Palabras como amor, felicidad, solidaridad,
tolerancia… son palabras. Estas palabras cobran significado dependiendo de su
contexto, del pensamiento en el cual fueron nombradas, de la intención de quien
las nombró, del grado de responsabilidad y poder que tiene quien las menciona
como palabras/destino, de la cultura de la región en la cual fueron mencionadas,
de las expectativas y de las posibilidades del lugar en el cual se nombran. No
me parece interesante la inocencia de tomarlas como simples abstracciones, como
si no se dijeran cosas muy concretas cuando se mencionan, como si no se tuviera
una intención o un objetivo, como si todos entendiéramos lo mismo o les
diéramos el mismo significado.
Cuando las palabras amor y felicidad son mencionadas
por un poeta que revela su estado de ánimo, su deseo, su expectativa, su
mirada soñadora y pura inmersa en su existencia, entonces soy capaz de
apreciarlas en su magnitud, con toda esa abstracción; puedo jugar a que
hablamos y aspiramos a lo mismo, que significan las mismas cosas porque las
entendemos en ese contexto de poeta y poema, como estados del alma o
aspiraciones abrazadoras del universo todo.
Cuando esas palabras están mencionadas en el
contexto de un país totalitario, o donde se establece un régimen dictatorial, o
un régimen claramente autoritario, opresor o abusivo, voy a entender estas
palabras depende quién las mencione: ¿las dice el representante de la
oposición, de la resistencia, quien lucha por una vida democrática o más libre
para su población? ¿o las dice el propio dictador? Porque estas mismas palabras
significan una cosa u otra dependiendo de todos los parámetros dichos en el
primer párrafo.
Cuando estas palabras como cultura, felicidad,
convivencia, son mencionadas por quien tiene la responsabilidad de instalar
políticas en su país, por quien tiene la posibilidad de establecer normas de
entendimiento (de acuerdo a su cultura, de sus posibilidades y las reglas de
convivencia de su lugar), por quien tiene el poder o la responsabilidad de
generar las políticas que lleven a un estado al máximo de bienestar, entonces
estas palabras no son abstractas, no son existenciales, significan cosas muy
concretas, que tienen que ver con lo que esa persona debe hacer, porque tiene la obligación, el derecho, y la
posibilidad que le otorga su cargo o investidura. Si no lo está haciendo, o si
lo pretende hacer pero falla, no me voy a emocionar porque me diga en un
discurso que el fin último de mi existencia es mi estado de felicidad. Porque
es el encargado de vehiculizar con sus políticas esta posibilidad y sin embargo
falla al hacerlo. Porque estas palabras tienen que ver con nuestra cultura, con
nuestra vida cotidiana y con nuestra capacidad de elección. No son abstractas.
Es muy simpático decir “ámense los unos a los otros”, muy compartible, muy de
profeta. Si se tiene la responsabilidad del manejo de un país, entonces esto
debe manifestarse en políticas concretas que apunten a este objetivo para que
me caiga simpático, o de lo contrario para mí vale muy poco, es cosa de
profetas…
Pero hay otro aspecto que me importa tanto como
éste: ¿quién se arroga el derecho de decirme qué significa mi felicidad? ¿quién
se arroga el derecho de decirme si lo que yo hago me da paz espiritual o no?
¿quién es capaz de decirme cómo logro mi armonía en el mundo? Porque es muy
simpático también, o políticamente correcto, en estas épocas y en esta parte
del mundo a la que pertenezco, decir cómo está bien comer, cómo es saludable
vivir, cuáles son las aspiraciones “sanas” y cuáles son lo suficientemente
enfermas como para pensar “que me dominan”. Parece que está bueno profetizar
sobre cinco signos vitales portentosos y apetecibles para una imagen de ser
humano habitando en su hábitat de determinada manera que debería ser compartida
por todos los seres normales ¿Quién lo dice?
