lunes, 25 de junio de 2012

LAS PALABRAS Y LOS CONCEPTOS.-


Palabras como amor, felicidad, solidaridad, tolerancia… son palabras. Estas palabras cobran significado dependiendo de su contexto, del pensamiento en el cual fueron nombradas, de la intención de quien las nombró, del grado de responsabilidad y poder que tiene quien las menciona como palabras/destino, de la cultura de la región en la cual fueron mencionadas, de las expectativas y de las posibilidades del lugar en el cual se nombran. No me parece interesante la inocencia de tomarlas como simples abstracciones, como si no se dijeran cosas muy concretas cuando se mencionan, como si no se tuviera una intención o un objetivo, como si todos entendiéramos lo mismo o les diéramos el mismo significado.

Cuando las palabras amor y felicidad son mencionadas por un poeta que revela su estado de ánimo, su deseo, su expectativa, su mirada soñadora y pura inmersa en su existencia, entonces soy capaz de apreciarlas en su magnitud, con toda esa abstracción; puedo jugar a que hablamos y aspiramos a lo mismo, que significan las mismas cosas porque las entendemos en ese contexto de poeta y poema, como estados del alma o aspiraciones abrazadoras del universo todo.

Cuando esas palabras están mencionadas en el contexto de un país totalitario, o donde se establece un régimen dictatorial, o un régimen claramente autoritario, opresor o abusivo, voy a entender estas palabras depende quién las mencione: ¿las dice el representante de la oposición, de la resistencia, quien lucha por una vida democrática o más libre para su población? ¿o las dice el propio dictador? Porque estas mismas palabras significan una cosa u otra dependiendo de todos los parámetros dichos en el primer párrafo.

Cuando estas palabras como cultura, felicidad, convivencia, son mencionadas por quien tiene la responsabilidad de instalar políticas en su país, por quien tiene la posibilidad de establecer normas de entendimiento (de acuerdo a su cultura, de sus posibilidades y las reglas de convivencia de su lugar), por quien tiene el poder o la responsabilidad de generar las políticas que lleven a un estado al máximo de bienestar, entonces estas palabras no son abstractas, no son existenciales, significan cosas muy concretas, que tienen que ver con lo que esa persona debe hacer,  porque tiene la obligación, el derecho, y la posibilidad que le otorga su cargo o investidura. Si no lo está haciendo, o si lo pretende hacer pero falla, no me voy a emocionar porque me diga en un discurso que el fin último de mi existencia es mi estado de felicidad. Porque es el encargado de vehiculizar con sus políticas esta posibilidad y sin embargo falla al hacerlo. Porque estas palabras tienen que ver con nuestra cultura, con nuestra vida cotidiana y con nuestra capacidad de elección. No son abstractas. Es muy simpático decir “ámense los unos a los otros”, muy compartible, muy de profeta. Si se tiene la responsabilidad del manejo de un país, entonces esto debe manifestarse en políticas concretas que apunten a este objetivo para que me caiga simpático, o de lo contrario para mí vale muy poco, es cosa de profetas…

Pero hay otro aspecto que me importa tanto como éste: ¿quién se arroga el derecho de decirme qué significa mi felicidad? ¿quién se arroga el derecho de decirme si lo que yo hago me da paz espiritual o no? ¿quién es capaz de decirme cómo logro mi armonía en el mundo? Porque es muy simpático también, o políticamente correcto, en estas épocas y en esta parte del mundo a la que pertenezco, decir cómo está bien comer, cómo es saludable vivir, cuáles son las aspiraciones “sanas” y cuáles son lo suficientemente enfermas como para pensar “que me dominan”. Parece que está bueno profetizar sobre cinco signos vitales portentosos y apetecibles para una imagen de ser humano habitando en su hábitat de determinada manera que debería ser compartida por todos los seres normales ¿Quién lo dice?

