lunes, 30 de abril de 2012

AUTORIDAD - RESPONSABILIDAD


Parece haber desconcierto y perplejidad respecto al asunto de la autoridad. En las familias por ejemplo, asisto a padres que se quejan o se lamentan por la situación de sus hijos -niños y adolescentes- como si ellos no tuvieran nada que ver. Piensan que “no se puede con ellos”, “tienen esa apatía, ese desgano”, “no tienen ambiciones”, “no lo puedo parar” etc. Preguntados acerca de las responsabilidades por las fechorías de sus hijos, o a veces directamente por sus delincuencias, la respuesta salta como resorte: la culpa es del alcohol, de las drogas, de las “malas juntas”.
La “culpa” está afuera. No se habla de responsabilidad. Hay culpa. Y lo más llamativo es cuando la culpa la tienen sustancias inanimadas como el alcohol. No señor@s, el alcohol no tiene ninguna culpa, es simplemente una sustancia. El asunto es qué permiten, qué enseñan, cómo funcionan con las distintas sustancias. Qué marcan esos padres, con qué autoridad hablan. Quiénes se hacen responsables.

Tampoco creo que el problema radique en la “desintegración de la familia” porque las familias no se desintegraron, solamente cambiaron sus formas de estructurarse. Siguen existiendo los padres, las madres, los y las hermanas, los sobrinos, primos y tíos. El asunto es si quienes tienen la responsabilidad de enseñar, conducir, logran hacerse respetar como autoridad. El asunto es si ejercen realmente esa autoridad.

“No los quiero tratar mal, como me trataron a mí”. “Yo quiero ser la mejor amiga de mi hija”. “Quiero que entienda y no que obedezca”. Pero las figuras de autoridad se necesitan para el crecimiento, desarrollo y maduración de los hijos. Los padres no son los amigos, son los padres. No pueden explicar todo, porque no en todas las edades se puede acceder a construcciones psíquicas e intelectuales propias de la madurez. Hay un mando que conduce hasta que sean capaces de conducirse por sí mismos. Entonces poco importa la estructura de la familia. Lo que importa es que cuando se está creciendo no se esté solo, sino que haya quien apoye, marque, dirija, imponga, decida. No se hacen reuniones democráticas con hijos de 6, 8 10 y 12 años para resolver o determinar asuntos de la vida de esa familia. Hay autoridades en esa familia que conducen a los niños y les enseñan bajo sus reglas y su escala de valores. Ya crecerán estos niños y romperán las reglas que les parezcan absurdas o innecesarias, y crearán su propia escala de valores, pero cuando tengan la adultez imprescindible para hacerlo. Ya se harán cargo estos niños, ya se responsabilizarán.
Porque de la otra manera, la que confunde autoridad con autoritarismo, la que pretende que las decisiones se tomen entre todos y que el mando sea horizontal con los niños en edad escolar, con esta manera lo que se está haciendo en realidad es omitir la responsabilidad. Los padres deben marcar la ruta cuando sus hijos son niños. El miedo a esta responsabilidad se disfraza de falsas democracias. Miedo a equivocarse, a hacerlo mal. Miedo porque no están seguros de qué es lo mejor, como si sus niños pudieran estar más seguros que ellos. Miedo a las decisiones, que también se reflejan en el armado de la pequeña sociedad construida como familia.
Derivan su responsabilidad a tal punto que ésta queda totalmente diluida, y “las culpas” entonces se buscan afuera: los malos vecinos, el alcohol, la maestra de tercer año, el tío gay… y así es como se cubren en un formulación donde la dificultad radica en que estos tiempos son muy difíciles, todo está permitido; la desesperación porque sus hijos no andan bien los lleva a tener un discurso cada vez más excluyente e intolerante; entonces la culpa está en que se ha permitido “estructuras familiares anómalas”, casamiento entre homosexuales, parejas que viven juntas sin casarse como dios manda, vecinos que fuman marihuana, en fin… todo lo diferente, cualquier distinto, es culpable. Y se desligan por fin de la última de sus responsabilidades: asumir como propias las dificultades y los malos manejos. Entonces nadie es responsable de lo que le pasa al gurí. Muchos culpables… pero nadie responsable.

