotros, hombres y mujeres de la era posmoderna, nos establecemos en la estación de ferrocarril del presente. Podemos hacerla habitable; también podemos transformarla en un infierno. 
         Agnes Heller 

En la metáfora de la estación de tren aparece una conciencia del presente en la cual muchas personas deciden abandonar el viaje -el tren rápido manejado por el maquinista- pero sin abandonar el lugar de los viajes. Lxs individuos contingentes prefieren un lugar que pueden elegir por sí mismos en lugar de aceptar un lugar señalado.

Es un lugar donde se puede perdonar; también se puede olvidar. Se puede perdonar sin olvidar. Se puede perdonar el horror, o también se puede estar en el horror; incluso desentenderse o acostumbrarse al horror.
Estamos donde decidimos estar –hoy- estamos aquí y ahora con nuestro trayecto histórico, con nuestras miserias, nuestras culpas y nuestro perdón. Elegimos estar sabiendo –seres contingentes- que estamos hoy, con el pasado de nuestro presente y con el futuro de nuestro presente. Venimos de guerras –del espanto- much@s queremos salirnos de ellas, queremos olvidar, disculparnos, restaurar, hacernos escuchar. Pero nos damos cuenta que seguimos en guerra y surge la pregunta… ¿quiénes nos mantienen en ellas? Porque algunos queremos decir que la guerra acabó para nosotros, que nos salimos; decidimos convivir, decidimos un lugar para todos.

Ubicados así, podemos escuchar el mensaje que circuló primero en Facebook y luego recorrió la red en múltiples espacios sociales, y que lo dejo al pie de este post por si alguien aún no lo vio.
Aparece un señor Ronny de 41 años, ciudadano israelí, hablándole a los iraníes y a la comunidad en general, expresando su sentir, mostrando en qué estación de tren vive en la actualidad, cuál es su elección, de qué se hace responsable. Habla parado en su estación de tren. Habla en su presente elegido, en su mundo posible. Por sí mismo y asumiendo las consecuencias de su diario vivir. 

Entonces pienso en la parte oscura de la humanidad, la parte de sombras y fantasmas, en los maquinistas que dirigen la locomotora, que lleva un tren a un determinado lugar, que planifica y arrastra con el poder que tenga a quienes suban a su tren. Y quienes suben a ese tren a veces saben y a veces no saben el verdadero destino. L@s que no saben, suben atrapados por la velocidad y la dirección del tren. Los que sí saben, suben inmersos en una voluntad de hacer en nombre de los demás, con la arrogancia de creer conducir al destino deseable para todos, formando parte de algo y por lo tanto no haciéndose responsables por nada. La parte oscura que desanima entristece y amarga. Esas sombras que creen poder decidir por nosotros. Que creen tener la razón y hablan en nombre de grandilocuencias que tal vez no sepan exactamente su sentido verdadero. Nos llaman a subirnos al tren de la historia, al tren del progreso y la seguridad. Pero nosotr@s –algunos- vivimos en la estación del tren y no nos subimos al destino prometido ni al destino sin conocer… preferimos nuestro presente, nuestra decisión, hacernos cargo, vivir lo posible dentro de lo que consideramos mejor. No nos subimos.

Entonces dejo la parte oscura de la humanidad y pienso en la parte de luz, en lo que regala el brillo de la vida, el encanto del amor, del abrazo, de la tolerancia y la convivencia. Esa persona que decide dónde vive, que se hace responsable por lo que hace porque lo decide en su nombre, que sabe que en el mundo habitamos muchos y podemos hacerlo sin odios pre establecidos y mucho menos dirigidos por seres que pretenden representarnos. Aparecen esas voces –por ejemplo la de este señor Ronny- que dicen que no queremos la guerra, que no odiamos, que no nos conocemos pero todos cabemos; hay estaciones de trenes en las cuales vivir, muchas y diferentes, podemos elegir sin dañar. Aparece esa luz y me convenzo una vez más sobre la necesidad de la no pertenencia. Sólo el no pertenecer nos hace libres de actuar bajo nuestra responsabilidad. Nos permite –si así lo queremos- recorrer el camino de Luz. No respondemos a otros. Tenemos una respuesta propia ante cualquier asunto. No nos plegamos. No nos subimos al tren. Pero estamos en el lugar de los viajes.