Siento que es muy peligrosa
aquella persona que intente explicarme que mi vida está bien o mal porque me
interese o me emocione lo que me interesa y emociona. Es políticamente correcto
y aceptable que alguien diga “abajo el consumismo”… ¿qué quiere decir? ¿en qué
contexto, en qué lugar, dentro de cuál cultura se está diciendo esto? Son
palabras dichas para cosechar simpatías y aplausos, a menos que estén
contextualizadas en una propuesta que me sea tan atractiva como tener una linda
televisión en mi casa porque me gusta ver películas en mi tiempo libre. En la
parte del mundo que conozco y donde me desarrollé, hay un bien que me exalta y
que me genera una inmensa felicidad, y es la posibilidad de elegir. Elijo cómo
vivo. Elijo quién soy dentro de los parámetros de mi posible. Elijo cómo. Elijo
gobernante por un tiempo acotado. Elijo echar al gobernante. Elijo mi religión.
Elijo oponerme a las religiones. Elijo una ideología. Tengo espacio para luchar
por mi ideología y en contra de otras. Elijo estar sola o acompañada. Todo
dentro de los parámetros de lo posible, elijo. Y no tengo por qué emocionarme
porque alguien dice que está bueno comer manzanas recién cortadas del árbol
porque eso genera no sé qué cosa material y espiritual, porque capaz que yo no
quiero comer manzanas y si las como voy a ver de dónde y cuáles elijo comer.
Ésta es nuestra enorme posibilidad. Si queremos vivir sin ambiciones
materiales, dormir con el cuerpo pegado a la tierra de mi patria, lo puedo
hacer. Y si aspiro y me deslomo para conseguir una casa con doble piso y muchos
aislantes para no tocar nunca la tierra de mi patria y menos las hormigas que
suelen acompañarla, es cosa mía, y no le cedo el derecho a nadie que me diga si
esto está bien o está mal, si vivo en la felicidad o en la infelicidad. Cada
uno se elije su felicidad. Ésta es la inmensa bondad de nuestro estado actual,
en algunas partes del mundo. Éste es el bien preciado. Poder elegir y
responsabilizarme por lo que elijo asumiendo sus consecuencias.
Si una persona, con el cargo y el poder de resolver
las políticas de un país, habla del desarrollo sustentable y de los problemas y
posibles soluciones a las que se enfrenta un país o una región, puedo estar de
acuerdo con sus dichos o no, pero sé que su preocupación está en el desarrollo,
en la posibilidad de una mejor existencia, de ese país o región. No es un
idiota que sólo piensa en consumir porque a los humanos nos ganó el mercado y
ahora parece que “el mercado” nos domina… como si el mercado fuera un ser
objetivo con inteligencia propia que se convierte en carnívoro y devorara a los
humanos. Esta persona, con el cargo y el poder, hablando de desarrollo y
mejoras de políticas, sé que está trayendo a nuestra vida cotidiana palabras
como felicidad, libertad, convivencia. No deja estas palabras en el abstracto
mundo de la poesía, incluso y aunque estuviera totalmente en desacuerdo con lo
que propone o dice.
Al contrario, si una persona, con el cargo y el
poder de resolver las políticas de un país, me habla de que el objetivo es la
felicidad… ¿qué está diciendo? ¿acaso adivinó lo que para mí significa esto en
mi vida cotidiana? ¿acaso tiene el mismo contenido que para mí esta palabra?
Entonces para contestarme estas preguntas, me fijo especialmente en lo que está
siendo capaz esta persona con cargo y poder de hacer en su país y/o región,
para darme cuenta si realmente propende con su accionar cotidiano como
gobernante a una vida donde los individuos en su mayoría se sientan más
felices, más solidarios, con mayor tolerancia y mejor convivencia. Si sus
medidas propenden a esto, entonces al menos es coherente y su discurso cobra un
sentido concreto y palpable, visible y aplaudible. Y si no, será poesía pero no
hecha por un poeta sino por el que ostenta la responsabilidad de concretar
estas palabras y hacerlas vida cotidiana. Tal vez todas estas sean parte de las
principales razones por las que no me emociono de buenas a primeras por dichos
elocuentes y palabras rimbombantes. Las contextualizo. Me fijo. Pienso. Porque
ésta es mi existencia, así de concreta.