lunes, 28 de noviembre de 2011

IMPREVISIBILIDAD - INCERTIDUMBRE



 “…seguir una estrategia de vida, y por tanto «hacernos a nosotros
mismos», es poco más que un ejercicio de autoengaño…”
“…Si alguien fuera capaz de «hacerse a sí mismo»… y de vivir de
acuerdo con una estrategia de vida consistente, sería una computadora
perfecta pero no un ser humano…”
                                                                                            Agnes Heller

¿Cuándo fue que se instaló el convencimiento de que la vida podía ser previsible, que se podía armar una estrategia, cumplirla, y conseguir algún tipo de meta final? Porque este relato es el que encuentro en la mayor parte de mis conversaciones con diferentes personas.

Son realmente muchas las consultas y conflictos que surgen a partir del convencimiento de que la vida es diseñada por cada uno de una determinada manera, y por lo tanto debería continuar según lo previsto; pero resulta que “de un golpe” todo cambia. Lo curioso es que el convencimiento de que todo debería haber seguido el curso de lo planificado no desaparece. No se cuestiona cómo es esto de hacerse a sí mismo. O de si alcanza con el hecho de saber cómo planificar la vida para obtener los resultados deseados. En lugar de cuestionar estas creencias, aparece la sorpresa; la incredulidad; la desesperación por enfrentarse a un nuevo universo desconocido y sobre todo no planeado. Hombres y mujeres, viejos y jóvenes, movilizados por el abismo que se les crea en su interior, acorralados por la indefensión, asustados por la incertidumbre. Entonces la pregunta… ¿cuándo y cómo se incorporó la idea de que la vida se va dibujando como una sumatoria de puntitos que van delineando una recta que avanza a pulso firme hacia el cumplimiento del punto final… aquél deseado, imaginado, ideado y cuyo cumplimiento se deberá lograr para sentir que se cumplió con el destino? ¿Una línea que se transita según el gran plan, o según el plan pequeñito, pero siempre según algún tipo de plan? Enterarse que esto no funciona así es lo que a muchos les causa un miedo cósmico, inefable, incompartible.

Cuando se puede poner en palabras, surge el lamento:  “no puedo creer que me esté pasando esto”… “¿por qué a mí?”; o surge el desamparo: “nunca me imaginé algo así”… “¿y ahora qué hago?”… o también surge la desesperación: “no sé cómo continuar”… “no puedo más”…  Cuando no se puede poner en palabras, aparecen el desencanto, el desánimo, la tristeza, la desidia, el abandono, la ansiedad y tantos síntomas más que parecen cada vez más comunes en la vida actual. Se reparten antidepresivos y ansiolíticos para calmar la mayor de todas las angustias, la mayor de todas las frustraciones, el mayor de todos los ahogos: el descubrimiento del ser contingente. No nos enseñaron esto. No nos avisaron. Nos tomó por sorpresa, nos agarró desprevenidos. Y además tuvimos que leer varios libros para enterarnos.

Esta vida que cada uno va armando se hace con proyectos que hablan de expresiones de deseo; con decisiones que se toman en cada momento, de las chiquitas y de las enormes, de las cotidianas y las existenciales. Porque el futuro no lo tenemos comprado ni está ya escrito en papeles santos. Nada ni nadie nos podrá asegurar nunca cómo continuará este relato, o hasta cuándo continuará… podemos saber de dónde partimos, o de dónde nos queremos ir, pero no podemos saber cómo será el camino ni mucho menos dónde terminará…. ¿Me amarás para siempre?  ¿Este trabajo es para toda la vida? Racionalmente un gran número de personas saben que son preguntas sin respuestas, o que las respuestas sólo son deseos, y sin embargo actúan como si fuera posible responderlas, o como si ya estuvieran respondidas. Y cuando “las cosas” no funcionan así, cuando “la vida nos da sorpresas”, es cuando sobreviene el caos interior: algo pasó que los planes se derrumbaron, y la persona no puede con esta novedad. Se derrumba junto a su plan. Actúa justamente como si el plan fuera una línea trazada en el mapa de su existencia, se borra la línea, se trunca, no hay más mapa…. ¿y ahora qué?