Somos seres que nos damos a conocer porque nos hacemos cargo. Habitamos las redes sociales, los espacios virtuales. A veces criticados porque "violamos la privacidad" o "tenemos la necesidad de ser vistos".
Nos presentamos. Somos transparentes. Nos dejamos ver. Personas que se comunican en forma horizontal, que se dicen y se muestran. Claro que guardan su privacidad. Pero es otra privacidad, diferente. Y así pueden, muchas de estas personas, representarse a sí mismas. Son ellas mismas. Hablan por sí mismas y no en nombre de otros. Tampoco dejan que otros hablen de sí mismos. Ell@s se muestran. No necesitan representantes. Se comunican. Se llaman. Se manifiestan. Cada uno es cada quien. Se responsabilizan por esa foto, por esa metida de pata, por ese error, por ese baile, por esa estupidez. Y se solidarizan. Y se llaman entre sí. Y se convocan. Se manifiestan. Encuentran a veces causas comunes y a veces no. No están representados por ningún poder. No se deben a nadie. No le deben a nadie.

Entonces cuando aparece uno de esos seres, Ronny, y veo lo que produjo en la comunidad de Facebook, y veo en youtube su video, su mensaje, su añoranza, su decisión; regala su imagen, su súplica, su perdón; nos muestra su estación de tren y cómo la habita… entonces es cuando me emociona hasta la fibra más íntima. Me emociona.

Ronny nos dice que no se sube al nuevo tren de la historia, manejado por fantasmas y sombras al poder, que determinan a quiénes odiar, a quiénes matar, con quiénes convivir. Y ni se imaginan cuánto más me emociona cuando veo todas las respuestas –decenas al principio, luego centenares y miles; respuestas de los demás seres, ésos que estamos solos, no representados, que encontramos compañía, que encontramos voces, que nos entendemos entre nosotros y nos abrazamos sin conocernos. Aparecen estas respuestas de anónimos iraníes al principio, de gentes –mucha, muchísimas gentes- que abrazan el mensaje de Ronny, lo hacen suyo, lo devuelven, lo confirman, lo saludan; y la comunidad de los que vivimos este presente de perdón, de amor, a los que nos emociona vivir en paz porque creemos que podemos vivir en paz, los que elegimos por nosotros mismos, esa comunidad que también se acerca y envuelve los mensajes de estos hombres y mujeres que le dicen a sus supuestos representantes que ellos no quieren lo que están tramando ni tejiendo, no quieren la sombra ni el dolor, que no hablen por ell@s porque lo que hagan no se hará en su nombre.

La no pertenencia me permite estar en el lado del abrazo de esta comunidad que se junta en el espacio invisible, virtual, ese espacio tan poco entendido por algunos, ese espacio que algunos llaman “la actual necesidad de mostrarse a los demás” es justamente el espacio que nos permite a los seres no representados, a los que decidimos, a los que respondemos por nuestros actos y nuestros dichos, a los que mostramos y nos transparentamos para que no haya más sombras que nos arrebaten nuestro sentir y nuestro pensar. Cuanto más visibles y comunicados más somos nosotros mismos, menos nos pueden envolver en el mensaje “para todos”, no nos dirigen porque nos dirigimos nosotros mismos y le hablamos a la comunidad que queremos. Espacio en el cual convivimos sin La Sombra, sin El Planificador, sin El Maquinista, sin La Dirección ni el Comité Central. Existimos, somos públicos, nos mostramos, no hablen por nosotros que nosotros tenemos fotos, nos contamos historias, compartimos sentimientos, expresamos deseos. Y es un colectivo paradójico porque no existe como tal, no tiene un lugar ni una forma, y entonces se crea la metáfora del espacio virtual; existimos en la no existencia, un espacio que no existe como tal, que es de muchos y no es de nadie, no es gobernable; está lleno de personas que no nos conocemos, pero que nos emocionamos, nos abrazamos, logramos decir a quien quiera escuchar que no nos sumamos a sus guerras ni nos tragamos sus cuentos; logramos decir que nos gusta vivir, que nos gusta la vida, que queremos la paz. Much@s de nosotros.

http://youtu.be/I6sPCSJu31U

lunes, 26 de marzo de 2012

LOS GUARDIANES DEL SABER

Hay mucha gente “grande” que no termina de comprender que no tienen la verdad en su mano, que no son los custodios de la sabiduría de nuestro mundo. Insisten en pensar que pueden marcar el camino de las nuevas generaciones como si fueran los que pueden, los que conocen, los que determinan. Parecen ignorar que justamente son los que perdieron, los que se equivocaron, en muchos terrenos y no sólo en el político.

