lunes, 19 de diciembre de 2011

CONSCIENCIA Y DECISIÓN (parte II)

Considero que uno de los temas problemáticos al cual se enfrenta todo individuo es acerca de aceptar y manejar los cambios. Es más, tengo la certeza de que casi todo lo que anda mal, en un mismo individuo y entre los individuos, tiene que ver con dos grandes capítulos: la paranoia y la repulsión al cambio. De la paranoia escribiré más adelante, ahora me ocupa el tema de los cambios.

En algunos casos se podrá reconocer que el conservadurismo de un individuo tiene que ver con mantener determinado statu quo; o que es inherente a pertenecer a una corporación que brega por sostenerse a sí misma por encima de cualquier otra cosa; o tiene que ver con que este determinado individuo ocupa un lugar en una silla en un salón que le es conveniente o placentero y que por lo tanto sólo podrá trabajar para mantener su lugar, la silla y el salón tal como están.
En otros casos se podrá explicar por el miedo a lo que no sabe, el terror a empeorar su situación actual (“más vale malo conocido que bueno por conocer”). En otros casos, en fin, podremos interpretar que la falta de inteligencia, cultura, comida, pastilla para la tos, hogar con ladrillos, papá y mamá, y todo lo que se quiera poner aquí es lo que causa el sosiego, la permanencia, cobardía, prudencia, inseguridad, aprensión, y que termina por afectar al individuo en su capacidad por absorber los riesgos. Por todas estas cosas mencionadas y por muchas más, por alguna de ellas o muchas mezcladas, este individuo no tolera la incertidumbre y entonces conserva, detiene, se agrupa; y cuando lo hace no se siente tan responsable: el responsable es el grupo; o mejor aún: el responsable es el otro, el distinto, el que no pertenece, el enemigo. Ese individuo entonces, con bastante facilidad, se convence a sí mismo ser el poseedor de la razón, la verdad, Dios está de su lado; del otro lado los equivocados. No puede revertir este orden. Es un orden sagrado. Necesita que la vida sea una línea que tiene un comienzo, un medio y un fin, un hecho detrás del otro, causa y consecuencia, destino que crea por sí mismo o destino marcado por su Dios. Necesita la consolación del saber, no puede con las revueltas, las renovaciones, reformas, correcciones; no puede ni siquiera con las perturbaciones. Entonces conserva. Cueste lo que cueste y caiga quien caiga. No importa de qué tema se hable. Mantiene y perpetúa, inmortaliza. Porque de lo contrario sabe que será otro puntito más arrojado al cosmos. Sobreviene el ahogo del espacio abierto, de la libertad, de la verdadera responsabilidad individual. Este individuo niega la contingencia, marca un camino y tiene un destino. Que nadie lo saque de la línea trazada. Inventa la vida como una línea que progresa hacia algo. Inventa la pertenencia y la continuidad.

Lo peligroso es no darse cuenta que el discurso que adopta este individuo puede ser engañoso e incluso disfrazado de revolución. Hay que estar atento antes de defender o aceptar discursos que disfracen lo que subyace en él: mantener las cosas en un lugar manejable por el individuo o grupo… mantener.

El otro individuo, el que sabe de la contingencia, es consciente, decide, se responsabiliza, asume la inmensidad de errores, festeja los aciertos, se juega por sus certezas, creencias y sueños; se arriesga, habla y dice; se enfrenta. Este ser que puede existir aunque sepa que va a no existir; este ser que incorpora lo incierto, lo asume y lo maneja para formar parte también de sus resoluciones. El ser contingente, en el aquí y ahora con el pasado incorporado, que vive la existencia arrojado al cosmos a sabiendas que la vive hasta que deja de hacerlo y se convierte en no existencia, es el que toma decisiones en forma permanente, las hace conscientes. No se pone excusas para no hacerlo. O aún: sin creerse que no lo hace cuando de todas formas lo está haciendo. Es un ser que se elige a sí mismo, con toda la carga que esto conlleva. Sabe que no se puede hacer a sí mismo, pero puede elegir. Existe como individuo pertenezca o no a grupos, se acompañe o no de otros.
Su discurso va a marcar cambios, va a incomodar, genera aprehensión porque desarma el orden establecido. Es innovador, es revolucionario, acepta la incertidumbre como parte de su existir, no le teme ni se sugestiona con el no-saber; emprende sin saber dónde termina, cuál es el final; puede cambiar, es el “otro”, el enemigo, el culpable, el que puede mover los cimientos. Su discurso lo acompaña. Es auténtico.

Un individuo cuando no es consciente de lo que decide, o que no resuelve los obstáculos en su andar, que piensa que vive lo que le tocó vivir, como si su vida fuera obra de fuerzas superiores, que cree que su andar está marcado por los objetivos y las metas que se propuso a sí mismo, o que propuso su grupo de pertenencia, o que propuso las fuerzas del más allá, este individuo no es responsable de lo que está armando porque cree que no lo arma él. Y cuando llega a un lugar, quiere quedarse en él, porque le resulta temerario cambiar. Es un ser que existe cargado de frustración, y oscuridad.
No aceptar la contingencia es no aceptarse en su todo, es no ver, engañarse y pensar que puede prescindir de la decisión. Y lo hace, entre otras cosas, tratando de privilegiar la quietud, trata de que nada cambie, que no tenga que tomar nuevas decisiones, que todo siga como está. Repele el cambio. A tal punto, que hasta puede recurrir a ideologías, a creencias místicas, a sabidurías ancestrales, a interpretaciones ingeniosas de la realidad… cualquier cosa que le dé argumentos suficientes para que nada cambie. Se puede hablar de progreso y revolución haciendo las cosas de manera de que nada cambie. La permanencia y continuidad, el conservadurismo, no tiene signo político ni se adscribe a ninguna ideología. Cualquier ser que se niegue a sí mismo la contingencia, que le asuste armar su malla de hilos entrecruzados, va a sacar argumentos de cualquier lado para que justifiquen lo suficiente la mantención del statu quo.

Más allá de cómo cada uno decida vivir, de qué sea lo que privilegie, de cuáles sean sus convicciones, la responsabilidad está en escuchar verdaderamente lo que se dice, escuchar los discursos, escuchar las propuestas, cuando éstas están dirigidas al discernimiento público, cuando éstas piden un voto, cuando tratan de formar opinión. No seguir las palabras como si sólo hablaran de lo que dicen, no encantarse con la forma del decir: hay que escuchar y comprender qué es lo que se está proponiendo en realidad, qué es lo que se está haciendo en realidad. Porque cada uno, en algún momento, tiene que ser consciente y tomar una decisión. Ver más allá de las palabras. Escuchar más allá de lo que se dice. Para entender. Para aprobar y desaprobar. Para juzgar. Para evaluar. Para saber en qué sitio se encuentra cada quién.

Muchos discursos absolutamente conservadores, pero también miedosos y paranoicos están adornados de buenas intenciones. Saber discernir es un tema de responsabilidad. Para ser auténtico, la conciencia y decisión de cada acto, de cada obra, de cada movimiento, tiene que superar el miedo a la no permanencia, aceptar el no-saber inherente a la formación de la malla de hilos entrecruzados. Vale la pena preguntarse entonces… ¿qué seguimos cuando seguimos? ¿qué aprobamos cuando aprobamos? ¿qué votamos cuando proponemos?  Conciencia y decisión, que llevan a la responsabilidad individual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario