Parece haber desconcierto y perplejidad respecto al asunto de
la autoridad. En las familias por ejemplo, asisto a padres que se quejan o se lamentan
por la situación de sus hijos -niños y adolescentes- como si ellos no tuvieran
nada que ver. Piensan que “no se puede con ellos”, “tienen esa apatía, ese
desgano”, “no tienen ambiciones”, “no lo puedo parar” etc. Preguntados acerca
de las responsabilidades por las fechorías de sus hijos, o a veces directamente
por sus delincuencias, la respuesta salta como resorte: la culpa es del
alcohol, de las drogas, de las “malas juntas”.
La “culpa” está afuera. No se
habla de responsabilidad. Hay culpa. Y lo más llamativo es cuando la culpa la
tienen sustancias inanimadas como el alcohol. No señor@s, el alcohol no tiene
ninguna culpa, es simplemente una sustancia. El asunto es qué permiten, qué
enseñan, cómo funcionan con las distintas sustancias. Qué marcan esos padres,
con qué autoridad hablan. Quiénes se hacen responsables.
Tampoco creo que el problema radique en la “desintegración de
la familia” porque las familias no se desintegraron, solamente cambiaron sus
formas de estructurarse. Siguen existiendo los padres, las madres, los y las
hermanas, los sobrinos, primos y tíos. El asunto es si quienes tienen la
responsabilidad de enseñar, conducir, logran hacerse respetar como autoridad.
El asunto es si ejercen realmente esa autoridad.
“No los quiero tratar mal, como me trataron a mí”. “Yo quiero
ser la mejor amiga de mi hija”. “Quiero que entienda y no que obedezca”. Pero
las figuras de autoridad se necesitan para el crecimiento, desarrollo y
maduración de los hijos. Los padres no son los amigos, son los padres. No
pueden explicar todo, porque no en todas las edades se puede acceder a
construcciones psíquicas e intelectuales propias de la madurez. Hay un mando
que conduce hasta que sean capaces de conducirse por sí mismos. Entonces poco
importa la estructura de la familia. Lo que importa es que cuando se está
creciendo no se esté solo, sino que haya quien apoye, marque, dirija, imponga,
decida. No se hacen reuniones democráticas con hijos de 6, 8 10 y 12 años para
resolver o determinar asuntos de la vida de esa familia. Hay autoridades en esa
familia que conducen a los niños y les enseñan bajo sus reglas y su escala de
valores. Ya crecerán estos niños y romperán las reglas que les parezcan
absurdas o innecesarias, y crearán su propia escala de valores, pero cuando
tengan la adultez imprescindible para hacerlo. Ya se harán cargo estos niños,
ya se responsabilizarán.
Porque de la otra manera, la que confunde autoridad
con autoritarismo, la que pretende que las decisiones se tomen entre todos y
que el mando sea horizontal con los niños en edad escolar, con esta manera lo
que se está haciendo en realidad es omitir la responsabilidad. Los padres deben
marcar la ruta cuando sus hijos son niños. El miedo a esta responsabilidad se
disfraza de falsas democracias. Miedo a equivocarse, a hacerlo mal. Miedo
porque no están seguros de qué es lo mejor, como si sus niños pudieran estar
más seguros que ellos. Miedo a las decisiones, que también se reflejan en el
armado de la pequeña sociedad construida como familia.
Derivan su
responsabilidad a tal punto que ésta queda totalmente diluida, y “las culpas”
entonces se buscan afuera: los malos vecinos, el alcohol, la maestra de tercer
año, el tío gay… y así es como se cubren en un formulación donde la dificultad
radica en que estos tiempos son muy difíciles, todo está permitido; la
desesperación porque sus hijos no andan bien los lleva a tener un discurso cada
vez más excluyente e intolerante; entonces la culpa está en que se ha permitido
“estructuras familiares anómalas”, casamiento entre homosexuales, parejas que
viven juntas sin casarse como dios manda, vecinos que fuman marihuana, en fin…
todo lo diferente, cualquier distinto, es culpable. Y se desligan por fin de la
última de sus responsabilidades: asumir como propias las dificultades y los
malos manejos. Entonces nadie es responsable de lo que le pasa al gurí. Muchos
culpables… pero nadie responsable.
Esto realmente es preocupante, porque en una estructura
social más amplia, en nuestro país por ejemplo, la perplejidad respecto a la
autoridad creo que es uno de los factores que más influyen en los problemas que
estamos teniendo en nuestra convivencia. No hay autoridad, no hay quien marque,
quien disponga, quien imponga, quien dirija, quien decida. Aún sabiendo que
cada 5 años se tiene la oportunidad de elegir a quienes se deposita la
confianza para que conduzca. Igual sabiendo que la gente no los va a volver a
elegir si no saben cómo hacerlo, o tal vez sea por esto mismo, el asunto es que
tienen miedo. O confusión. Miedo a equivocarse, a que las cosas les salgan mal,
a meter la pata, a que se los acusen de autoritarios, y mucho más. Entonces no
asumen la responsabilidad. Ésta queda diluida, o mejor: la culpa está afuera,
la tienen los antiguos gobiernos, o las condiciones del mundo exterior, o los
medios de comunicación, o algún sindicato que otro, o algún jerarca despistado.
