Es demasiado frecuente el relato acerca de las controversias y peleas familiares, entre amigos, entre personas que en algún momento se eligieron entre sí para compartir un camino. Muchas veces las peleas son grandiosas, repletas de pasiones encontradas, con un alto contenido dramático: hermanos que no se hablan durante veinte años; hijos peleados con sus padres a tal punto que ni siquiera les permiten conocer a sus nietos; amigos del alma que de un día al otro se dan vuelta la cara sintiéndose traicionados mutuamente; en fin, todo tipo de tragedias y tragicomedias. Llaman la atención. O me dan qué pensar… Pienso en la falta de paz, en la imposibilidad del perdón, en la incapacidad de entender, en la dificultad para aceptar. También me da por pensar en la necesidad de señalar o apuntar, en la actitud de despreciar, en la forma de relegar, en la manera de juzgar y castigar. Resulta que en una época una persona fue agradable, con una escala de valores compartible, elegible para establecer algún tipo de vínculo, y en algún otro momento esa misma persona pasa a ser degradada, dejada de lado, sometida a las más variadas críticas, porque se equivocó en algo, o no estuvo a la altura de lo esperable, o falló en algo supuestamente sustancial.
A veces la
situación de pelea o alejamiento pasa sólo en algunos momentos, luego todo se
corrige de alguna manera u otra y vuelve a su cauce normal. No es lo que me
preocupa, pues considero que es parte de los múltiples vaivenes por “todo lo
que somos”.
Lo que considero
un problema, lo que me estremece y me eriza, es saber de esa gran cantidad de
situaciones en las cuales las separaciones o peleas se realizan con un
llamativo “para siempre” o con un dramático dolor, justo entre personas que compartieron
caminos, que se eligieron, o que les tocó vivir juntas (como es el caso de
familia) y que vivieron tanto –aunque no elegidos- vivieron tanto juntos.
Vale preguntarse
qué fue lo que cambió. Cómo alguien puede ser tan principista o tan terco o tan
necio para juzgar y castigar a esos otros por haberse equivocado o haber hecho
daño alguna vez. Cómo se puede repudiar o simplemente descartar a personas que
comparten o compartieron un camino sólo porque hizo algo o dijo algo que no
gustó nada, que no estuvo bien…. Entonces simplemente se desecha a esa persona
del universo compartible. Y ya está. Así de simple. Generalmente además, sin
dar la chance o la posibilidad de que medie una conversación profunda, o
sincera; un intento de entender cómo se sintió del otro lado, qué fue lo que
pasó para cada una de las partes, porque para qué… si basta con excluírlo/a.
Esto tiene mucho
que ver, a mi entender, con el tema de la intolerancia; con la posibilidad o no
de vivir con el distinto; con la necesidad y búsqueda de estar siempre entre
iguales, porque los que no lo son dan miedo, producen aprensión, ponen en juego
emociones más complejas. Pero acá me estoy yendo de tema… es otro ángulo que
aprovecharemos en otro post J
Si
una persona realmente hace consciente no sólo lo imperfecto que es el humano
(esto ya es llover sobre mojado) sino que aprende, entiende, se da cuenta de
todo ese todo que forma a cada uno… de lo también nefasto y perverso que es
cada uno, de lo potencialmente violento y equivocado que es también cada uno,
de lo difícil, lo arduo que es vivir en un equilibrio, lo espinoso que es tratar
de equivocarse lo menos posible, lo casi inaccesible que es mantenerse sensato,
cordial y prudente; si se es consciente de todo ese todo que constituye el ser
humano, entonces podría cada quien medir a los demás, medir al otro, a ese otro
diferente, con una vara más acorde a lo que se aprendió sobre sí mismo, y no
sólo darse el lujo de sentenciar y sancionar, con esa soltura y esa manera tan
fácil que encuentro logran las personas con tanta frecuencia.
No voy a caer
tampoco en la inocencia de pensar que todos somos pasibles de ser amigos o de
construir un vínculo afectuoso. Cada uno tiene su escala de valores, sus
índices sobre la moral y la ética, sus certezas, sus sentimientos, sus pautas
de comportamiento. Son válidas para cada uno, y es lo que nos permite
acercarnos o alejarnos de otra persona; ser amigos o desentendernos; amar u
odiar; juzgar; pertenecer o no pertenecer. Esto también tiene que ver con las
elecciones de vida, las decisiones con las cuales construimos nuestro camino.
Por lo tanto cada quien elige con quien estar. Por eso hay individuos que
alguien puede simplemente no soportar, o no compartir, o no interesarse. Y así
funcionamos. Éste tampoco es el asunto que me preocupa.
Lo
que me pregunto y hasta a veces sufro es qué pasa con la persona que eligió a
otra, que compartió con otra, que abrazó a otra, todo mientras se encaminó
dentro de los cánones previstos, porque cuando cometió un error, o una falla,
ya es alguien a quien castigar. Esto es lo que eriza. Aquí hay un individuo que
insiste en creer que él o ella no caería jamás en determinados errores, no
fallaría de esa manera nunca, no haría tal o cual cosa que lastima a otros… en
fin…tal vez tenga razón ese individuo… no caería en determinadas fallas pero
¿realmente no sabe que caería en algunas otras, que también pueden lastimar?
¿no sabe que potencialmente podría errar de la misma manera? ¿realmente ese
individuo cree que está hecho sólo de “cosas buenas”, porque las “cosas malas”
son propias de otros? Esto sí es una inocentada. No saber de ese todo que
abarcamos. No saber sobre la naturaleza contradictoria y equívoca de los
humanos. La inocentada es no saber que cuando obramos bien es porque pudimos y
supimos reprimir nuestro mal. No saber que nadie es un extraterrestre… es una
persona de carne y hueso, como los demás. El que se convence que es bueno y los
demás le fallan y lo traicionan, no está entendiendo cómo funcionamos, qué
somos, qué límites tenemos ni cuál es nuestra libertad. Tal vez por esto
necesite erigirse en el salvador de todos los principios, y deje por el camino
a todo aquel que habiendo compartido un camino, o habiendo nacido en la misma
familia, o habiendo sido elegido por afecto, simplemente en algún momento pasa
a ser la peor persona, o la que no merece su cariño. Cuánta soberbia encierra
esto. Cuánta soberbia y cuánta inseguridad. Cuánta necesidad de defenderse (¿de
qué? ¿de quién?). Qué poca idea de lo que es importante y lo que no lo es. Qué
lejos está esto de lo que mencioné más arriba: de la posibilidad que todos
tienen de juzgar y elegir. Cómo se confunde esta posibilidad de elegir con la
soberbia y la omnipotencia de creerse el poseedor del bien universal. Y es por
todas estas cosas, porque veo demasiado frecuentemente estas situaciones, que
pienso que es importante el tema “todo lo que somos”. Lo que elegimos, lo que
nos preocupa entender, lo que dejamos de lado. Otra vez: es un tema de
consciencia y decisión.
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