Hace poco tiempo una persona me cuenta con gran angustia y desazón que habiendo planeado todo correctamente, habiendo previsto y construido su vida según sus deseos, según la aprobación familiar, habiendo analizado concienzudamente las metas a lograr, no entendía por qué “las cosas” le estaban saliendo mal. Traté de conversar acerca de la imposibilidad de construir una estrategia de vida y un destino; o mejor sobre la torpeza de hacerlo, ya que creo que la vida de cada uno no surge de una resolución, un recorrido, un final, sino que se van tomando múltiples decisiones, continuamente, se va resolviendo y emprendiendo caminos que nos llevan, que se desvían, que hacen que se tenga que volver a tomar otras medidas, y así en un entramado que se parece más a una malla caótica de hilos entrecruzados. Traté de conversar sobre la construcción basada en las decisiones, en esas millonésimas decisiones a partir de las cuales emprendemos caminos que cambian, se desvían, se corrigen, se vuelven para atrás, aparecen otros, y cada paso, cada respiro tiene que ver con otras tantas decisiones que aparecen- desaparecen- vuelven a aparecer. Mientras me entusiasmaba con el relato, enredándome en la red de hilos caóticos, encantada por lo intensa que es la función de vivir, me di cuenta que la persona se iba aflojando en el sillón, se ponía gris y asomaban unos ojos llenos de espanto…. Me di cuenta de la incomodidad que estaba produciendo mi relato. O –lo que es lo mismo-  de la comodidad de imaginar que sí tenemos un destino, marcado por fuerzas superiores o delineado por cada uno, y que hay un plan que cada uno traza, un camino, que la persona se construye a sí misma, se hace, y que si se conduce por él sin errores, se llegará a ese punto final y deseado. Y que la infelicidad proviene de los errores en el recorrido; la frustración y desaliento es por la pérdida de fuerzas para transitarlo, o por la distracción y necesario error que se comete. Y que entonces se puede por ejemplo ir a terapia para que alguien nos haga ver ese error, nos marque dónde estuvo la equivocación, y así corregirse y seguir por la famosa “senda trazada”.
Pero siempre es tiempo de pensar otra vez sobre aquello que creíamos seguro. Al menos para no tropezar una vez y otra también con la misma piedra. Al menos reconocer la piedra, animarnos a mirar cómo ya antes caminamos hacia ella, y en esta nueva oportunidad hacer “las cosas” diferentes.
Si estamos de acuerdo en que cada situación requiere de un plan actual, cada momento hay que decidirlo, cada problema hay que resolverlo; en cada encrucijada hay que disponer por dónde ir; es cuando la persona empieza a aprender que, al decir de Agnes Heller, “su vida no está en función de ningún propósito más alto que el de ser vivida”. Es cuando cada paso, cada momento, cada producto de nuestra decisión tiene un altísimo valor en sí mismo porque ésa es la vida construida por cada uno, esos pasos uno a uno son el verdadero sentido. Todo empieza a valer por sí y no “para algo”. Es cuando se comienza a disfrutar, sin el terror de estar cumpliendo bien o mal el propósito de algo superior o más alejado. Es cuando se empieza a perder el terror a la equivocación, al error, porque de esto se trata, de ir y venir, de emprender y volver atrás, de hacer y deshacer, todos esos hilos entremezclados y caóticos que forman la malla de cada vida –la vida posible, la única. Se incorpora la incertidumbre porque así es como funciona, no hay por qué disfrazarla ni torcerla porque se trata de valorar cada paso en función de sí mismo. Es saber que lo que habíamos planeado puede ser como no, que los deseos son deseos y no metas, que todo se puede dar vuelta sin sentir el ahogo de la existencia porque ya se pudo entender que se trata del recorrido y no del destino. Tenemos que admitir, reconocer, algunos descubrir, que la contingencia –como lo dice Agnes Heller- es un estado de la existencia.