Lo que más duele es que estas personas tan aferradas a sí mismas se volvieron incapaces de escuchar, de probar, de cambiar, de aprender. Son personas que podrían –a partir de lo vivido- tener la humildad para callar y sacar apuntes, ponerse a pensar otra vez, pero en lugar de esto, a algunos de ell@s les gusta pretender que son apt@s –los más aptos- para enseñar a los demás. Lo más “cómico” de todo es que algunas de estas personas se sienten también con la capacidad de hablar en forma peyorativa de cosas que ni siquiera entienden. Me refiero en específico a la cantidad de veces que escucho cómo se refieren a los jóvenes como gentes descuidadas e inútiles, sin horizontes o ambiciones, que sólo les preocupa la gratificación inmediata en lugar de entender los grandes conceptos y trabajar para las grandes obras…

Entonces estas personas tan importantes se ponen a definir líneas. Se aferran lo más que pueden a sus lugares, allí donde se toman decisiones, y delinean formas y decretos para perpetuarse a sí mismos. Porque claro. Ell@s son los capaces. A los jóvenes les falta experiencia, les falta fogueo, les falta probarse. Les falta. No se cuestionan si son ell@s mismos los que no están entendiendo. Al contrario, se creen que pueden corregirlos, les enseñan la actitud que se debe tener; los sentimientos que se deben tener; las formas que se deben mostrar. Se creen en el deber de educar.
Por ejemplo se creen que pueden crear un nuevo plan de estudios, y lo hacen como se debe hacer: o sea que someten a un montón de gurises de 18 y 19 años a clases teóricas interminables, llenas de conceptos inteligentísimos y de narrativas importantísimas, que por supuesto no se sabe a ciencia cierta si sirven ni para qué… porque claro, cómo les van a dar de entrada clases prácticas, sobre cosas concretas que se puedan ver de inmediato, que se puedan vincular con un uso, con un sentido en lo posible de la vida cotidiana… no, de ninguna manera, esto es por el absurdo de la inmediatez de est@s muchach@s, es por culpa de google, twitter o algo similar. Mejor decirles cómo deberían ser las cosas, y tenerlos por ejemplo el primer semestre de la entrada a la Universidad, cuando l@s tienen que entusiasmar, enardecer, hacer florecer, inquietarlos… en lugar de esto l@s tienen sometid@s a las grandes líneas conceptuales de lo que después verán para qué sirve… porque así es como deben ser las cosas: siempre primero el marco ideológico, el marco conceptual, el marco filosófico, la comprensión del todo, para sólo luego dedicarse a lo particular. Entonces l@s jóvenes se pasan aburriendo, se desestimulan, no entienden qué es lo que están haciendo allí... Ah! Pero nunca olvidar que es por su culpa, porque no tienen "actitud", porque no les importa nada, porque son unos individualistas… No vaya a ser que de verdad, estos adultos tan sabios se pregunten qué no entendieron para que l@s muchach@s  no les den bola. No vaya a ser que se cuestionen por fin si no tienen que dar un paso al costado y dejar que las nuevas generaciones sean las que armen los posibles caminos. Porque se equivocarán también, pero dentro de sus códigos, y no tratando de imponer viejas recetas a nuevas generaciones que nada tienen que ver con la forma de vivir ni de entender las formas que tienen estos adultos.
Otra época. Otros aprendizajes. Otras formas de sentir. Otras formas de vincularse ¿No lo pueden entender? Y si no lo pueden entender ¿no podrían hacer el bien y dejar a las nuevas gentes, l@s jóvenes y los adultos que sí pudieron reciclarse, para que marquen caminos o lideren en cuestiones que importan?

No es con las viejas recetas y formas de comprender el mundo que van a cambiar la educación. No es con viejos estilos y viejas pautas de comportamientos como van a cambiar las estructuras políticas. Así no convocan. No convocan a l@s jóvenes para que estudien y se especialicen. No convocan a la gente para que participe y se comprometa. Así es como tod@s pierden.

Muchas personas proclaman que las distintas estructuras (políticas, sociales, institucionales, gremiales) den lugar a los jóvenes. Y escuché a muchas personas quejarse por esto. Las quejas se centran en que si realmente se piensa que los viejos no sirven para nada. Centran la discusión en si hay o no desprecio a los adultos… Como si el asunto fuera en quién quiere desplazar a quién. La visión paranoica del mundo que lamentablemente tanta pero tanta gente parece seguir. La falta de autocrítica es lo que da lugar a estas interpretaciones.
No se trata de desplazar ni de decretar inservible a todo aquel mayor de 50 años. Se trata de que l@s que no sean capaces de entender el mundo en el cual viven en la actualidad, l@s que no puedan incorporar los cambios, que dejen lugar a los que sí los viven, a los que sí hicieron el esfuerzo de entender, a los nacidos naturalmente en los nuevos códigos. Háganse a un lado en lugar de tratar de seguir imponiendo métodos, en lugar de aferrarse a sus cuotitas de poder como si fueran los guardianes del saber. 

lunes, 12 de marzo de 2012

Para ellas y ellos

El debate sobre el lenguaje sexista cobró nuevos bríos en el mundo hispanohablante. Esta vez la polémica se instaló a partir de un informe aprobado por un pleno de la RAE y publicado a principios de este mes: “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”. Está bueno leer este informe escrito por Ignacio Bosque para volver a pensar acerca de los usos del lenguaje y su implicancia en la formación de cultura.