Esto realmente es preocupante, porque en una estructura social más amplia, en nuestro país por ejemplo, la perplejidad respecto a la autoridad creo que es uno de los factores que más influyen en los problemas que estamos teniendo en nuestra convivencia. No hay autoridad, no hay quien marque, quien disponga, quien imponga, quien dirija, quien decida. Aún sabiendo que cada 5 años se tiene la oportunidad de elegir a quienes se deposita la confianza para que conduzca. Igual sabiendo que la gente no los va a volver a elegir si no saben cómo hacerlo, o tal vez sea por esto mismo, el asunto es que tienen miedo. O confusión. Miedo a equivocarse, a que las cosas les salgan mal, a meter la pata, a que se los acusen de autoritarios, y mucho más. Entonces no asumen la responsabilidad. Ésta queda diluida, o mejor: la culpa está afuera, la tienen los antiguos gobiernos, o las condiciones del mundo exterior, o los medios de comunicación, o algún sindicato que otro, o algún jerarca despistado. No se sabe de quién es la responsabilidad. Porque no asumen con autoridad.

Entiendo que cuanto mayor es la participación, cuanto más se consulte y se tome en cuenta, cuanto más horizontal es la decisión, mayor es la conformidad por tal o cual medida, más “para todos” se gobierna. Y bienvenidos todos los esfuerzos en este sentido. Pero hay un punto, un límite, un momento, que hay que saber tenerlo, que hay que aprender a ejercerlo, donde se actúa con la autoridad que se les confiere, esa autoridad que redunda en respeto e incluso a veces en admiración. Ese límite, ese punto, está en la conducción.

En las familias se crea un ámbito social particular porque la mayoría de sus miembros no se eligieron entre sí, y tampoco eligieron quién o quiénes son los que ejercen el mando, la gestión. Se asume. La autoridad está establecida en los adultos que tienen el manejo del grupo y los niños acatan esa autoridad.
En la comunidad es diferente pero aún más democrático, porque se eligen a sus representantes, se elige por mayorías a quienes gobiernan, se establecen las confianzas y se delegan los poderes. Y si no demuestran que son dignos de esas investiduras, pues se los cambia. Es la mayor maravilla del sistema democrático: la persona se puede equivocar al elegir quien manda porque al poco tiempo puede decidir si lo derroca de su puesto o no.
Por esto es tan importante que en una determinada comunidad quienes tienen la autoridad la ejerzan. Dirijan. Propongan. Resuelvan. Conduzcan. No puede esta autoridad estar confusa o indecisa.
No puede decir que quiere ser amigo de todos sus hijos/ciudadanos. No son los amigos. Son los directores.
No pueden decir que no quieren tratar a los ciudadanos como se los trató a ellos en épocas de autoritarismo porque no tienen por qué ser dictadores ni abusivos, tienen que ejercer la autoridad que se les pidió que ejercieran por voto popular.
No pueden dejar todo en patéticas e inacabables discusiones – comisiones – asambleas en un interminable ejercicio por tratar de convencer -porque es mejor que entiendan y no que obedezcan- porque tienen que ejercer la administración, el manejo, la guía. Tienen que decidir.

No siempre y no todos van a estar de acuerdo con el mandato simplemente porque se piensa diferente, se tienen convicciones a veces opuestas, a veces no tan distintas pero sí inconciliables… y bueno, algunos estarán de acuerdo y otros no, pero la autoridad se ejerce igual porque fueron elegidos para ello. Y si no fueron buenas sus decisiones la gente no los volverá a elegir.

Lo que no puede pasar es esta impresión que está dejando el momento actual: padres que confunden autoridad con autoritarismo, padres que no asumen entonces su responsabilidad. Gobiernos, directores, gestores, administrativos, guías que no asumen su conducción, que no dirigen, y que entonces no asumen su responsabilidad.
Si los que deben capitanear quedan en estado de perplejidad con la excusa de no ser autoritarios y confundiendo esto con autoridad, entonces no se pueden delinear las responsabilidades, entonces no se puede cambiar, entonces tenemos enormes problemas de convivencia, volvemos a discursos excluyentes e intolerantes: que no soporto tal sindicato, que mejor deje existir tal persona, que tal grupo político no hable más, que los medios de comunicación sean vigilados…
Éste es el peligro para cualquier comunidad, pequeña como la familia, grande como un país. Si no se asumen las responsabilidades, si la autoridad queda diluída, no hay corrección de errores, no hay cambios, aparecen culpas en el afuera, se acusa al afuera, hay desconcierto, todos quieren tener el derecho y el manejo, se esfuman las reglas, nos volvemos los unos contra los otros, se quiebra la sana convivencia. De esta manera se entra al mundo de los problemas sin solución, del desaliento, de la impotencia, de la mediocridad. Así se agravan los problemas de convivencia, se acentúan la intolerancia y el miedo. Hay que entender que no hay nada malo en ejercer la autoridad. Ésta se puede ejercer con respeto, con tolerancia, democratizando las estructuras y escuchando las voces hasta el momento en que se decide, incluyendo, asumiendo las responsabilidades, corrigiendo los errores, pidiendo perdón por las equivocaciones. Haciendo. Sin confusiones.

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