Siento que es muy peligrosa aquella persona que intente explicarme que mi vida está bien o mal porque me interese o me emocione lo que me interesa y emociona. Es políticamente correcto y aceptable que alguien diga “abajo el consumismo”… ¿qué quiere decir? ¿en qué contexto, en qué lugar, dentro de cuál cultura se está diciendo esto? Son palabras dichas para cosechar simpatías y aplausos, a menos que estén contextualizadas en una propuesta que me sea tan atractiva como tener una linda televisión en mi casa porque me gusta ver películas en mi tiempo libre. En la parte del mundo que conozco y donde me desarrollé, hay un bien que me exalta y que me genera una inmensa felicidad, y es la posibilidad de elegir. Elijo cómo vivo. Elijo quién soy dentro de los parámetros de mi posible. Elijo cómo. Elijo gobernante por un tiempo acotado. Elijo echar al gobernante. Elijo mi religión. Elijo oponerme a las religiones. Elijo una ideología. Tengo espacio para luchar por mi ideología y en contra de otras. Elijo estar sola o acompañada. Todo dentro de los parámetros de lo posible, elijo. Y no tengo por qué emocionarme porque alguien dice que está bueno comer manzanas recién cortadas del árbol porque eso genera no sé qué cosa material y espiritual, porque capaz que yo no quiero comer manzanas y si las como voy a ver de dónde y cuáles elijo comer. Ésta es nuestra enorme posibilidad. Si queremos vivir sin ambiciones materiales, dormir con el cuerpo pegado a la tierra de mi patria, lo puedo hacer. Y si aspiro y me deslomo para conseguir una casa con doble piso y muchos aislantes para no tocar nunca la tierra de mi patria y menos las hormigas que suelen acompañarla, es cosa mía, y no le cedo el derecho a nadie que me diga si esto está bien o está mal, si vivo en la felicidad o en la infelicidad. Cada uno se elije su felicidad. Ésta es la inmensa bondad de nuestro estado actual, en algunas partes del mundo. Éste es el bien preciado. Poder elegir y responsabilizarme por lo que elijo asumiendo sus consecuencias.

Si una persona, con el cargo y el poder de resolver las políticas de un país, habla del desarrollo sustentable y de los problemas y posibles soluciones a las que se enfrenta un país o una región, puedo estar de acuerdo con sus dichos o no, pero sé que su preocupación está en el desarrollo, en la posibilidad de una mejor existencia, de ese país o región. No es un idiota que sólo piensa en consumir porque a los humanos nos ganó el mercado y ahora parece que “el mercado” nos domina… como si el mercado fuera un ser objetivo con inteligencia propia que se convierte en carnívoro y devorara a los humanos. Esta persona, con el cargo y el poder, hablando de desarrollo y mejoras de políticas, sé que está trayendo a nuestra vida cotidiana palabras como felicidad, libertad, convivencia. No deja estas palabras en el abstracto mundo de la poesía, incluso y aunque estuviera totalmente en desacuerdo con lo que propone o dice.

Al contrario, si una persona, con el cargo y el poder de resolver las políticas de un país, me habla de que el objetivo es la felicidad… ¿qué está diciendo? ¿acaso adivinó lo que para mí significa esto en mi vida cotidiana? ¿acaso tiene el mismo contenido que para mí esta palabra? Entonces para contestarme estas preguntas, me fijo especialmente en lo que está siendo capaz esta persona con cargo y poder de hacer en su país y/o región, para darme cuenta si realmente propende con su accionar cotidiano como gobernante a una vida donde los individuos en su mayoría se sientan más felices, más solidarios, con mayor tolerancia y mejor convivencia. Si sus medidas propenden a esto, entonces al menos es coherente y su discurso cobra un sentido concreto y palpable, visible y aplaudible. Y si no, será poesía pero no hecha por un poeta sino por el que ostenta la responsabilidad de concretar estas palabras y hacerlas vida cotidiana. Tal vez todas estas sean parte de las principales razones por las que no me emociono de buenas a primeras por dichos elocuentes y palabras rimbombantes. Las contextualizo. Me fijo. Pienso. Porque ésta es mi existencia, así de concreta.