El tema de fondo es sobre la invisibilidad lingüística de las mujeres y el sexismo de la lengua.
¿Cómo nos dirigimos a un público, a “los demás”? Tradicionalmente se usaba -y se sigue usando- el masculino para comprender a un conjunto de hombres y mujeres, niños y niñas. En algún momento que no sabría definir cuál es, esto comienza a cuestionarse. Incluso en algunos países –España por ejemplo- se viene elaborando desde hace años guías de lenguaje no sexista en distintas dependencias del Estado y en variadas instituciones y comunidades.
Hay distintas posibilidades para no continuar con la tradición de hablar en masculino para referirse al conjunto:

Algun@s desde hace tiempo adoptaron el tod@s, o también el todxs para dirigirse al público mixto, de manera de no dejar en la oscuridad a ninguno de los géneros. Lxs que se sienten cómodxs con esto aducen que encontraron una fórmula neutra donde todxs están comprendidxs. L@s que no están de acuerdo con esto hablan del caos en la transformación de las reglas gramaticales y demás cuestiones más formales, pero también de la imposibilidad de resolver el problema, ya que esto sólo puede ser usado en el lenguaje escrito, lo que resulta insuficiente porque así no se contribuye a transformar la forma  verbal de comunicar.

Hay quienes escriben y hablan –dirigiéndose a un público- introduciendo a veces el femenino y a veces el masculino. En forma aleatoria se usa los y las, todos y todas… A favor: no se dirigen a un único género, no ocultan y colocan en las sombras a ninguno de los géneros, demuestran que tanto se puede referir a uno u otro género porque es indistinto. En contra: es al menos confuso, no se sabe si en algún concepto en particular deben atender ellos y en otros conceptos ellas; se puede especular acerca de la pertinencia de una determinada referencia en masculino y otra determinada referencia en femenino… o más aún… alguien podría comenzar a contar cuántos “los” y cuántos “las” hay en el artículo o discurso, e inferir a partir de un conteo que, lo que quiso ser al azar y demostrar neutralidad, resultó en una primacía hacia uno de los géneros; se puede pensar que no es igualitario el tratamiento del femenino y masculino porque hay más referencias a uno que al otro, y que esto podría tratarse de una campaña subliminal, casi oculta, una subrepticia forma de lavar los cerebros de las inocentes personas para imponer la supremacía de tal o cual género. Engorroso al menos.

Otra posibilidad es –en el lenguaje verbal, cuando se dirige a un conglomerado de individuos- utilizar la regla de las mayorías: si en la reunión/mitin hay más mujeres que hombres se habla en femenino y viceversa. A favor: se toma en cuenta la mayoría numérica, no hay una discriminación de género, simplemente se sigue una regla de mayorías que es absolutamente al azar. En contra: es difícil de usar si es un orador dirigiéndose por ejemplo a miles de personas; no sirve para el lenguaje escrito, no resuelve el problema de comunicación. Pero además puede resultar confuso y poco educativo ¿se imaginan una maestra en una clase de la escuela, contando la cantidad de niñas y niños y entonces dirigiéndose a ellas o ellos de acuerdo al día? ¿o si es una clase estable y siempre hay mayoría de niñas por ejemplo? ¿se imaginan a los varoncitos cuando la maestra dice “ahora todas a cantar”? A veces atenderán los niños y otras veces atenderán las niñas, pero dudo que est@s pequeñit@s entiendan mucho sobre lo que le está pasando al/la pobre maestrx…

Otra posibilidad: se habla y escribe siempre contemplando ambos géneros. A favor: es educativo; se enseña cómo debe hacerse para no excluir; quedan todxs contempladxs. En contra: resulta casi imposible, engorroso, quedarían largos discursos y largos artículos pesados, se complican los contenidos.

¿Qué hacer entonces con esta cuestión? Primero que nada lo importante: reconocer que se trata de un problema y hay entonces que resolverlo. Hasta ahora no se encontró una fórmula totalmente satisfactoria, pero se está intentando introducir el concepto, la discusión, el problema.

