lunes, 30 de enero de 2012

VIDA PROPIA

Recibí una comunicación de una persona amiga que me llenó de alegría, porque habla en su fundamento de un tema que me moviliza mucho, que quienes siguen el blog ya lo conocen: la importancia de poder con las decisiones y de poder con los cambios.
El escrito de esta persona me vuelve a confirmar que por más difícil que sea el momento que se esté viviendo, por más doloroso e incierto, lo que realmente congratula, beneficia, calma, pacifica, es el hecho de saber tomar una decisión. Esto significa, ni más ni menos, que el hecho de saber armar el camino propio, saber conducir, elegir, marcar, apostar por ser activo en la formulación de los deseos y de las inquietudes. Decidir aunque se sabe de antemano que cuando se gana algo al mismo tiempo se pierde algo. Decidir a pesar de la incertidumbre, de la imposibilidad de saber el final. Decidir que implica renovarse, cambiar, torcer, volver, avanzar, descuidar, proteger. La vida de cada uno.

No temer a armar el propio camino genera este estado de tranquilidad y beneplácito más allá de lo difícil de la etapa que se esté viviendo. Es espinoso por cierto, porque hay que hacerse cargo de las consecuencias de cada decisión. Es trabajoso porque se necesita independencia. Es problemático porque obliga a vivir acompañado de lo incierto. Para marcar la ruta hay que confiar en uno mismo, en lo que cada uno es capaz, en la intuición, en la percepción, en la inteligencia, en la estupidez y atrevimiento de cada quien. Hay que conseguir laboriosamente el propio papel y lápiz para marcar la ruta en el mapa de cada vida. Si se pide prestado el lápiz, ya hay otro que tiene el derecho de decidir sobre la ruta a seguir. Si se escribe en el mapa de otro, las rutas, por más que se intente, no van a ser propias. La independencia es difícil. Vivir es difícil. Pero la experiencia de grandiosidad, de paz, de dignidad que otorga vivir una vida armada por cada quien, calzando los propios zapatos, colma hasta lo más profundo.

En contrapartida, la constatación de seguir por una senda que no es del todo propia, decisiones que no se toman por temor o por pereza, rectificaciones del camino emprendido que no se realizan también por temor o pereza, miedo a equivocarse y por tanto paralización en cada momento importante de la vida; ese perpetuar un día detrás del otro como si el tiempo transcurriera en otra dimensión, en otro mundo, y la persona sólo mira su paso y lo sigue con su vista. Vidas que quedan “colgadas”, dependientes, sostenidas por otras. Continuar en un estado de rutina porque cambiar parece tortuoso; prolongar o recorrer las horas sin importar si así se es feliz o infeliz; simplemente seguir porque de lo contrario habría que cambiar… este estado aunque aparentemente simule un estado de tranquilidad por el no hacerse cargo, por el no asumir las consecuencias, es uno de los peores estados del alma, porque genera no sólo un sentimiento de frustración casi permanente sino peor aún: genera una sensación de ajenidad, de vida hecha por otro, reglas de otro, pautas de otro, formas de otro.

Resulta lastimoso no poder con la vida de cada uno. Genera tristeza, hastío, aburrimiento, o en el mejor de los casos, transcurrir sin pasiones y con un cierto vacío. Es no saber que cada uno puede tener su propia vida. Claro que compartida. Claro que consensuada incluso con otro u otros, pero siempre es una propia vida porque entran en juego las propias decisiones. En lo importante, en lo que marca camino, en lo que se siente como esencial, las decisiones son propias y cada uno resolverá si se realizan en forma solitaria o en compañía o en grupo.
Armar el camino con los propios medios, con las propias posibilidades, sin colgarse a la vida de nadie, se corresponde a un estado de bienestar. Dificultoso… y de bienestar.

lunes, 9 de enero de 2012

Conversando

Qué simple es hablar para el humano -se aprende desde chiquito sin saber bien cómo- y al mismo tiempo cuánto enredo produce.
Pretendemos entendernos, cuidarnos, decirnos, expresar, y entonces nos da por conversar con otro. Con el habla creamos una relación que puede ser de segundos o de años, no importa cuánto dure, se establece una relación con la cual nos distendemos, nos peleamos, nos divertimos, cuestionamos, producimos o incluso a veces solucionamos algún problema u obstáculo. Parece sencillo.