No se sabe de quién es la responsabilidad. Porque no asumen con autoridad.
Entiendo que cuanto mayor es la participación, cuanto más se
consulte y se tome en cuenta, cuanto más horizontal es la decisión, mayor es la
conformidad por tal o cual medida, más “para todos” se gobierna. Y bienvenidos
todos los esfuerzos en este sentido. Pero hay un punto, un límite, un momento,
que hay que saber tenerlo, que hay que aprender a ejercerlo, donde se actúa con
la autoridad que se les confiere, esa autoridad que redunda en respeto e
incluso a veces en admiración. Ese límite, ese punto, está en la conducción.
En las familias
se crea un ámbito social particular porque la mayoría de sus miembros no se
eligieron entre sí, y tampoco eligieron quién o quiénes son los que ejercen el
mando, la gestión. Se asume. La autoridad está establecida en los adultos que
tienen el manejo del grupo y los niños acatan esa autoridad.
En la comunidad es diferente pero aún más democrático, porque
se eligen a sus representantes, se elige por mayorías a quienes gobiernan, se
establecen las confianzas y se delegan los poderes. Y si no demuestran que son
dignos de esas investiduras, pues se los cambia. Es la mayor maravilla del
sistema democrático: la persona se puede equivocar al elegir quien manda porque
al poco tiempo puede decidir si lo derroca de su puesto o no.
Por esto es tan importante que en una determinada comunidad
quienes tienen la autoridad la ejerzan. Dirijan. Propongan. Resuelvan.
Conduzcan. No puede esta autoridad estar confusa o indecisa.
No puede decir que
quiere ser amigo de todos sus hijos/ciudadanos. No son los amigos. Son los
directores.
No pueden decir que no quieren tratar a los ciudadanos como se los
trató a ellos en épocas de autoritarismo porque no tienen por qué ser
dictadores ni abusivos, tienen que ejercer la autoridad que se les pidió que
ejercieran por voto popular.
No pueden dejar todo en patéticas e inacabables
discusiones – comisiones – asambleas en un interminable ejercicio por tratar de
convencer -porque es mejor que entiendan y no que obedezcan- porque tienen que
ejercer la administración, el manejo, la guía. Tienen que decidir.
No siempre y
no todos van a estar de acuerdo con el mandato simplemente porque se piensa
diferente, se tienen convicciones a veces opuestas, a veces no tan distintas
pero sí inconciliables… y bueno, algunos estarán de acuerdo y otros no, pero la
autoridad se ejerce igual porque fueron elegidos para ello. Y si no fueron
buenas sus decisiones la gente no los volverá a elegir.
Lo que no puede pasar es esta impresión que está dejando el
momento actual: padres que confunden autoridad con autoritarismo, padres que no
asumen entonces su responsabilidad. Gobiernos, directores, gestores, administrativos,
guías que no asumen su conducción, que no dirigen, y que entonces no asumen su
responsabilidad.
Si los que deben capitanear quedan en estado de perplejidad
con la excusa de no ser autoritarios y confundiendo esto con autoridad,
entonces no se pueden delinear las responsabilidades, entonces no se puede
cambiar, entonces tenemos enormes problemas de convivencia, volvemos a
discursos excluyentes e intolerantes: que no soporto tal sindicato, que mejor
deje existir tal persona, que tal grupo político no hable más, que los medios
de comunicación sean vigilados…
Éste es el peligro para cualquier comunidad,
pequeña como la familia, grande como un país. Si no se asumen las
responsabilidades, si la autoridad queda diluída, no hay corrección de errores,
no hay cambios, aparecen culpas en el afuera, se acusa al afuera, hay
desconcierto, todos quieren tener el derecho y el manejo, se esfuman las
reglas, nos volvemos los unos contra los otros, se quiebra la sana convivencia.
De esta manera se entra al mundo de los problemas sin solución, del desaliento,
de la impotencia, de la mediocridad. Así se agravan los problemas de
convivencia, se acentúan la intolerancia y el miedo. Hay que entender que no
hay nada malo en ejercer la autoridad. Ésta se puede ejercer con respeto, con
tolerancia, democratizando las estructuras y escuchando las voces hasta el
momento en que se decide, incluyendo, asumiendo las responsabilidades,
corrigiendo los errores, pidiendo perdón por las equivocaciones. Haciendo. Sin
confusiones.