No importa cuál de las formas se use para eliminar el lenguaje sexista. Unxs usarán determinadas formas como las descritas más arriba, otr@s usarán algunas diferentes. Lo que elija cada un@. Lo que parezca más sensato. No pueden aceptar, hombres ni mujeres, la discriminación por género en ninguna de sus expresiones. Mucho menos en la expresión. Es el lenguaje. Es la comunicación. Es la educación. No se puede simplemente dejar de lado o trivializar este asunto porque sea complicado resolverlo. No se puede decir.. “y bueno, siempre fue así, para qué cambiar ahora”… porque justamente una buena parte del mundo que yo aplaudo está haciendo esfuerzos por transformar todo aquello que apoye la discriminación. Y las tradiciones cuando son malas o dañinas hay que cambiarlas. Se ha penado y se sigue penando mucho por las exclusiones, intolerancias, desprecios. Se vienen haciendo muchos esfuerzos en las últimas décadas para aprender a incluir. El lenguaje es formador de cultura. Es entonces imprescindible que esta polémica se reavive, continúe, persista. Y que se haya incluido en ella la RAE también me parece saludable.

Comenzar entonces por reconocer que el lenguaje sexista es un problema que hay que resolver. Si todavía no se encontró una forma genial de resolverlo, pues se puede utilizar la que mejor parezca dentro de las posibles que se proponen y que la gente en general comienza a usar. Ya se irá perfeccionando, ya se irá encontrando la salida, se puede ayudar a que el camino siga siendo evitar la discriminación. Ojalá cada un@ mire este camino y se vea en él colaborando para que las personas sean valoradxs sin importar el color de piel, el género, la opción sexual o la religión. 

lunes, 27 de febrero de 2012

Otra vez decidir...

La búsqueda de la tan mencionada y anhelada “libertad” es tan abstracta que pocas veces mencionamos la palabra dando el mismo significado. El concepto de libertad aplicado a las relaciones del humano con su medio, con su vida, en su inserción en la sociedad que habita es extremadamente complejo. Hay muchas normas, pautas, reglas y sentencias que dictaminan el accionar humano en un determinado lugar y en una determinada época. Muchas de estas reglas, valores y pautas vienen del pasado, muchas otras son del presente.

Las mujeres y los hombres más adaptados cumplen con todos los preceptos, no hacen enojar a nadie, son queridos por muchos y se muestran muchas veces infelices. Carecen de algo, no saben bien de qué, hay algo que falta, que no está bien.
Los que simplemente son adaptados -no “muy”- cumplen con la gran mayoría de los preceptos aunque estiran los límites, las fronteras, se atreven un poco más, cambian algunas cosillas; pero muchas veces se muestran también infelices o inconformes.
Los un poco menos adaptados y más atrevidos, los que arriesgan, los que cumplen vagamente con lo esperable pero viven dándole más importancia a su aire, a su parecer, a sus sentimientos y conceptos -aunque deban romper con reglas y transgredir las normas- éstos que muchas veces son tildados de individualistas, o incluso de egoístas, que son mirados, señalados, en algunos lugares perseguidos, manifiestan muchas veces su amor por vivir, sienten más intensamente, se sienten protagonistas, forman su vida. Aunque también están más solos que el resto, menos comprendidos. Son los que se parecen más a “los libres”, los que pueden, los intensos, la vida para ellos vale mucho, es un honor, es un milagro, se llenan los pulmones de aire y absorben toda esta vida que están creando. Son los que encuentro más felices, o más plácidos, más agradados. Claro que con altos costos, como la soledad, la no pertenencia, el alejamiento.

Qué es mejor y qué es peor de todas las opciones, sólo cada quien lo puede determinar. El propio individuo debe mirarse a sí mismo y decidir cómo logra su punto de equilibrio entre lo que quiere, lo que puede y lo que tolera. Qué tan solo se puede estar, qué tanto soporta no pertenecer, cómo siente la incomprensión o críticas de los demás… son todos parámetros individuales, privados. Para formar la llamada armonía del vivir, para sentirse “libre”, protagonista, capaz, complacido, el humano necesita ese pacto interno, esa intuición íntima que permite saber por cuál camino toma cada uno. No hay terapias, ni correccionales, ni búsquedas esotéricas que puedan indicar el punto de equilibrio porque sólo el sí mismo lo puede determinar. Y en general encuentro que esto se logra luego de mucho ensayo y error, provocación y culpa, aciertos y metidas de pata. Por eso me resulta tan importante, tan imprescindible, la capacidad de decidir, de atreverse, de ganar y perder, de aprender….
Decidir, sólo eso.