4 comentarios:

  1. hola dra.
    me gusto leer su post!

    en cierto momento, mientras leía, recordé a mi primo, diciendo: "uno se cree
    que las mató
    el tiempo y la ausencia.
    pero su tren
    vendió boleto
    de ida y vuelta.

    son aquellas pequeñas cosas,
    que nos dejó un tiempo de rosas
    en un rincón,
    en un papel
    o en un cajón.

    como un ladrón
    te acechan detrás
    de la puerta.
    te tienen tan
    a su merced
    como hojas muertas

    que el viento arrastra allá o aquí,
    que te sonríen tristes y
    nos hacen que
    lloremos cuando
    nadie nos ve."

    ;)
    abz
    j

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  2. Que interesante post Mirta. La contingencia, la incertidumbre, resulta algo difícil de aceptar eh?... que lo tiró. Creo que hay ahí también está la dificultad por aceptar las limitaciones que todos tenemos, como simples mortales que somos, y entender que hay cosas que escapan a nuestro control.
    Me gustó mucho el post también porque me trajo a la cabeza otras lecturas sobre lo mismo, o algo muy parecido, pero haciendo distintos análisis. Por ejemplo, en un lugar aparentemente lejano como lo que dice Pekka Himmannen en un libro, La ética hacker (donde hace un contrapunto con la protestante de Weber), al referirse a la enorme demanda de manuales de desarrollo personal al estilo "5 claves para el éxito":

    “Parece haber una demanda creciente de este tipo de lucidez y certeza en una era como la nuestra, de complejas redes interrelacionadas y una velocidad cada vez mayor. Parece que cuanto más complejo y rápido es nuestro desarrollo exterior, mayor sea la demanda de sencillez interior”.
    Para Pekka esos manuales, y otras cosas, son: "oraciones laicas", mantras hipnóticos; formas de religión y superstición en el S.XXI, a través de los cuales interpretar la realidad y dibujar ese futuro de ingeniero como el que intentaba la persona del post.

    Otra cosa que también me recordó fue un post muy lindo que escribió un amigo hace un tiempo, y que vale la pena leer: http://www.versvs.net/anotacion/si-virginia-habra-tiempo-sin-incertidumbre

    Y después de todo esto, lo que comentás al final, el reconocer que la contingencia es un estado de la existencia, creo que es lo más sensato y de hecho una condición sine qua non para tener una vida sana. Eso, y confiar en que mal o bien, dentro del mar de la contingencia... hay ciertas piedras... ciertos islotes... en los cuales recalamos y recalaremos, antes y después de cada nuevo chapuzón.

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  3. La dificultad de aceptar el abismo, la inmensidad, la libertad, la nada, todos estos espacios tan abstractos y tan abiertos ahogan al ser humano. Se hace lo indecible, se inventan todos los cuentos con tal de escapar a esta angustia existencial.
    Tengo una visión un poco diferente a la visión de Pekka. No creo en que el desorden exterior conduzca a intentar una simpleza interior, ni tampoco creo en el contrario. La "demanda de sencillez interior" la entiendo como la necesidad imperiosa y desbordante de dejar de vivir en la inmensidad, de saber el comienzo y el final, de creer en la vida eterna, en la bondad y la felicidad como metas de vida porque no se soporta la idea de una vida que involucra felicidad y tristeza, dudas y certezas,que contiene a la bella y a la bestia, y sobre todas las cosas,que implica la muerte. La desesperación por el conocimiento de la propia muerte también hace que se busque las 5 verdades que generen calma en la vida. La consciencia de finitud provoca la mayoría de las veces un agobio existencial, y esto es lo que hace buscar la sencillez, sabiduría, equilibrio, placidez que contrarreste la angustia de muerte.
    Voy a leer el post de tu amigo...¡gracias por tus comentarios!

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  4. No tengo palabras...
    Gracias Infinitas!!!

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