lunes, 21 de noviembre de 2011

LO QUE SOMOS (parte II)

En el entendido que somos todo lo que conocemos en los humanos –lo luminoso y lo oscuro, lo permitido y lo prohibido- es que podemos compartir estas líneas sobre las relaciones humanas.


Es demasiado frecuente el relato acerca de las controversias y peleas familiares, entre amigos, entre personas que en algún momento se eligieron entre sí para compartir un camino. Muchas veces las peleas son grandiosas, repletas de pasiones encontradas, con un alto contenido dramático: hermanos que no se hablan durante veinte años; hijos peleados con sus padres a tal punto que ni siquiera les permiten conocer a sus nietos; amigos del alma que de un día al otro se dan vuelta la cara sintiéndose traicionados mutuamente; en fin, todo tipo de tragedias y tragicomedias. Llaman la atención. O me dan qué pensar… Pienso en la falta de paz, en la imposibilidad del perdón, en la incapacidad de entender, en la dificultad para aceptar. También me da por pensar en la necesidad de señalar o apuntar, en la actitud de despreciar, en la forma de relegar, en la manera de juzgar y castigar. Resulta que en una época una persona fue agradable, con una escala de valores compartible, elegible para establecer algún tipo de vínculo, y en algún otro momento esa misma persona pasa a ser degradada, dejada de lado, sometida a las más variadas críticas, porque se equivocó en algo, o no estuvo a la altura de lo esperable, o falló en algo supuestamente sustancial.

A veces la situación de pelea o alejamiento pasa sólo en algunos momentos, luego todo se corrige de alguna manera u otra y vuelve a su cauce normal. No es lo que me preocupa, pues considero que es parte de los múltiples vaivenes por “todo lo que somos”.
Lo que considero un problema, lo que me estremece y me eriza, es saber de esa gran cantidad de situaciones en las cuales las separaciones o peleas se realizan con un llamativo “para siempre” o con un dramático dolor, justo entre personas que compartieron caminos, que se eligieron, o que les tocó vivir juntas (como es el caso de familia) y que vivieron tanto –aunque no elegidos- vivieron tanto juntos.
Vale preguntarse qué fue lo que cambió. Cómo alguien puede ser tan principista o tan terco o tan necio para juzgar y castigar a esos otros por haberse equivocado o haber hecho daño alguna vez. Cómo se puede repudiar o simplemente descartar a personas que comparten o compartieron un camino sólo porque hizo algo o dijo algo que no gustó nada, que no estuvo bien…. Entonces simplemente se desecha a esa persona del universo compartible. Y ya está. Así de simple. Generalmente además, sin dar la chance o la posibilidad de que medie una conversación profunda, o sincera; un intento de entender cómo se sintió del otro lado, qué fue lo que pasó para cada una de las partes, porque para qué… si basta con excluírlo/a.
Esto tiene mucho que ver, a mi entender, con el tema de la intolerancia; con la posibilidad o no de vivir con el distinto; con la necesidad y búsqueda de estar siempre entre iguales, porque los que no lo son dan miedo, producen aprensión, ponen en juego emociones más complejas. Pero acá me estoy yendo de tema… es otro ángulo que aprovecharemos en otro post J

Si una persona realmente hace consciente no sólo lo imperfecto que es el humano (esto ya es llover sobre mojado) sino que aprende, entiende, se da cuenta de todo ese todo que forma a cada uno… de lo también nefasto y perverso que es cada uno, de lo potencialmente violento y equivocado que es también cada uno, de lo difícil, lo arduo que es vivir en un equilibrio, lo espinoso que es tratar de equivocarse lo menos posible, lo casi inaccesible que es mantenerse sensato, cordial y prudente; si se es consciente de todo ese todo que constituye el ser humano, entonces podría cada quien medir a los demás, medir al otro, a ese otro diferente, con una vara más acorde a lo que se aprendió sobre sí mismo, y no sólo darse el lujo de sentenciar y sancionar, con esa soltura y esa manera tan fácil que encuentro logran las personas con tanta frecuencia.
No voy a caer tampoco en la inocencia de pensar que todos somos pasibles de ser amigos o de construir un vínculo afectuoso. Cada uno tiene su escala de valores, sus índices sobre la moral y la ética, sus certezas, sus sentimientos, sus pautas de comportamiento. Son válidas para cada uno, y es lo que nos permite acercarnos o alejarnos de otra persona; ser amigos o desentendernos; amar u odiar; juzgar; pertenecer o no pertenecer. Esto también tiene que ver con las elecciones de vida, las decisiones con las cuales construimos nuestro camino. Por lo tanto cada quien elige con quien estar. Por eso hay individuos que alguien puede simplemente no soportar, o no compartir, o no interesarse. Y así funcionamos. Éste tampoco es el asunto que me preocupa.
Lo que me pregunto y hasta a veces sufro es qué pasa con la persona que eligió a otra, que compartió con otra, que abrazó a otra, todo mientras se encaminó dentro de los cánones previstos, porque cuando cometió un error, o una falla, ya es alguien a quien castigar. Esto es lo que eriza. Aquí hay un individuo que insiste en creer que él o ella no caería jamás en determinados errores, no fallaría de esa manera nunca, no haría tal o cual cosa que lastima a otros… en fin…tal vez tenga razón ese individuo… no caería en determinadas fallas pero ¿realmente no sabe que caería en algunas otras, que también pueden lastimar? ¿no sabe que potencialmente podría errar de la misma manera? ¿realmente ese individuo cree que está hecho sólo de “cosas buenas”, porque las “cosas malas” son propias de otros? Esto sí es una inocentada. No saber de ese todo que abarcamos. No saber sobre la naturaleza contradictoria y equívoca de los humanos. La inocentada es no saber que cuando obramos bien es porque pudimos y supimos reprimir nuestro mal. No saber que nadie es un extraterrestre… es una persona de carne y hueso, como los demás. El que se convence que es bueno y los demás le fallan y lo traicionan, no está entendiendo cómo funcionamos, qué somos, qué límites tenemos ni cuál es nuestra libertad. Tal vez por esto necesite erigirse en el salvador de todos los principios, y deje por el camino a todo aquel que habiendo compartido un camino, o habiendo nacido en la misma familia, o habiendo sido elegido por afecto, simplemente en algún momento pasa a ser la peor persona, o la que no merece su cariño. Cuánta soberbia encierra esto. Cuánta soberbia y cuánta inseguridad. Cuánta necesidad de defenderse (¿de qué? ¿de quién?). Qué poca idea de lo que es importante y lo que no lo es. Qué lejos está esto de lo que mencioné más arriba: de la posibilidad que todos tienen de juzgar y elegir. Cómo se confunde esta posibilidad de elegir con la soberbia y la omnipotencia de creerse el poseedor del bien universal. Y es por todas estas cosas, porque veo demasiado frecuentemente estas situaciones, que pienso que es importante el tema “todo lo que somos”. Lo que elegimos, lo que nos preocupa entender, lo que dejamos de lado. Otra vez: es un tema de consciencia y decisión.

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