Sin embargo la comunicación es de las cuestiones más difíciles del vínculo. Porque hay uno que emite un pensamiento, una queja, una observación, una descripción, y hay otro que recibe algo bastante diferente a lo que quiso trasmitir el emisor. En el medio, en ese espacio a veces medible, a veces virtual, otras infinito, en ese espacio entre persona y persona por donde en forma imaginaria corre un hilo delgadísimo que conduce dentro de sí lo emitido, se va transformando a lo largo del hilo de tal forma que lo que recibe el otro ya se trata de otra cosa.

Esto se vuelve especialmente importante en las relaciones afectivas, En una relación de amor, en una relación de amistad, muchas veces existe la ilusión de que la comunicación es simple y fluida. Sin embargo la mayor parte de las veces ocurre exactamente lo contrario: es cuando la comunicación se puede volver compleja e incluso romperse.
Entonces la pelea, el disgusto, el desentendimiento. O la pregunta, la incógnita, la sorpresa, la estupefacción. Porque uno dijo algo que el otro entendió de otra manera. Si bien las palabras tienen un uso determinado y significan algo establecido, con lo cual existe la posibilidad de ser estricto, minucioso, preciso, esto puede ser sólo una pretensión, porque lo cierto es que las palabras, frases, lo dicho está envuelto en un contexto, un gesto, una atmósfera, un tono de voz, que es en alguna medida interpretable. O incluso más sutil… hay uno que expresa algo con una intención y el otro -quien lo recibe- le arroga una intencionalidad diferente. Claro que el uno cuando dijo no explicó demasiado –entonces no dejó explícita su intención. Esto es así casi siempre, porque de lo contrario una conversación sería muy engorrosa y difícil de llevar. Y también es claro que quien recibió el mensaje, interpretó a su real saber y entender la intención que subyace a lo que el uno emitió. Esto también es así casi siempre, porque el que recibe está recibiendo en un momento dado de su estado de ánimo, de su pensamiento, de su actitud, y va a interpretar de acuerdo a esto. Lo escuchado no es objetivo. Hay una expresión de un lado y se recibe de alguna manera del otro.

Puesto así parece un desacierto intentar comunicarse; sin embargo lo que más se trata de hacer en un vínculo que importa es conversar, aclarar, explicar, contar, expresar. Y justamente esto es lo que lleva muchas veces al desentendimiento, confusión y ruptura. 

Parece que vale la pena recordar simplemente esto: que la comunicación entre humanos es de las cuestiones más difíciles del vínculo, y que seguramente el que escucha está recibiendo un mensaje diferente del que quiso enviar el que emite. Si dan ganas, si el vínculo lo amerita, si nos importa la relación, si entenderse es fundamental para la labor que se está desarrollando, entonces el simple acto de hablar y escuchar cobra gran importancia. Puede ser que hablar un poco más, explicar, explayarse, no sea tan desacertado; y escuchar un poco más, detenerse, preguntar cuando quedan dudas o malestares, recabar más datos de la conversación, no sea tampoco tan desacertado. Hacer loas a las conversaciones escuetas y telegráficas cuando lo importante es comunicarse no parece un paso inteligente a seguir. Callarse sistemáticamente ante las impresiones o impactos de lo que se escuchó se puede convertir en resentimientos y reproches, hablados y callados… tampoco parece ser un sistema que ayude al bienestar.

Cuando importa entonces, vale el esfuerzo por decir lo más claramente que se pueda; vale el esfuerzo por escuchar lo más claramente que se pueda. La gracia, el privilegio, la posible decisión es usar el intercambio de la palabra para entenderse, con el esfuerzo que esto trae aparejado. Generar un intercambio competitivo, sólo para saber quién gana, sólo para saber quién puede mejor; o generar un intercambio sólo para funcionar en el fastidio y la desconfianza, no conduce al bienestar de la relación que se quiere proteger.